Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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YO SOY
EL PAN VIVO DEL CIELO
“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo;
si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre;
y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo”
(Juan 6:51)

      Todo sucedió un día después de un acontecimiento que marcó la vida de muchos. Una gran multitud estaba en el desierto sin nada de comida. Lo único que había disponible para alimentar a esa multitud de cinco mil hombres sin contar a las mujeres y a los niños eran cinco panes de cebada y dos pececillos ¿qué hacer con tan poca provisión? ¿Cómo saciar a toda aquella gente que había seguido a Jesús porque habían visto las señales que había hecho? Es más, ¿era necesario alimentarlos? Lo más fácil hubiese sido pensar que era la responsabilidad de todos ellos haber llevado comida, cada uno era responsable de lo suyo pero, no fue así. Jesús alzó lo ojos y vio a toda aquella multitud que le seguía, a todo un pueblo que, aunque con toda seguridad muchos no tenían claro porque estaban siguiendo a ese hombre, estaba siguiéndole. Jesús miró a la multitud y preguntó a uno de sus discípulos; “¿De dónde compraremos pan para que coman éstos?” (Juan 6:5). Fue una pregunta que propició un milagro que ha sido recogido por los cuatro evangelios. Jesús hizo sentar a la multitud y con los cinco panes de cebada y los dos pececillos alimento al pueblo que le seguía. Jesús no tenía ninguna necesidad de hacerlo, fue un acto de gracia y misericordia obrado hacia todos aquellos que le seguían. El pueblo en el desierto alimentado de manera milagrosa por Jesucristo. No es de extrañar que ese milagro fuese la señal que propició las palabras de Jesús; “yo soy el pan vivo que descendió del cielo”. Aquellos que conocían la historia bíblica establecieron alguna relación entre la alimentación del pueblo de Israel en el desierto con el maná por parte de Moisés (Juan 6:31) y el milagro realizado por Jesús. Ahora bien, ante esto Jesús debe corregirles y decirles que no fue Moisés quien les alimentó con pan, fue Dios. En su gracia y misericordia Dios sustentó en todo momento a su pueblo en el éxodo y diariamente les alimentó con pan que descendió del cielo, pero ahora ha llegado un pan mayor, un éxodo mayor, un sustento mayor. Aquel pan que Dios dio en tiempos antiguos a los suyos era únicamente para el día, simplemente podía sustentar al pueblo en su día a día, en su caminar diario pero Dios en su gracia ha dado de manera última el pan verdadero que sustenta la vida del pueblo de manera eterna. Cuando Jesús declaró; “yo soy el pan vivo que descendió del cielo” estaba estableciendo una declaración sublime. Sus palabras llevaban implícito que el último éxodo de salvación había llegado para el pueblo de Dios, era como decir a todos aquellos que escuchaban; “¡mirad, el último y gran acto de salvación de Dios! ¡Mirad, Dios vuelve a proveer de manera definitiva y última su salvación y sustento para aquellos que peregrinan en medio del desierto!” Ahora el pan ya no era un pedazo en medio del desierto cuyo sustento era limitado, ahora el pan era Cristo mismo por ello; “si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo”. Jesucristo había descendido del cielo, había sido enviado por el Padre para dar vida eterna. Sería su vida la que entregaría en una cruz por la vida de un mundo que le rechazó, le odió y le sigue odiando profundamente. Pero él, como el pan vivo, se dio a si mismo para salvarnos y ser nuestro sustento eterno. Aquellos que por su gracia hemos comido del pan de vida, es decir, hemos creído en él, tenemos vida eterna y tenemos el sustento diario para nuestras almas hasta llegar a la eternidad. No debes temer en el desierto de esta vida, Jesucristo el pan vivo es tu sustento diario, su salvación es segura y su sustento es inagotable para ti, nunca se agotará hasta que cruces las puertas de la eternidad.
