Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
Copyright 2013 Iglesia Evangélica Bautista "Piedra de Ayuda" - C/San Eusebio, 54 - 08006 Barcelona. España
POR MÍ
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí,
y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios,
el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”
(Gálatas 2:20)
      Hay dos palabras en la Biblia que deberían ser preciosas y preciadas para todos aquellos que tenemos a Jesucristo como nuestro Señor, Salvador y Rey, estamos hablando de las dos palabras “por mí”. Estas dos palabras muestran que la obra redentora preparada por Dios de antemano es una obra realizada por los que a Dios pertenecen. Todo escogido de Dios por su soberana misericordia puede decir por la gracia divina del Altísimo, “fue hecho por mí”. Ahora bien, estas dos palabras cobran una dimensión mucho más particular en la vida de todo creyente en Cristo cuando son focalizadas en la cruz de Cristo. Cuando son puestas a la sombra de la cruz, “por mí” toma una dimensión particular y sustitutoria. Cristo no murió de manera impersonal en la cruz, no murió sin saber por aquellos que estaba obrando y asegurando la sublime salvación. Jesucristo no murió sin tener un pleno conocimiento de aquellos por los que tomaba su lugar. Las dos palabras “por mí” muestran que Cristo en la cruz murió personalmente por aquellos que amó y se entregó por ellos, bien lo sabía el apóstol Pablo. El apóstol sabía que, en su vida, así también como en la vida de todo creyente, existe una realidad, esta es, estar crucificado juntamente con Cristo; “con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí”. Las palabras de Pablo muestran no solamente su situación sino la situación de todo cristiano. Por la unión en Cristo Jesús existe la realidad de estar crucificados juntamente con Cristo. Lo que antes éramos sin Cristo, de manera específica aquí para Pablo, el deseo de buscar una vida de justicia por medio de las obras de la ley para complacer a Dios, todo ello quedó crucificado con Cristo juntamente en la cruz. Por ello, Pablo puede decir, “ya no vivo yo, más vive Cristo en mí”. Puede sonar bien extraño, pero, la vida de Pablo ya no era más la vida de Pablo. Ahora la vida de Pablo era la vida de Cristo en él. Y esta es la vida que tenemos como creyentes. La vida que vivimos ¿cómo puede ser la vida que teníamos antes de Cristo? Es imposible ya que con él fuimos crucificados y lo que rige nuestra vida, es la vida de Cristo impartida por la obra del Espíritu. Lo que vivimos, lo vivimos como Pablo, “y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios”. El principio vital que rige nuestra vida, el factor controlador de nuestra vida es Cristo viviendo en nosotros, es el principio del evangelio de sola fe solamente en nuestro Señor Jesucristo. Esta es la única vida que verdaderamente complace a Dios en una obediencia que no surge de nuestro esfuerzo sino de Cristo en nosotros ¿Cómo es esto posible? Porque fue el Hijo de Dios quien nos amó y se entregó por nosotros. ¡Qué gran expresión de afecto personal la del apóstol! “el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Pablo describe al Hijo de Dios en base a lo que ha hecho por él. Cristo personalmente le amó y Cristo personalmente entregó su vida en aquella cruz por él. La idea implícita es que Cristo dio su vida en lugar de Pablo, es decir, su sacrificio fue sustitutorio y particularmente obró y aseguró la salvación de Pablo, aseguró esa vida vivida en la fe del Hijo de Dios. Ningún creyente deberíamos olvidar nunca esto. Si has sido crucificado juntamente con Cristo, si Cristo vive en ti no puedes olvidarte, más bien debes decir con todo gozo que Cristo te amó. Te amó personal e individualmente y dio su vida por ti. La dio en la cruz tomando tu lugar, su sacrificio fue sustitutorio, tomó tu lugar y particularmente obró tu salvación para que tú ahora con gozo puedas decir: “Mi Cristo, me amó y él murió POR MÍ”.
