Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
Copyright 2013 Iglesia Evangélica Bautista "Piedra de Ayuda" - C/San Eusebio, 54 - 08006 Barcelona. España
PREDESTINADOS
A SER SUS HIJOS
“En amor, habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos
por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad”
(Efesios 1:5)
      De manera correcta y legítima, muchas veces se piensa en las bendiciones de Dios como las bendiciones de provisión que él nos da para sustentar y proveer nuestras vidas. Así como Dios alimenta y sustenta a las aves del cielo y viste a los lirios del campo, de la misma manera lo hace con nosotros sus hijos. Pero, esas maravillosas bendiciones de Dios se deben en gran parte al hecho que Dios es nuestro Padre celestial y nosotros somos sus hijos. Aun y cuando Dios hace salir su sol y trae la lluvia sobre justos e injustos, existe un cuidado especial hacia aquellos que somos sus hijos. Por ello, el ser hijos de Dios supone una bendición inigualable. Las bendiciones de nuestro Dios no siempre son físicas sino también espirituales, así lo estableció el apóstol Pablo. Hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en nuestro Señor Jesucristo (Efesios 1:3) y todas estas bendiciones espirituales son aquellas que nuestro Padre nos ha dado en Cristo y fluyen, como si de un manantial de agua fresca se tratase, de la fuente gloriosa de su obra redentora. Hemos sido escogidos, hemos sido adoptados, hemos sido llamados a ser santos, hemos sido perdonados, hemos sido sellados con el Espíritu Santo, ¡qué grandes bendiciones las de nuestro Dios! (Efesios 1:4-14). Una de ellas es nuestra adopción como hijos de Dios. En su amor eterno y soberano, Dios estableció de antemano el destino de aquellos que él había escogido desde antes de la fundación del mundo. Sin duda alguna, es una verdad que va más allá de nuestros pensamientos, pero, ese propósito establecido desde antes de la fundación del mundo para nuestra vida fue “el ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo”. Desde antes que pudiésemos ser una realidad en medio de la historia, aquellos que hemos sido salvos por la gracia de Dios en Jesucristo, el Padre celestial ya determinó adoptarnos como sus hijos. Su decreto eterno no fue dejarnos como hijos de ira bajo la justa condenación (Efesios 2:1) sino, adoptarnos como sus hijos, llevarnos del mundo a su familia e investirnos con toda la herencia que como hijos del Dios Altísimo tenemos. Resulta sorprendente el saber que Dios estaba predestinando a pecadores para ser adoptados como sus hijos ¿cómo podía Dios establecer este propósito antes de la historia misma? Nuestro Padre podía hacerlo porque lo hizo “por medio de Jesucristo”. Nuestra adopción es una bendición histórica en el momento que somos salvos en Cristo pero, Jesucristo es el eterno Hijo de Dios por lo que desde la eternidad misma el Padre podía establecer nuestro destino final en y por medio de su eterno Hijo amado. ¿Por qué haría Dios algo así? Ciertamente no por nada que haya en nosotros fue “según el puro afecto de su voluntad”. Fue la voluntad soberana de Dios, el amor eterno de Dios lo que movió a Dios a adoptarnos como sus hijos ¡cuántas gracias debemos dar por ello! No te olvides nunca que tu identidad es ser hijo de Dios. ¡No te olvides y nunca ceses de bendecir y dar gracias a tu Padre por dicha bendición de la adopción!
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Salmo 90:1-17
Salmo 46:1-11
Apocalipsis 1:1-8
Judas 24-25
FINAL DE SEMANA
SOMOS HIJOS DE DIOS
“Amados, ahora somos hijos de Dios,
y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser;
porque sabemos que cuando él sea manifestado, seremos hechos semejantes a él,
porque le veremos tal como él es”
(1º Juan 3:2)

      La decisión de Dios de adoptar a sus escogidos como sus hijos fue decretada en Cristo en la eternidad misma. Ahora bien, esta adopción sucede en la realidad de nuestras vidas en el momento que por gracia y por fe acudimos a nuestro Señor Jesucristo. El Espíritu Santo que mora en todo creyente es el que da testimonio de nuestra adopción en Cristo, la evidencia de que pertenecemos a Cristo (Romanos 8:9) y el gran testigo que continuamente declara ¡Abba Padre! y testifica a nuestro espíritu de que nuestra identidad es ser hijos de Dios (Romanos 8: 15; Gálatas 4:6). Por ello, la identidad presente de todo cristiano es el ser hijos de Dios, así lo afirma el apóstol Juan “amados, ahora somos hijos de Dios”. Juan se dirige a sus amados hermanos y afirma que la identidad presente de ellos, incluido el apóstol, es ser hijos de Dios. La identidad de todo creyente en Cristo ya no es ser más hijo de este mundo ni hijo de ira sino hijo de Dios. El ser hijos de Dios no es algo futuro que algún día se dará, es una realidad presente en nuestra vida. Nuestro mundo y sociedad busca todo tipo de identidades, muchos cambian de una identidad a otra porque existe en ellos, entre otras muchas causas, una insatisfacción de aquello que son, pero no así con el cristiano. Comprender que somos hijos de Dios es comprender que nuestra identidad no viene definida por patrones sociales o por pensamientos de otros. Nuestra identidad viene definida por nuestra redención en Jesucristo y por la maravillosa adopción de ser hijos de Dios en él. Nunca debemos olvidar dicha realidad presente “amados, ahora somos hijos de Dios”. Pero, si ya es grandioso ser hijo de Dios, debemos saber que, lo que gozamos en el presente de nuestra identidad como hijos no es más que la punta del iceberg. Como cualquier otra doctrina en la Biblia, la adopción es una realidad ya inaugurada en la vida del creyente gracias a la obra de nuestro Señor Jesucristo, pero, al mismo tiempo es una realidad que todavía no está plenamente consumada, es decir, “todavía no se ha manifestado lo que hemos de ser”. ¿Cómo es esto posible? Ciertamente, el ser hijos de Dios no es un título que no comporte ninguna obligación y responsabilidad en nosotros. Ser hijos del Dios Altísimo comporta una vida de obediencia, justicia y pureza que sea la clara evidencia de tener a Dios como Padre. En otras palabras, consiste en ser prefectos como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mateo 5:48), ser santos como él es santo (1º Pedro 1:16). No cabe duda alguna que muchas veces uno está lejos de dicha realidad, pero aquí está la esperanza de la consumación futura de nuestra adopción. Llegará el día que será plenamente manifestado lo que hemos de ser como hijos de Dios. Nuestra adopción llegará a la glorificación y “sabemos que cuando él se manifieste seremos semejantes a él, porque lee veremos tal como él es”. Llegará el día que veremos a nuestro Señor Jesucristo manifestado plenamente. Nuestra fe pasará a ser vista y en aquel día, cuando le veamos como él es, nosotros seremos hechos semejantes a él. Veremos algo tan grande y sublime que la simple visión de nuestro Señor Jesucristo llevará nuestra adopción a su consumación. Seremos semejantes a él, hijos de Dios con una vida perfecta y justa. Vive tu vida bajo esta identidad de ser hijo de Dios. Vive tu vida bajo la esperanza futura de que algún día verás al Hijo de Dios y serás hecho semejante a él.