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Éxodo 16:1-36
Juan 6:1-71
Éxodo 3:1-22
Mateo 8:23-27; Lucas 8:22-25
FINAL DE SEMANA
YO SOY; NO TEMÁIS

“Mas él les dijo: Yo soy, no temáis”
(Juan 6:20)
       Cualquier que ha estado en una tormenta en medio del mar sabe del peligro que esto comporta. El mar en calma aporta sensación de tranquilidad y sosiego pero, un mar embravecido por la tormenta es terrorífico, caótico y sin duda alguna poderoso. Los pescadores bien saben que el mar no es de fiar, puede ser muy traicionero. En pocos minutos de un estado de calma, el viento puede empezar a soplar y levantarse una tormenta que transforme al mar en el peor enemigo de uno. Muy poco puede hacerse cuando uno se encuentra en el mar en medio de una tormenta, uno está a merced de las olas y de los vientos, está sujeto a la soberanía del mar. Posiblemente es por esto que en las culturas semíticas del Antiguo y Medio Oriente, el mar era símbolo de caos y desorden, poca autoridad tenía el ser humano sobre la fuerza del mar, únicamente Dios era el que tenía la autoridad sobre el mar y sobre sus aguas. Fue Dios que en el principio venció el caos de las aguas del abismo con el poder de su palabra. La creación fue un acto sublime de la autoridad y gobierno de Dios sobre el caos (Génesis 1:2-3). Fue Dios el Creador el único que puso límites al mar y le ordenó hasta donde había de llegar (Job 38:101-2). Es Dios el único quien tiene la autoridad para poder sacar al Leviatán, el ser que representa el caos en medio del mar, con anzuelo o con cuerda (Job 41:1-2). Si Dios está sobre las aguas, entonces no debería haber temor alguno aun y lo fuerte que soplase el viento, esto es lo que los discípulo experimentaron. Después del milagro de la alimentación de los cinco los discípulos tomaron una barca e iban cruzando el mar hacia Capernaum pero Jesús no estaba con ellos (Juan 6:16-17). En esos momentos en medio de la oscuridad el mar empezó a levantarse y un gran viento empezó a soplar. Sin duda alguna, muchos de ellos eran pescadores experimentados y sabían cómo enfrentar una tormenta en medio del pequeño pero traicionero mar de Galilea. De todas maneras, no sería la tormenta lo que asustaría a esos discípulos, el temor surgió en sus corazones cuando vieron a una figura acercase a ellos andando sobre las aguas. El viento podía soplar, el mar podía levantarse pero alguien andaba sobre el mar con plena autoridad, alguien se acercaba a ellos teniendo control sobre las aguas del mar, los discípulos vieron a Jesús andar sobre las aguas. Ahora bien, ese temor fue rápidamente disipado cuando Jesús les habló; “mas él les dijo”. Juan establece un gran contraste entre “tuvieron miedo” y “mas el les dijo:”. El temor de aquellos discípulos desaparecería cuando escuchasen las palabras de su Señor. Sería la revelación traída por la palabra de Cristo acerca de sí mismo lo que calmaría aquellos corazones turbados y aquella vidas atemorizadas en esos momentos. Jesús les dijo: “Yo soy; no temáis”. Las primeras dos palabras que salieron de la boca de Jesús fueron una declaración de su identidad “yo soy”. Con toda probabilidad en un primer momento esas palabras hacían referencia a su identidad como Jesús, él les estaba diciendo que era su maestro, su Señor, aquel que habían estado siguiendo y que habían visto alimentar hacía pocas horas a cinco mil personas. Ahora bien, esas palabras no caen en un vacío de revelación bíblica ni tampoco en un vacío de revelación en el evangelio de Juan. Fue Dios mismo quien se reveló a Moisés como el “Yo soy el que soy”, el Dios que se hacía presente para salvar a su pueblo, el Dios que ejercería su poder sobre las aguas y abriría el mar para la salvación de los suyos, ¿podía haber algo de esto en las palabras de Jesús? Ahora el mar estaba bajo la autoridad de los pies de Cristo. Jesús había alimentado y sustentado a cinco mil como Dios lo hizo en el desierto en el éxodo del antiguo testamento, en pocas horas declararía que él era el pan vivo que daría vida eterna y Juan dará inicio en su evangelio a los “yo soy” de Jesús que identificarán a Cristo con aspectos claros del Antiguo Testamento. Tanto el contexto como el evangelio de Juan están llenos de declaraciones de la divinidad de Jesús y de su obra de salvación. Ese milagro fue privado para los discípulos, su Dios había llegado a ellos en medio del mar, por ello podía decirles “no temáis”. ¡Qué palabras de aliento en la vida! “yo soy; no temáis”. ¡Cuánto necesitamos oír muchas veces estas palabras en la vida! Si somos capaces de entender esta gran revelación de Jesús, entenderemos que él es el Yo soy que vino a nosotros, nuestro Dios y Salvador. El mayor milagro de todo es cuando el Yo soy vino a nosotros y sus palabras fueron: “no temas”. No debe haber temor en nuestra vida si nuestro Señor Jesucristo está presente en ella.