Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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LLEVADOS POR EL PADRE
“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí”
(Juan 6:44-45)

      Hay cosas en este mundo que son por naturaleza imposibles. La creación misma muchas veces nos muestra cosas que en sí mismas son imposibles. Resulta imposible que mientras la ley de la gravedad esté vigente y en pleno funcionamiento, los cuerpos no sean atraídos. Hay cosas en este mundo que simplemente presentan una incapacidad e imposibilidad. El ser humano posiblemente es el único ser que cree que todo es posible debido a que piensa que, de alguna manera u otra, existen en él las capacidades para llevarlo todo a cabo. Pero lo cierto es que, la realidad nos enseña que simplemente hay cosas que son imposibles y, así como el mundo natural nos muestra la imposibilidad de ciertas cosas, lo mismo el mundo espiritual. Cuando se habla de la salvación hay simplemente cosas que son imposibles y una de ellas es el acudir a Cristo para salvación. Sin lugar a duda esto resulta una aparente paradoja de la salvación. Por un lado, para ser salvo, tener perdón de pecados y vida eterna, es necesario acudir a Cristo, es decir, es indispensables e innegociable creer en Jesucristo como el único Salvador enviado por el Padre. Por otro lado, en el ser humano como ser caído existe una inhabilidad e incapacidad totales para poder acudir a Jesucristo, es decir, existe una falta total de disposición en su vida para poder y querer creer en Cristo. Las palabras de Jesucristo a la multitud no dejan lugar a dudas; “ninguno puedo venir a mí”. Existe, sin excepción alguna, en todo individuo una imposibilidad de acudir a Jesucristo, es decir, creer en él. Por naturaleza hay una falta de disposición de querer creer en Jesucristo. El ser humano en su estado natural no va buscando ansiosamente a Dios, no hay en él una búsqueda natural de Cristo Jesús, simplemente es imposible, su naturaleza caída es una naturaleza muerta, no hay vida espiritual, su corazón no late con vida para buscar a Cristo, el encefalograma de su mente es plano y no responde y, por tanto, su voluntad es esclava de esa naturaleza caída, incapaz de ejercer cualquier acción espiritual, entre ellas, creer en Cristo. Esto genera un gran problema, ¿cómo puede entonces alguien responder al llamado del evangelio “arrepentíos y creed en el evangelio”? ¿Cómo alguien puede responder a las palabras de Jesús, “todo aquel que ve al Hijo y cree en él” (v.39)? Simplemente hay una respuesta, simplemente hay una condición gloriosa que debe cumplirse “si el Padre que me envió no le trajere”. Esta es la gran condición, ninguno puede acudir a Cristo a menos que el Padre obre en la vida de esa persona. El Padre quien envió a Cristo es aquel que lleva al pecador incapaz de hacerlo por sí mismo a creer en Cristo. Esto significa que la obra de creer en Cristo no es primeramente nuestra obra sino la obra de Dios en nosotros (v.29). Ciertamente existía una imposibilidad en aquellos que hemos creído, pero, lo sublime es que había la capacidad y la voluntad en el Padre de llevarnos a su Hijo. De alguna manera misteriosa fuimos enseñados por Dios; “escrito está en los profetas: y serán enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre y aprendió de él, viene a mí”. Dios obró en aquellos que acudimos a Cristo enseñándonos en lo más profundo de nuestro ser, trabajando en nosotros por medio de su palabra revelada en su Hijo Jesucristo, cambiando nuestra falta de disposición en una nueva disposición para querer creer en su Hijo de tal manera que el llevarnos a Cristo fue algo que no falló. Fuimos a Cristo para vida eterna porque el Padre nos llevó. Por tanto, siendo su obra lo obra de Dios a él debemos dar la gloria y gratitud por su obra. Debemos decir; “gracias, Padre por tu obra en mí”.
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Juan 6:25-46
Juan 3:1-21
Ezequiel 36:25-38
Ezequiel 37:1-14
FINAL DE SEMANA
NUEVA DISPOSICIÓN

“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros;
y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.
Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos,
y guardéis mis preceptos y los pongáis por obra”
(Ezequiel 36:26-27)

