Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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AMAR SU VENIDA
“Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor,
juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida”
(2ª Timoteo 4:8)
      Esperar la venida de un ser querido es una muestra de amor. El anhelo y el deseo de que esa persona llegue cuanto antes es la expresión del amor que hay en uno de querer volver a ver el rostro de esa persona. Puede sonar extraño hablar de “amar la venida” de alguien, pero, es el apóstol Pablo quien utiliza esta expresión refiriéndose a la venida de nuestro Señor Jesucristo. La venida de nuestro Señor Jesucristo es una esperanza bíblica y certera que está claramente establecida en las Escrituras. Así como nuestro Señor vino la primera vez, así regresará en su segunda venida. Fueron los ángeles quienes así se lo aseguraron a aquellos discípulos que estaban mirando al cielo y contemplando la ascensión de su Señor (Hechos 1:10-11). Ahora bien, la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo es una realidad que presenta implicaciones importantes para la vida de todo creyente. La segunda venida de Cristo lleva a cumplimiento todo el progreso de la historia redentora, todas las promesas, todas las bendiciones de la redención, todas las realidades que fueron inauguradas con la primera venida llegarán a la consumación última y gloriosa. En cierta manera, la segunda venida de Cristo es el punto final a la era presente y el punto y seguido de la era venidera que fue inaugurada por Cristo en su primera venida. Quizás esto sería suficiente razón para que todo creyente amase la venida de su Señor, ahora bien, es el apóstol Pablo quien nos da una serie de razones para amar su venida. Juntamente con la venida de nuestro Señor Jesús viene también la corona de justicia que está reservada. El apóstol Pablo tenía una certeza y seguridad y esta era que estaba guardad para él la corona de justicia; “por lo demás, me está guardada la corona de justicia”. El apóstol toma el ejemplo de la corona de laurel que era entregada a los ganadores de los juegos greco-romanos. Aquellos que vencían tenían guardada para ellos la corona de laurel. No era una corona de realeza sino una corona de victoria, una corona por haber acabado la carrera y la lucha. Pablo sabía que había peleado la buena batalla, había acabado la carrera de su ministerio y había guardado la fe frente a tribulaciones y aflicciones (2º Timoteo 4:7). Por ello Pablo sabía que la corona de justicia le estaba guardada. ¿Qué es esta corona? Bien puede ser el premio por una vida justa, la corona consistente en justicia o la recompensa dada justamente por el Juez supremo. Sea como sea, hay una corona asegurada al final de una vida cristiana y de fidelidad a Cristo. Una corona “la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día”. Si la corona tuviese que ser dada por otro que no fuera el Señor, entonces no habría garantía de que fuese dada con justicia y equidad, pero, el Señor como juez justo sabe qué corona de justicia está asignada para aquellos que en aquel día crucen la meta final de su salvación. Lo glorioso es que esa corona no era solo para Pablo, probablemente todos pensaríamos que Pablo sí se la merecía por su vida y ministerio, pero, también es una corona asignada “a todos lo que aman su venida”. El amor a la venida de nuestro Señor Jesucristo es, para decirlo de alguna manera, requisito para esa corona de justicia ¿por qué? Porque amar la venida de Cristo es lo que nos permite estar firmes en el presente para poder acabar diciendo “he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. No amamos su venida por la corona en sí, amamos su venida porque amamos a Cristo, pero, sí sabemos que nuestra espera no es vacía, hay una corona de justicia guardada por Cristo. Por ello, no dejes de amar la venida de Cristo, pelea la buena batalla, acaba la carrera, guarda la fe, porque por lo demás te está guardada la corona de justicia que tu Señor te dará.   
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Lucas 24:50-53; Hechos 1:6-11
 
2ª Timoteo 4:1-8
1ª Juan 2:28-29; 3:1-3
FINAL DE SEMANA
EL PODER DE SU VENIDA

“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser;
pero sabemos que cuando él se manifieste seremos semejantes a él
porque le veremos tal y como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él,
se purifica a sí mismo así como él es puro”
(1ª Jun 3:2-3)