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Gálatas 2:11-21
Juan 10:7-18
Romanos 3:21-26
2ª Corintios 5:11-21
FINAL DE SEMANA
POR MI CULPA

“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado,
para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”
(2ª Corintios 5:21)
      Cuando se habla del sacrificio de Jesucristo, bíblicamente se está hablando de que el sacrificio de Cristo en la cruz fue un sacrificio substitutorio y penal. Por un lado, Cristo murió en la cruz en lugar de aquellos que el Padre le entregó. Su sacrificio tomó particularmente el lugar del pecador escogido por Dios para salvación. Por otro lado, el sacrificio de Cristo es penal, es decir, la culpa por nuestro pecado cayó sobre nuestro Señor Jesucristo quien murió en nuestro lugar. Es precisamente esto a lo que el apóstol Pablo se refiere, “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”. Aun y cuando no lo parezca, hay profundidad en estas palabras del apóstol. Hay una profundidad que nos adentra a los abismos de la sabiduría de nuestro Dios en la obra de la cruz. Pablo expone el gran cambio operado por la soberana voluntad del Padre en la vida de su Hijo nuestro Señor Jesucristo. Cristo Jesús fue, es y será plenamente inocente de pecado en su vida. Su vida fue ciertamente como la nuestra, su humanidad compartió las necesidades, debilidades, aflicciones y tentaciones que compartimos como seres humanos, pero, la gran diferencia es que en él nunca hubo pecado (Hebreos 4:15). Su humanidad fue perfecta, su obediencia fue perfecta, ni un solo ápice de pecado se encontraba en la vida de Cristo. En su vida nunca conoció el pecado, tristemente fue azotado por la maldad del pecado y de pecadores que atentaron contra él, pero nuestro Señor Jesucristo en su vida nunca conoció pecado, su vida fue de perfecta inocencia delante del Padre celestial. Por tanto, lo sorprendente es que Dios determinase hacerlo pecado, “por nosotros lo hizo pecado”. No puede dejarse pasar la mano soberana de Dios detrás de las palabras de Pablo. Fue Dios quien lo hizo pecado, fue Dios quien determinó en su voluntad que su Hijo, plenamente inocente y que nunca había conocido pecado, fuese hecho pecado. Sin lugar a duda las palabras son de una profundidad sublime, ¿por qué algo así? ¿Qué significa que “lo hizo pecado”? Posiblemente aquí está la gran pregunta, ¿es posible que el inocente fuese hecho pecador en aquella cruz? Ciertamente no es a lo que Pablo se refiere. Si Cristo hubiese sido hecho pecador en la cruz, su sacrificio no hubiese servido de nada. En el momento que fuese hecho pecador la eficacia de su obra redentora desaparecería, Cristo hubiese sido entonces como uno nosotros incapaz de salvarnos. La perfección del Hijo era aspecto innegociable para nuestra redención. La inocencia del Hijo debía quedar sin mancha alguna porque solamente así sería el sacrificio perfecto para ser entregado en lugar de aquellos que éramos culpables. Dios no hizo a su Hijo pecador en la cruz, pero Dios sí que cargó sobre sus hombros la culpa y el castigo por nuestro pecado. Dios sí que derramó su ira por nuestra culpabilidad y pecado. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”, el sacrificio de Cristo fue substitutorio “por nosotros” y penal, “lo hizo pecado”, es decir, Dios acreditó en su Hijo la culpa y castigo que nosotros merecíamos.  Al contemplar esa cruz ciertamente todo creyente debería decir; “Fue por mi culpa. Fue mi culpa la que cargó mi Señor, fue mi pecado el que él llevó, fue mi castigo que él pagó”. Solamente cuando contemplamos lo que sucedió en la cruz, cuando nos damos cuenta de lo que Dios hizo y lo que Cristo llevó sobre sus hombros, es que entonces deberíamos darnos cuenta de la seriedad del pecado. La obra de Cristo en la cruz magnifica lo terrible y malvado de nuestro pecado. Pero la obra de Dios no quedó allí, Pablo muestra un gran propósito en lo hecho por Dios. Si Dios por nosotros hizo pecado a su Hijo, el gran propósito fue “para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Nuevamente la mano divina de Dios en esta magnífica obra. No fuimos nosotros los que nos hicimos justicia de Dios en Cristo, más bien fuimos hechos justicia de Dios en nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué significa esto? Que, por medio de la fe en la gloriosa obra de Cristo, nuestro pecado y nuestra culpa fueron acreditadas a Cristo, en aquella cruz fue hecho pecado por nosotros, pagó nuestra culpa pero, ¡qué dulce intercambio se produjo en la cruz! Por medio de esa misma fe a nosotros nos fue acreditada la justicia de Cristo. Dios nos dio la justicia perfecta de Cristo, su perfecta obediencia siendo así declarados perdonados y no culpables delante de Dios. Justicia de Dios en Cristo, vistos por nuestro Dios cubiertos por la justicia de Cristo. Gloria a Dios por ello.