Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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EL CAMINO DEL AMOR



“Pero si por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no andas conforme al amor. no hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió”
(Romanos 14:15)
      Antonio Machado fue quien escribió; “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. La vida es un camino que aparece delante de nosotros a medida que avanzamos en ella. Muchas veces no sabemos lo que deparará ese camino, pero sea como sea debemos andarlo y solamente es cuando andamos que ese camino se va formando y mostrando todo aquello que nos depara. Ahora bien, en la fe cristiana sí que existe un camino marcado y establecido. En nuestra vida como hijos de Dios existe un camino bien marcado que fue establecido por las pisadas de aquel que lo caminó antes que nosotros y por nosotros. Fue nuestro Señor Jesucristo aquel que nos dejó las pisadas marcadas del camino que debemos caminar como hijos de Dios (1ª Pedro 2:21). Las pisadas de Cristo que marcan el camino de la fe cristiana, son pisadas de un camino de sufrimiento pero también un camino de amor, así se lo escribió el apóstol Pablo a aquellos creyentes que estaban teniendo ciertos problemas en la iglesia de Roma. Tristemente esa congregación sufría de menosprecios y juicios entre hermanos. Sufría de desunión y falta de aceptación en asuntos secundarios de su fe, es decir, asuntos de los que la salvación no dependía. Eran asuntos que no rompían ningún mandamiento bíblico, ningún principio establecido por las Escrituras, ningún principio moral. Eran asuntos en los que existía la posibilidad de diversas visiones, posiciones y actuaciones siempre y cuando cada uno los viviese para la gloria y devoción a Dios y no fuesen usados para el menosprecio, el juicio y la desunión entre hermanos en el seno de la congregación. Unos creían que podían comer de todo, otros solo comían legumbres (Romanos 14:2). Unos consideraban todos los días iguales, otros hacían distinción entre días (Romanos 14:5). En esos asuntos secundarios cada uno vivía su devoción a su Señor de formas distintas, entonces ¿por qué juzgarse y menospreciarse? Es triste y doloroso cuando esto sucede en el seno de una congregación. Es doloroso escuchar y ver en aquellos que son hermanos en Cristo, a veces un cierto menosprecio o juicio, ya sea en palabras o actitudes que se adoptan, simplemente por el hecho de que, en un asunto secundario las cosas se harían distintas. Es triste cuando se usa la libertad en Cristo en ciertos asuntos sin pensar en el bien del hermano aun y cuando podamos estar en lo correcto, eso es lo que Pablo establece; “pero si por causa de la comida tu hermano es contristado”, es decir, en ese asunto secundario de la comida, los que tenían libertad de conciencia en Cristo para comer de todo, lo hacían sin pensar en el bien de aquellos que para ellos era un problema y rompía su conciencia. Si esto sucedía entonces, “ya no andas conforme al amor”. El camino marcado por el evangelio de Cristo es el camino del amor, la ley sublime del amor. El entender que el amor es amar al prójimo y no buscar su daño sino más bien buscar su bien y su edificación. Es el camino de entender que, aun y cuando pueda tener razón en ese asunto secundario, antes que mi interés, libertad, orgullo y el pensar que no tengo porque dejar mi derecho, está el bien de mi hermano en Cristo. Antes es mi hermano o hermana en Cristo que mi yo y mi derecho. Para ello es entender el gran valor que el hermano tiene para Cristo; “no hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió”. No hagas que por tu actitud en un asunto secundario se pierda aquel que fue de gran valor para Cristo hasta el punto de dar su vida por él. Fue de gran valor para Cristo, debe serlo también para ti. En nuestra debilidad Cristo nos recibió y así debemos recibirnos.
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Romanos 14:1-23
 
1ª Corintios 9:1-27
Romanos 15:1-13
FINAL DE SEMANA
¡RECIBÍOS!

