Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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LA GLORIA DE LA ENCARNACIÓN
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”
(Juan 1:14)
      Uno de los grandes misterios del cristianismo es la doctrina de la encarnación. ¿Cómo es posible que el Dios eterno se hiciese hombre? ¿Cómo es posible que el Dios que es espíritu, inmaterial e invisible participase de carne y hueso como nosotros? ¿Cómo fue posible que el Verbo eterno, el que estaba desde el principio con Dios y es Dios, entrase en la escena de la humanidad siendo hecho carne y habitando entre nosotros? La encarnación del eterno Hijo de Dios es uno de los grandes misterios que únicamente podemos llegar a conocer y vislumbrar a través de la revelación de nuestro Dios. La doctrina de la encarnación fue y será algo irrepetible. No hay religión en el mundo que tenga algo como la doctrina de la encarnación. Ahora bien, el apóstol Juan nos deja ver algo del gran misterio de la encarnación, “y aquel Verbo fue hecho carne”. Para Juan, “aquel Verbo” o “la Palabra” hace referencia a aquel mencionado al inicio del prólogo de su evangelio, “en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). La Palabra para Juan no se refiere a ningún concepto greco-romano como algunos han determinado. Para el apóstolo el Verbo o la Palabra hace referencia a la segunda persona de la Trinidad, el Hijo eterno de Dios, a Dios mismo, hace referencia al que él mismo identifica en el v.17 como nuestro Señor Jesucristo. Dicho Verbo fue hecho carne, el eterno Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad tomó para sí algo que no tenía antes, tomó naturaleza humana perfecta y sin pecado. Dios tomó para sí algo que nunca más dejaría, la naturaleza humana quedó unida de manera perfecta, inseparable e inconfundible con la naturaleza divina y eterna del eterno Hijo de Dios. ¡Qué gran misterio! Dios hecho hombre, Dios-hombre en la única y sola persona de nuestro Señor Jesucristo. ¿Por qué Dios haría algo así? En parte, porque la encarnación es lo que permitió que Dios habitase entre nosotros; “y habitó entre nosotros”. Ciertamente Dios hubiese podido hacerlo de otra manera pero, la encarnación es el cumplimiento de algo que Dios ya inició con su pueblo en el Antiguo Testamento. Dios ordenó construir el tabernáculo para que su presencia estuviese y acompañase en todo momento a su pueblo. El tabernáculo era lo que albergaba la presencia de Dios, era el lugar en el que la gloria de Dios residía en medio de su pueblo. Israel podía ver la gloria de Dios aunque fuese desde afuera del tabernáculo. Podía ver la magnificencia, el resplandor y la belleza de la gloria de Dios desde la distancia. Lejos estaban de contemplar la presencia y la gloria de Dios en medio de ellos. Incluso a Moisés solo le fue permitido ver la espalda de Dios y no la plenitud de su gloria (Éxodo 33:23). Únicamente llegó a alcanzar oír que Dios en su gloria es un Dios lleno de gracia, misericordia, verdad y justicia (Éxodo 34:6-7). Pero la encarnación de Jesucristo es el gran cumplimiento de lo que Dios ya inició con el tabernáculo. Aquel Verbo fue hecho carne y “tabernáculo” entre nosotros, es decir, Jesucristo, Dios encarnado es el foco en el que la presencia de Dios se encuentra para nosotros su pueblo. Jesucristo es aquel en quien la belleza y la magnificencia de la gloria de Dios resplandecen y son vistas por nosotros; “(y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre) lleno de gracia y de verdad”. Jesucristo es Dios encarnado, Dios verdadero de Dios verdadero en quien la gracia y la verdad de Dios se encuentran. Contemplar a Jesucristo hecho carne es contemplar la encarnación entre nosotros de Dios, de su gracia, verdad y misericordia, es ver entre nosotros el resplandor de su gloria.
