Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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EN LO PRIMERO, UNIDAD
“Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros
en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”
(Efesios 4:2-3)
      Agustín de Hipona (354- 430 d.C.), conocido también como San Agustín, fue un teólogo y filósofo de gran importancia en la era cristiana. Fue el obispo de Hippo Regius en Numidia en la parte final del Imperio Romano. Entre sus muchas obras, posiblemente la más destacada es la conocida como, La Ciudad de Dios. De la misma manera, de entre las muchas frases de San Agustín, cabe destacar la frase: “En lo primario unidad, en lo secundario amor”. Agustín sabía que había cosas primarias e innegociables en las que la iglesia y todo cristiano tiene que presentar una incuestionable e inquebrantable unidad. Ahora bien, también sabía que había cosas secundarias en las que el amor debía primar. Ciertamente Agustín no descubrió nada nuevo ya que la unidad en lo primario y el amor en lo secundario son aspectos bíblicos que el apóstolo Pablo dejó claros a lo largo de muchas de sus epístolas. Sin lugar a dudas, la unidad de la iglesia es uno de los aspectos vitales que el apóstol destaca a lo largo de sus cartas. De manera implícita o de manera explícita, Pablo destaca a lo largo de sus cartas la preocupación en cuanto la unidad de la iglesia. En sus muchas cartas a las iglesias locales, el apóstolo instó a las iglesias a mantener la unidad. Para el apóstolo Pablo la unidad de la iglesia era algo vital. No es de extrañar que a lo largo de la historia de la iglesia, la unidad fuese vista como una de las características esenciales del cuerpo de Cristo. Cuando Pablo escribió a los creyentes en Éfeso les exhortó igualmente a que viviesen como era digno de su llamado (Efesios 4:1). Debía haber un soportase los unos a los otros mediante la humildad y la mansedumbre en la esfera del amor mutuo; “con humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor”. Uno de los aspectos que debe caracterizar el vivir digno de la vocación con la que hemos sido llamados como iglesia es la capacidad de tener unas relaciones de harmonía y amor como miembros del mismo cuerpo. El apóstol exhorta a que se soporten unos a otros. El soportar en el cuerpo de Cristo no es una opción, es una obligación surgida de nuestra vocación como hermanos y hermanas en Cristo. Para ello, las virtudes de la humildad, la mansedumbre y la paciencia son esenciales. ¿Cuántas veces mostramos humildad y mansedumbre más que impulsividad? ¿Cuántas veces mostramos más la paciencia que no la impaciencia? ¿Cuántas veces obramos más en la esfera del amor y no en la esfera de un orgullo herido? Sin lugar a dudas, habrá momentos para soportarnos unos a otros pero, esto es de vital importancia porque nuestro llamado como iglesias implica también el ser solícitos en guardar la unidad que nos ha sido dada; “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. La unidad que tenemos como iglesia no la hemos creado nosotros, ha sido creada por la obra del Espíritu en base a la gloriosa obra de nuestro Señor Jesucristo. Estamos llamados a guardar dicha unidad y debemos hacerlo en el vínculo de la paz. Los lazos que nos unen son lazos de paz, si Cristo fue nuestra paz para crear a un solo pueblo (Efesios 2:15), ¿no debería ser la paz el lazo que marcase nuestra unidad? Hay una unidad clara en la iglesia, un mismo cuerpo, un Espíritu, una misma esperanza (Efesios 4:4-6). Hay aspectos innegociables y doctrinales en la iglesia por los que debemos estar unidos, son innegociables y por ellos vale la pena entrar en luchas y batallas, en lo primario, unidad. Pero, nuestras relaciones como miembros también son primarias para mantener la unidad porque ellas serán o bien acicates para la unidad o carcoma para la misma.     
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Efesios 4:1-6
Romanos 14:1-23
Romanos 15:1-7
Filipenses 2:5-11; 4:1-3
FINAL DE SEMANA
EN LO SECUNDARIO, AMOR
“¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno?
Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme,
porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme”
(Romanos 14:4)

      “En lo secundario, amor” fue el final de la frase de San Agustín. Si en lo primario tiene que haber unidad, debemos saber también que hay una gran cantidad de cosas que son secundarias y lo que debe marcar la relación en ellas es el amor. Aquellos asuntos primaros son, lo que se han llamado asuntos de salvación, es decir, asuntos de los que depende primeramente la salvación. Por ejemplo, la salvación de sola gracia, por sola fe solamente en Cristo, la inspiración total de las Escrituras, éstos son asuntos primarios en los que la iglesia debe estar unida. Por otro lado, los asuntos secundarios son aquellos de los que la salvación no depende de manera primaria y en los que puede haber diversas formas de pensar entre hermanos y libertad de conciencia en Cristo para pensar en ellos y actuar en ellos de manera distinta aun y dentro de la misma fe. Por ejemplo, posiciones en relación a los eventos de los últimos tiempos, maneras en los que uno llevaría a cabo la liturgia del culto, etc. Ciertamente hay una gran cantidad de asuntos secundarios que deben ser vividos en la libertad de conciencia que nos ha sido dada en Cristo. Lo triste y dañino para la iglesia surge cuando esos asuntos secundarios se convierten en primarios cuartando así la libertad que en ellos tenemos y dañando la obra que Cristo hace en su iglesia. El apóstol Pablo se encontró con estos tipos de problemas una y otra vez en las iglesias. Asuntos secundarios se hacían primarios rompiendo muchas veces la verdad del evangelio y dañando el trabajo en la iglesia de Cristo. Fue a los Romanos a quien Pablo escribió diciéndoles “¿tú quién eres que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie o cae”. Los romanos tenían el problema que en el asunto secundario de la comida había juicio, menosprecio y murmuración entre hermanos. Por un lado, había aquellos, en especial judíos cristianos, que no comían de todo debido a que seguían manteniendo ciertas estipulaciones de la ley mosaica como elemento identificador para ellos. Por otro lado, había aquellos, en especial gentiles cristianos, que comían de todo sin estar regidos ni supeditados a las estipulaciones de la ley mosaica. ¿Cuál era el problema? Que en dicho asunto secundario unos juzgaban a los otros y los otros menospreciaban a los unos. Ante esto Pablo toma una ilustración del contexto greco-romano de aquel tiempo. ¿Qué esclavo podía juzgar a otro esclavo en cómo servía a su señor? En el primer siglo un esclavo no podía juzgar cómo otro esclavo servía a su señor ¿quién era él para juzgar o meterse en ese asunto? Era el señor del esclavo quien determinaba cómo debía servirle en ciertos asuntos en su casa y en sus negocios, por tanto, “¿tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie o cae”, es decir, ya será su señor quien determinará lo que hacer con ese criado en ese asunto concreto y particular. Lo mismo sucede con nosotros en asuntos secundarios. Debemos tener muy presente y muy claro, no solamente aquellos asuntos primarios en los que sí debemos estar unidos, sino también, cuáles son aquellos asuntos secundarios en los que podemos pensar distinto y podemos actuar distinto en nuestra libertad de conciencia en Cristo y en nuestra devoción a él como sus siervos. Un hermano o una hermana en un asunto secundario y de libertad de conciencia en Cristo puede pensar y actuar distinto a nosotros ¿debemos juzgarle por ello? ¿Hemos perdido la visión de saber que, al igual que nosotros, él o ella sirve al mismo Señor y lo que hace o no hace, lo hace para su Señor? Al final cada uno “estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme”, es decir, ya será el Señor quien le dará su aprobación tenga o no la nuestra. Debemos mirar de no ser piedra de tropiezo los unos a los otros en estos asuntos y, podemos serlo cuando imponemos nuestros asuntos secundarios y nuestra manera de pensar y actuar por encima del amor hacia otros hermanos. Es triste escuchar que por asuntos secundarios hay aquellos que pueden llegar a decir que rompen la comunión con los hermanos y que no se acercan a la iglesia por ello, ¿es esto el ser solícitos en guardar la unidad que nos ha sido dada? Al final, lo que será dañado por algo secundario, será algo primario, la obra de Dios en su iglesia. Por ello, no destruyamos la obra de Dios por asuntos secundarios, en lo secundario, amor.