“Por tanto, recibíos los unos a los otros,
como también Cristo nos recibió para la gloria de Dios”
(Romanos 15:7)
         No hay excusa que valga, no hay justificación que sirva, los hermanos en Cristo Jesús no pueden no recibirse los unos a los otros. No puede existir una falta de aceptación mutua entre aquellos que han sido recibidos por Cristo para la gloria de Dios. Tampoco sirve la aceptación resignada, es decir, aquella aceptación que recibe al hermano en Cristo porque no le queda otro remedio. Sin duda alguna, esto no es aceptación sino mera hipocresía. El apóstol Pablo fue bien claro a aquellos creyentes que se encontraban en Roma; “por tanto, recibíos los unos a los otros”. Pablo llega al principio general que quiere establecer a lo largo de todo su argumento de Romanos 14-15. El apóstol empieza por lo específico, los fuertes en la fe, es decir, aquellos que entendían su libertad de conciencia en Cristo en asuntos secundarios en los que la salvación no era dependiente, tenían que recibir y soportar las flaquezas de los débiles en la fe, es decir, aquellos que tenían ciertos problemas de conciencia en asuntos secundarios porque no entendían plenamente la libertad que Cristo había traído en esos asuntos (Romanos 14:1; 15:1). Hay un principio específico que lleva al principio general. Sea cual sea la fortaleza o debilidad en la fe en un tema secundario, el mandato apostólico es que ambos deben recibirse y aceptarse. El principio fundamental de recibirse los unos a los otros es el resultado de entender que debe existir una unidad en el cuerpo de Cristo para la gloria de Dios, Romanos 15:6 “para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Ciertamente hay, y seguirá habiendo, diferencias en asuntos secundarios en la vida de la congregación. Diferentes contextos culturales, diferentes grados de madurez en el evangelio, un mayor o menor conocimiento de la historia de la salvación, comportará muchas veces diferentes visiones y maneras de hacer en asuntos secundarios. Pablo no busca la homogeneidad en asuntos secundarios pero sí la unidad entre hermanos. El ser capaz de recibir al hermano en esos asuntos aun y cuando nuestra posición sea distinta. El dejar fuera el menosprecio y el juicio es para que exista un testimonio unánime en la iglesia, para que el ser capaces de aceptarnos en asuntos secundarios testifique de la gloria que damos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. En primer y último término no es nuestra gloria o interés lo que importa sino la gloria de Dios. Cuando la gloria de Dios está puesta en primer lugar, cuando es el objetivo más excelso y elevado en la vida del creyente, entonces, la unidad en asuntos en los que existe diferencias es posible ¿por qué? Porque si la gloria de Dios requiere que deje mi propia libertad y derecho para aceptar al hermano, entonces la decisión debería ser fácil de tomar, glorificar a Dios tiene siempre preeminencia y prioridad. Por ello, el resultado es “por tanto, recibíos los unos a los otros”. Ahora bien, ese recibirse no es hecho de cualquier manera. Debemos recibirnos en asuntos secundarios, en asuntos en los que tenemos libertad de conciencia en Cristo, “como también Cristo nos recibió para la gloria de Dios”. El patrón, el modelo, la guía para recibirnos los unos a los otros es “como Cristo nos recibió para la gloria de Dios”. Fuimos recibidos por Cristo en nuestro pecado y en nuestras debilidades. Fuimos recibidos por Cristo en una situación en la que no merecíamos ser recibidos por él. Cada uno de aquellos que fuimos recibidos por Cristo se nos recibió con nuestras propias debilidades, pobrezas y miserias, en esa situación Cristo nos recibió. Nuestro Señor Jesucristo es el fuerte en la fe por excelencia y dejó su derecho a la gloria que le pertenecía para salvar a los que no teníamos gloria alguna. Siendo rico se empobreció para enriquecer a los que éramos pobres. ¿Por qué haría algo así? La respuesta es que lo hizo “para la gloria de Dios”. Aquello que más gloria trae a Dios es el hecho de que pecadores fueran recibidos por Cristo para perdón, salvación y vida eterna en él. El gran propósito de la gloria de Dios es lo que motivó nuestra salvación.  Cristo nos recibió para la gloria del Dios y Padre y así es como debemos recibirnos los unos a los otros. El ser capaces de recibir al hermano en su situación de debilidad o fortaleza en la fe en ciertos asuntos secundarios debe venir motivado en nosotros por el sublime propósito de la gloria de Dios, debe venir motivado para que unánimes glorifiquemos a nuestro Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.  
1ª Corintios 8:1-13