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Juan 1:1-18
Éxodo 33-34
Mateo 1:18-21
1ª Juan 2:18-29; 4:1-6
FINAL DE SEMANA
LA PRUEBA DE LA ENCARNACIÓN
“En esto conoced el Espíritu de Dios;
Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios”
(1ª Juan 4:2)
      ¿Por qué es importante la doctrina de la encarnación? Sin lugar a dudas, la doctrina de la encarnación de Jesucristo es una doctrina primaria, es decir, es una doctrina innegociable en la fe bíblica y genuina. Ser hijos de Dios implica muchas cosas y entre ellas está el sustentar, creer y confesar aquellas doctrinas que son básicas y vitales en la fe cristiana. Existe una relación entre doctrina e identidad, es decir, si uno no cree y no confiesa las doctrinas primarias de la salvación, entonces, su identidad está lejos de ser una identidad de hijo de Dios, su fe - por mucho que se diga o se piense - está lejos de ser una fe bíblica y verdadera.  Entre estas doctrinas está la doctrina de la encarnación de Jesucristo. Negarla es una afirmación directa y automática de que no se es de Dios, por tanto, la encarnación es una prueba para identificar una verdadera fe. El apóstol Juan lo tenía claro; “en esto conoced el Espíritu de Dios”. Algunos falsos maestros se habían infiltrado en la iglesia y negaban doctrinas fundamentales de la fe cristiana confundiendo así a muchos cristianos genuinos. Entre ellas estaba la doctrina de la encarnación de Jesucristo. El argumento de aquellos que lo negaban era algo así: “¿Cómo puede el Hijo de Dios tomar humanidad si todo lo material es malo y corrupto? Más bien, parecía humano, tenía apariencia humana pero, no tenía una humanidad real y verdadera”. Grave error el de esos falsos maestros o anticristos como los llama Juan. Por mucha fe genuina que pudiesen proclamar que tenían, su fe era falsa y vacía porque no confesaban algo que únicamente puede confesarse por el Espíritu de Dios que mora en uno, esto es, que Jesucristo había venido en carne; “en esto conoced el Espíritu de Dios; Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios”. El testimonio y enseñanza verdadera del Espíritu de Dios en la vida de la persona que ha sido regenerada y adoptada como hijo de Dios, es el testimonio y la enseñanza de aquellas verdades vitales y preciosas de la persona de Jesucristo. El Espíritu de Dios es, entre otras muchas cosas, el Espíritu cristo-céntrico, es decir, se centra en Cristo, recuerda a Cristo, guía a Cristo, es el Espíritu de adopción en Cristo, fue el primer testigo de Cristo, etc. ¿Cómo puede conocerse el Espíritu de Dios? ¿Cómo puede saberse que el Espíritu de Dios ha sido dado y mora en uno? Una de las pruebas básicas es que confiesa las verdades básicas e innegociables de la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo. Si puedes proclamar que Jesucristo es el Hijo de Dios, si puedes confesar que Jesucristo vino en carne, si puedes confesar que Jesucristo es Señor, bienaventurado eres porque esto no te lo ha revelado ni carne ni sangre sino el Padre celestial. Bienaventurados somos porque esta confesión obrada por el Espíritu de Dios en nosotros es indicador que somos de Dios. El Espíritu de Dios no se conoce muchas veces por manifestaciones extraordinarias de poder. Su manifestación muchas veces es más sutil pero al mismo tiempo mucho más poderosa y sorprendente. Se conoce por la grandeza del fruto del Espíritu en la iglesia, el amor, el gozo, la paz, la paciencia, la benignidad, la bondad, la fe, la mansedumbre y la templanza. Se conoce por la confesión sin vacilar, firme y sólida de que Jesucristo ha venido en carne, que él es el eterno Hijo de Dios hecho carne, Dios verdadero de Dios verdadero. Sin lugar a dudas se requiere una gran demostración de poder por parte del Espíritu para que aquellos que en otro tiempo no confesaban a Jesucristo como Dios encarnado acaben confesando que Jesucristo ha venido en carne y que él es su Dios y su Señor. Es por esta razón que la confesión de la encarnación de Jesucristo es prueba vital de fe. Es la prueba, entre otras que dan las Escrituras, que uno es de Dios. Por tanto, la encarnación se convierte también en prueba a la que puedes aferrarte cuando tu fe es zarandeada y el acusador llega para decirte que no perteneces a Dios. Cuando tu fe sea puesta a prueba, cuando el acusador de tu alma te diga que no perteneces a Dios, aférrate con todas tus fuerzas a estas prueba y confesión básica y vital en tu vida, “Jesucristo ha venido en carne”. Cuando aquel que quiere destruir la iglesia de Cristo traiga falsas enseñanzas sobre nuestro Señor, aferrémonos a la confesión básica y vital “Jesucristo ha venido en carne”.