Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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ACABAR BIEN
“He peleado la buena batalla, ha acabado la carrera, he guardado la fe.
Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor,
juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida”
(2ª Timoteo 4:7-8)
      Dicen que lo que bien empieza, bien acaba, aunque no siempre es cierto el dicho. Hay cosas que empiezan bien y debido a diferentes circunstancias terminan terriblemente mal. Un atleta puede haber empezado de manera correcta su preparación para unos Juego Olímpicos. Puede haber empezado con diligencia y disciplina su preparación, pero, diferentes cosas pueden suceder que arruinen el final. Hay cosas que acontecen y que quedan fuera del control del atleta, por ejemplo, una lesión inesperada. Ahora bien, hay otras cosas en las que el atleta tiene responsabilidad directa y que pueden hacer que, aun y haber empezado bien, acabe mal. La falta de voluntad, disciplina y constancia en su preparación pueden suponer que, a la larga, lo que bien empezó mal acabe. El atleta debe tener algo en mente y en su punto de mira para ayudarle a estar centrado en su preparación, debe tener el fin y el oro olímpico como objetivo que le mantenga centrado en su preparación presente. Es así para los atletas y es así para todo ministro de Cristo y para todo cristiano. El apóstolo Pablo bien sabía que la meta final en su ministerio y en su vida era aquello que le ayudó a mantenerse firme y fiel en la batalla y en la carrera de su vida en el ministerio. Escribiendo su última carta a su hijo en la fe, Timoteo, Pablo viendo ya su muerte bien cercana reflexiona sobre su ministerio y su vida y le dice a Timoteo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”. El apóstolo toma lenguaje de los atletas olímpicos del primer siglo para explicar su vida y ministerio. La batalla que el apóstolo Pablo ha tenido que pelear a lo largo de su vida ha sido peleada, la carrera de fondo que le ha tocado correr, la ha terminado y la fe que ha tenido que mantener, la ha guardado hasta el fin. Aun y cuando Pablo utiliza varias imágenes, la imagen del atleta predomina. El ministerio en el que fue hallado fiel por la misericordia de Cristo, lo ha terminado. Pablo ha acabado bien aquello que le fue dado en su vida. Las palabras del apóstol, sin duda alguna muestran lo importante que es acabar bien no solo en el ministerio sino en la vida cristiana a la que hemos sido llamados por gracia y misericordia. Tenemos una buena batalla que pelear, una carrera que correr y una fe que guardar hasta el fin. Empezamos bien por la gracia de Dios, pero, debemos también acabar bien. Todavía no hemos cruzado la línea final por lo que debemos mantener los ojos puestos en la meta final para ayudarnos a mantener la diligencia y constancia en la presente batalla y carrera. La fidelidad de Pablo en la batalla y carrera que Cristo le había puesto era garantía de que algo le estaba guardado, “por lo demás, me está guardada la corona de justicia la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día”. Los atletas olímpicos tenían una corona de laurel perecedera y corruptible, pero Pablo esperaba la corona de justicia última que el mismo Cristo le daría. Su vida podía haber sido juzgada por más de una persona, pero se había mantenido fiel y la corona no le sería dada por ninguno de aquellos que habían opinado sobre su vida y ministerio. La corona le sería dada por el Señor quien es el juez justo que juzga todo y a todos justamente. Contemplar la meta final ayudó a Pablo a acabar bien. Que glorioso es saber que esa corona no solo es para Pablo “sino también a todos los que aman su venida”, es decir, todos aquellos que esperamos la venida de Jesucristo. Debemos acabar bien nuestra carrera de la fe, para ello, pongamos nuestra visión en la corona final, en la venida de nuestro Señor. 