         El puritano John Owen decía que la adopción es la bendición mayor que puede tener el creyente, ella es la fuente y el manantial del cual fluyen el resto de bendiciones para todos aquellos que hemos sido adoptados por Dios en su Hijo Jesucristo. En nuestra adopción como hijos de Dios se muestra el gran amor con el que hemos sido amados por Dios, así lo expresó el apóstol Juan a sus destinatarios, “amados, ahora somos hijos de Dios”. El ser hijos de Dios no es una realidad futura sino una realidad presente. La adopción es el acto soberano de Dios por el cual, todo aquel que ha creído en Cristo Jesús, es adoptado por Dios en su Hijo, es trasladado de la familia del mundo a la familia de Dios. El nacido de nuevo no es engendrado de sangre ni de voluntad de carne, ni de voluntad de hombre sino de Dios mismo (Juan 1:13). Por ello, la adopción y el ser hechos hijos de Dios en Cristo por la voluntad de nuestro Padre celestial, es una realidad del presente, es una bendición del “ahora” para todo creyente, “ahora somos hijos de Dios”. Ahora bien, como toda doctrina bíblica, la adopción se mueve en la tensión del “ya pero todavía no”. Por un lado, ya somos hijos de Dios, nadie puede quitarnos este gran honor, nadie puede decir de aquellos que hemos sido adoptados en el Amado, que somos hijos de Dios a medias o en proceso de adopción. Dios no utiliza procesos de adopción largos, tediosos y burocráticos, es un acto soberano y sublime de amor, Dios nos adoptó a todo creyente en Cristo como su hijo amado. Por otro lado, nuestra adopción aun y ser ya una realidad plena, todavía no ha llegado a su consumación final; “y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser”. Nuestra adopción como hijos de Dios es una bendición presente de la que ya gozamos, pero, todavía hay mucho más por ver, gozar y experimentar de haber sido hechos hijos de Dios. En el presente únicamente vemos la punta del iceberg y, aunque es gloriosa y majestuosa, todavía hay más por ver y vivir como hijos de Dios. Ciertamente en el presente nuestra identidad de hijos de Dios la vivimos en la imperfección y en la continua lucha con el pecado. Vivimos la bendición de la adopción teniendo que pelear la buena batalla y siendo, en más de una ocasión, derrotados por nuestro propio pecado o por el enemigo de nuestras almas. En ocasiones vivimos el ser hijos de Dios como si no lo fuésemos, pero, hay una gran esperanza, aún no se ha manifestado lo que hemos de ser, nuestra adopción llegará a una consumación perfecta ¿cuándo? “pero sabemos que cuando él se manifieste seremos semejantes a él porque le veremos tal y como él es”. Hay un paralelo con el término “manifestar”.  La manifestación completa de lo que implica nuestra adopción como hijos de Dios depende de la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, es decir, de su manifestación en su segunda venida. La razón de ello es porque cuando él se manifieste, cuando el cielo sea abierto y nuestro Señor descienda triunfante en las nubes, algo maravilloso sucederá “le veremos tal y como él es”. Será esta visión de nuestro Señor Jesucristo lo que llevará nuestra adopción a su consumación última y perfecta. Ver a Cristo tal y como él es será la razón de la consumación de nuestra adopción “seremos semejantes a él PORQUE le veremos tal y como él es”. Veremos a nuestro Señor en su gloria, en su majestuosidad y sobre todo, le veremos en su perfección moral, en su pureza y santidad perfectas. Contemplar a Cristo en su perfección y santidad será una visión tan sorprendente que hará que seamos hechos semejantes a él. En otras palabras, nuestra adopción llegará a su consumación final, nuestra salvación llegará al propósito por el cual fimos salvados, ser hechos a la imagen del Hijo (Romanos 8:29), en ese momento seremos hechos puros y sin mancha. El pecado será un recuerdo del pasado, las caídas en la batalla por la santidad ya no existirán, nuestra adopción será en pureza y santidad semejante a la de nuestro Señor. ¡Qué glorioso será ese día! ¿Qué hacer mientras ese día tan esperado llega? “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo como él es puro”. Aquellos que esperamos la venida de nuestro Señor sabiendo que será la consumación de nuestra adopción, esperamos en el presente viviendo en santidad a la luz de su venida.
Juan 13:1-30
1ª Tesalonicenses 4:13-18