Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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LIBERTADOS PARA SER SIERVOS
“Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios,
tenéis por fruto vuestra santificación, y como fin, la vida eterna”
(Romanos 6:22)

      En muchas ocasiones, se piensa que la libertad es licencia para hacer lo que uno desee y determine. La libertad a menudo se expresa como el hacer lo que uno quiera mientras no se dañe la libertad de los demás. Ser libre se entiende cómo no estar ligado a nada o a nadie. Ser libre es totalmente lo contrario a ser esclavo o siervo de alguien. Ahora bien, dicha visión no es la libertad que Dios ha dado a todo creyente en Cristo Jesús. La libertad en Jesucristo que todo creyente tiene es la libertad que le ha hecho siervo de Dios. El apóstol Pablo nunca se avergonzaba de llamarse a él mismo, “siervo de Jesucristo” porque, aun y cuando pudiera parecer una contradicción, el apóstol sabía que la verdadera libertad se encontraba en ser siervo de Dios quien le había liberado del pecado, así se lo expresó Pablo a los Romanos. El apóstol muestra la realidad y posición que ahora todo cristiano en Cristo tiene, “mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios”. Existía una realidad en la vida de todo creyente antes de haber sido salvado por la fe en Cristo. Vivía en la esclavitud del pecado. El pecado era el dueño de la vida de uno, el señor al que se obedecía (v.16) una obediencia cuyo resultado era la muerte misma. Un señor que podía estar entregando libertad, pero una libertad que simplemente era un espejismo en medio del desierto de la vida. Ahora bien, es gracias a la obra de Jesucristo, su muerte y resurrección y la unión del creyente a Cristo y su obra, que todo creyente justificado por la fe está sin excepción muerto al pecado (vv.1-10). Lo que Dios ha hecho en Jesucristo es liberarnos de la esclavitud del pecado, el creyente tiene la libertad de no pecar y de no volver a ser esclavizado por el pecado nuevamente. Dios nos ha liberado del pecado y nos ha hecho sus siervos. Que aparente contradicción, libres para volver a ser siervos o esclavos, pero, gloriosa es la aparente contradicción. Si el pecado nos esclavizaba para muerte, ahora libres de él y siervos de Dios tenemos por nuestro “fruto la santificación”. Nuestra nueva vida ahora genera el fruto de vivir para la obediencia de Dios, vivir luchando contra el pecado, vivir siendo formados a la imagen de nuestro Señor Jesucristo. Si el pecado producía muerte, la santificación tiene “como fin, la vida eterna”. Una vida que sirve a Dios en el fruto de la santidad, no es una vida que obra para salvación, ya que la salvación es por gracia, pero sí es una vida que evidencia que su resultado último será la vida eterna que Dios nos ha dado. Por ello, no hay nada mayor que ser siervos de nuestros Dios. No hay mayor servicio que debamos tener a nuestro Dios que una vida santa de obediencia y gloria a él.
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Romanos 6:1-10
Romanos 6:11-22
Romanos 8:1-17
Romanos 8:18-39
FINAL DE SEMANA
EL DEBER DE LA MORTIFICACIÓN
“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis;
mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”
(Romanos 8:13)



      El puritano John Owen en su famosa obra “La Mortificación del pecado” dijo que: “El deber diario de todo cristiano era mortificar el pecado”. Ciertamente, en la vida cristiana hay privilegios y deberes y uno de los últimos es mortificar diariamente el pecado en la vida. R. C. Sproul decía que: “el llamamiento del Nuevo Testamento a la santificación, al crecimiento en Cristo, es una lucha disciplinada” y sin lugar a dudas así es. Podría decirse que es una lucha disciplinada en la que diariamente el creyente debe hacer morir en su vida uno de los enemigos que todavía trabaja en contra del fruto de la santificación, debe hacer morir las obras de la carne. La razón de ello es porque, al fin y al cabo, resulta ser una batalla de vida o muerte. Lo que está en la balanza en esa lucha es la consecuencia final de la vida o de la muerte, y es que, en esta vida hay batallas que tendrán consecuencias finales en nuestra eternidad. Pablo bien lo sabía al momento de escribir Romanos 8:13. En la vida de todo creyente hay dos principios totalmente opuestos e incompatibles el uno con el otro, “la carne” por un lado y “el Espíritu” por el otro. Tanto el uno como el otro son opuestos, incompatibles y mutuamente excluyentes. No pude vivirse en ambos al mismo tiempo. El creyente unido a Cristo, está muerto al pecado, es libre del pecado y siervo de Dios para vivir en el fruto de la santificación. La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús le ha hecho libre de la ley del pecado y de la muerte (v.2). El Espíritu Santo es el principio vital en la vida del creyente. La carne, es decir, lo que uno era en el primer Adán, quedó crucificado y muerto juntamente con Cristo (Romanos 6:6). Por ello, ningún creyente es deudor a la carne, nada se le debe a ella (v.12) y en nada debe regir nuestras vidas ¿por qué? Porque vivir conforme a la carne, conforme a lo que se era antes de estar unido a Cristo tiene como resultado la muerte, “porque si vivís conforme a la carne, moriréis”. Sería una clara evidencia de que nuestro viejo hombre nunca fue crucificado juntamente con Cristo. Por ello, habiendo sido liberados del pecado ¿cuál es nuestra lucha diaria? “Mas si hacéis morir por el Espíritu las obras de la carne, viviréis”. La lucha y deber diario es mortificar las obras de la carne para vida eterna. Ciertamente todavía no vivimos en la gloria y el pecado sigue siendo el enemigo con el que diariamente batallamos. Pero, la batalla no es con nuestras propias fuerzas sino “por el Espíritu”. El Espíritu es aquello que nos capacita para hacer morir cada día las obras de la carne y el pecado en nosotros. Esta es la razón por la cual el resultado último es la vida eterna. Aquellos que tienen el Espíritu son hijos de Dios, adoptados en Cristo para la eternidad misma y su lucha por el Espíritu es evidencia de dicha adopción y vida eterna. Cuando llegue a tu vida el momento de la lucha disciplinada, cíñete los lomos, prepárate para la batalla y por el Espíritu de vida en Cristo que te ha hecho libre, haz morir las obras de la carne para vida y gloria a Dios.