      Hay un dicho que es; “cambia tu forma de pensar y cambiará tu forma de vivir”. Hasta cierto punto puede estarse de acuerdo con el dicho, pero, solo hasta cierto punto. Para que el dicho pueda funcionar se requiere un cambio mucho más profundo. Aquello que primeramente debe ser cambiado es la naturaleza de uno, solamente una naturaleza que ha sido hecha nueva puede tener un entendimiento plenamente renovado. Este cambio de naturaleza es a lo que la Biblia se refiere con diferentes términos o expresiones; “nuevo nacimiento”, “regeneración”, “nueva creación”, “vida nueva”, etc. Dicho acto obrado únicamente por Dios es de esencial y vital importancia para que uno pueda acudir a Cristo y creer en él. Ninguno puede acudir a Cristo a menos que el Padre le lleve a él y, tal y como establecieron ya los profetas en el Antiguo Testamento, uno “sea enseñado por Dios” (Juan 6:45). Por tanto, debe existir una obra interna en la vida de aquel que es llamado por Dios para acudir a Cristo, debe existir, tal y como dice el cántico, “un cambio operado en mi ser”. Este cambio es la regeneración operada en el ser mismo de la persona, una regeneración previa a la fe, previa a que uno pueda responder al llamado de acudir a Cristo. ¿En qué consiste este acto de regeneración? Dios ya lo anunció por medio del profeta Ezequiel. Dios anunció de antemano que llegaría el momento en que establecería un pacto de paz con los suyos y Dios haría algo sorprendente, milagroso y maravilloso; “os daré corazón nuevo y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne”. El acto de Dios se produce en el ser mismo de la persona, en el corazón. El corazón no es solamente el lugar en el que los sentimientos residen, sin lugar a duda lo es en una cultura occidental como la nuestra, pero, no en la cultura semítica en la cual la Biblia está engastada. Con el corazón se siente, se piensa, se entiende, es decir, el corazón representa el ser mismo de lo que uno es, será aquí donde Dios obrará. A su pueblo no les dijo que arreglaría su corazón, sino que daría un “corazón nuevo” y pondría “espíritu nuevo”. Dios no pondrá paño nuevo en trapo viejo, Dios no pondrá vino nuevo en odres viejos, esto es algo que no funciona, el trapo se rompe y el vino nuevo se echa a perder. Dios obrará algo nuevo, en otras palabras, Dios hará un acto de nueva creación el cual consistirá en cambiar el corazón; “quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne”. No puede perderse de vista que aquí la acción únicamente la realiza Dios. Es la obra divina del Creador de cielos y tierra el único que puede hacer una buena obra de nueva creación en aquellos que les cambia el corazón. Dios mismo será el que quitará un corazón de piedra, es decir, un corazón que no siente por Dios, un corazón que no puede obedecer a Dios, un corazón que no quiere obedecer a Dios por una simple pero trágica razón, porque es un corazón muerto espiritualmente. Quizás físicamente puede latir, pero, cada latido de un corazón que no ha sido regenerado por la gracia divina es un latido que muestra lo muerto que está y lo duro que es. Dios quitará este corazón y dará uno de carne, dará un corazón regenerado que ahora estará vivo para Dios, pero, Dios hará más; “y pondré dentro de vosotros mi Espíritu”. Ciertamente es Dios quien obra esto, pero, es función central de la tercera persona de la Trinidad el hacer las cosas nuevas. Ahora el Espíritu no solamente será testigo en la vida del regenerado sino agente que hará algo más. En aquel nacido de nuevo con un corazón de carne y el Espíritu de Dios en él, Dios le dice “y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra”. Dios causará que el regenerado pueda y quiera vivir según Dios ha determinado. Por tanto, ¿qué hace Dios en la regeneración? Dios llama al muerto espiritualmente como Cristo llamó a Lázaro de su tumba, el muerto vive. Dios da una nueva vida con una nueva disposición que ahora tiene la voluntad y la capacidad de poder hacer aquello que es agradable delante de Dios. Por tanto, cuando Dios llama con el evangelio el nacido de nuevo responde de acuerdo a su nueva vida y capacidad, responde con arrepentimiento y fe en Cristo. Así fue en tu vida si estás en Cristo. Llegaste a él porque primero Dios te dio vida y fuiste a él para vida eterna.