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
2ª Timoteo 4:1-8
Mateo 4:3-14
Hebreos 3:7-19; 4:1-16
Hebreos 11:1-40
FINAL DE SEMANA
CORRER LA CARRERA
“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera
que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe,
el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio,
y se sentó a la diestra del trono de Dios”
(Hebreos 12:1-2)
      Los atletas de largas distancia deben correr con paciencia, dosificándose de manera adecuada a lo largo de todo el trayecto y con los ojos puestos en la meta final. Los corredores de larga distancia deben ser conscientes de que su carrera no es una carrera de cien metros lisos. Su carrera no requiere una salida explosiva y un esfuerzo máximo en poco tiempo, más bien, requiere paciencia ya que el recorrido es largo. Deben correr de una manera muy distinta a los corredores de velocidad para poder así cruzar la meta final. Aun y cuando las carreras de larga distancia suelen ser solitarias como deporte individual, muchos corredores buscan a otros corredores como punto de referencia para seguir adelante en su carrera, sus ojos están puestos en aquellos que ellos consideran que pueden ayudarles a mantener el ritmo o adaptarlo a lo largo de todo su recorrido. Con todo esto, no resulta extraño que, el autor de Hebreos comparase el peregrinaje de la vida del cristiano como una carrera de larga distancia. Uno de los aspectos de la teología de Hebreos es la realidad que el cristiano y la iglesia de Cristo es peregrina en este mundo. Por fe caminamos buscando aquella ciudad que tiene fundamentos y cuyo arquitecto y constructor es Dios (Hebreos 11:10). Por fe peregrinamos habiéndonos acercado ya a la Jerusalén celestial pero todavía esperando la consumación de esta gloriosa realidad (Hebreos 12:22-23). Ahora bien, lo cierto es que en este trayecto o, mejor dicho, en esta carrera de larga distancia que es la vida cristiana en el tiempo presente, no estamos solos, muchos la corrieron antes que nosotros. Tomando la imagen de los atletas del tiempo greco-romano, el autor de Hebreos nos dice; “por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”. A lo largo de la historia de la salvación muchos otros corrieron la carrera de la fe, una carrera que corrieron anhelando alcanzar aquello que había sido prometido. Abel corrió alcanzando testimonio de que era justo, Noé corrió siendo heredero de la justicia que viene por la fe. Abraham peregrinó por la tierra esperando la ciudad que tiene fundamentos y cuyo arquitecto y constructor es Dios. Ahora todos ellos son el público y los testigos que nos rodean y que, a lo largo de la historia de la salvación nos muestran que en esta carrera no estamos solos. Corremos la carrera de la fe sobre los hombros de muchos otros santos que participaron es esa carrera con los ojos puestos en aquello que les había sido prometido. Ahora bien, dicha carrera la corremos en santidad y con paciencia. No puede ni debe correrse de cualquier manera. Ciertamente la vida cristiana es una carrera de fondo, pero, es una carrera que requiere que el pecado no sea un lastre que impida nuestro correr hasta el final. El exceso de pecado y la falta de paciencia en esta carrera pueden arruinarla por completo, pero, tenemos una gran diferencia con aquellos santos del antiguo pacto que nos precedieron en esta carrera y que ahora son nuestros testigos. Todos ellos corrieron la carrera de la fe con los ojos puestos en lo prometido, pero, ninguno de ellos llegó a ver el cumplimiento de aquello para lo que corrían, no así nosotros. Debemos correr con los ojos puestos, no en aquello prometido sino en aquel que es el cumplimiento de todo lo prometido por nuestro Dios, corremos “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe”. Ciertamente no hemos llegado al final, pero vemos a nuestro Señor Jesucristo quien es la inauguración del cumplimiento de nuestra fe y de todo aquello prometido, él es el sí y amén de todas las promesas de Dios. Jesucristo “por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”. A Cristo no le importó sufrir la cruz y el oprobio ya que el fin del mismo era el trono celestial. Podemos correr sabiendo que nuestro Señor ha triunfado, debemos correr, aún y el oprobio en esta carrera, sabiendo que el fin es la victoria asegurada porque Cristo está sentado en el trono.