Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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BEMDICE ALMA MÍA
A JEHOVÁ
“Bendice, alma mía, a Jehová. Jehová Dios mío, mucho te has engrandecido;
te has vestido de gloria y magnificencia”
(Salmo 104:1)
      Uno de los grandes privilegios que tenemos como creyentes es bendecir a nuestro Dios. Posiblemente, no hay mayor acto en la vida de los hijos de Dios que rendir alabanza y honor a Dios, darle la adoración que le es digna, no es en vano que fuimos creados para la extensión de su gloria y reino y redimidos para ser para la alabanza de su gloria. La alabanza a Dios es algo vital y esencial en la vida de aquellos que sabemos que Dios es nuestro Dios. La bendición dada a Dios no es un añadido más a la vida del creyente sino el acto vital para la vida misma, la respuesta esencial del alma que reconoce a Dios como su Dios, así lo expresa el salmista al inicio del Salmo 104 “bendice, alma mía, a Jehová”. Varias veces aparece en los salmos dicha expresión que llama al alma a bendecir a Dios.  Dios se convierte en el centro mismo de la alabanza del alama del salmista. Ahora bien, la expresión muestra más de lo que parece. El alma implicaba aquello que era esencial para la vida, aquello que sin ello no se podía vivir. En Deuteronomio 6:5 Dios estableció que el pueblo debía amarle “de toda tu alma”, es decir, debía amar a Dios como algo esencial para su vida, así como el agua y el alimento son esenciales para la subsistencia de la vida física, así también el amor a Dios es esencial para la subsistencia y la vida del creyente y del pueblo de Dios. El llamado al alma, “bendice, alma mía, a Jehová” es un llamado a lo más esencial y vital para la vida, la alabanza y bendición a Dios se convierte en el alimento indispensable para nuestra subsistencia y vida. Un alma que ha sido redimida por Dios y que contempla la grandeza y magnificencia de Dios no puede más que responder en alabanza y alimentarse diariamente de la bendición a Dios. Dicho llamado proviene de la realidad de contemplar la grandeza, la gloria y la magnificencia de Dios. Es la realidad de cómo Dios se ha engrandecido y cómo se ha vestido de gloria y magnificencia lo que explica el llamado al alma de bendecir a su Dios; “Jehová Dios mío, mucho te has engrandecido; te has vestido de gloria y de magnificencia”. La bendición a Dios tiene razón de ser, el salmista contempla lo mucho que Dios se ha engrandecido y cómo se ha vestido de gloria y de magnificencia. Es la visión de la grandeza con la que Dios se ha engrandecido y sus vestidos de gloria y majestad aquello que llevan al salmista a bendecir a su Dios. Ahora bien, quizás la pregunta aquí es ¿dónde ha contemplado el salmista la grandeza, la gloria y la magnificencia de Dios? El Salmo 104 es una respuesta a ello. Es en la maravillosa obra de la creación y en el sustento y cuidado de la misma que Dios se ha engrandecido y se ha vestido con vestiduras de gloria y magnificencia. El Salmo 104 está lleno de la acción de Dios desplegada en la creación. Los vestidos de gloria y magnificencia con los que Dios se vistió fueron vistos cuando Dios cubrió la luz como de vestidura y extendió los cielos como una cortina (v.2). El vestido de la magnificencia de Dios fue visto cuando fundó la tierra y con el abismo, como con vestido, la cubrió (v.5-6). La grandeza con la que Dios se engrandeció fue y es contemplada en cada acto de la creación, desde los grandes actos de poner término a los montes y valles, hasta los pequeños actos de crear pequeñas madrigueras para los conejos (v.18). Ciertamente nuestro Dios se ha engrandecido mucho y se ha vestido de gloria y magnificencia. Podemos verlo y contemplarlo cada día en su creación. Cada día es una revelación de la grandeza, gloria y majestad de nuestro Dios la cual debemos aprovechar para decirle a nuestra alma; “bendice, alma mía, a Jehová tu Dios”.
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Salmo 104:1-35
Salmo 147:1-20
Salmo 148:1-14
Salmo 150:1-6
FINAL DE SEMANA
DIOS, EL CANTO Y GOZO DE MI VIDA
“A Jehová cantaré en mi vida; a mi Dios cantaré salmos mientras viva.
Dulce será mi meditación en él; yo me regocijaré en Jehová”
(Salmo 104:33-34)
      Dios debe ser el centro y motivación de la adoración, el objetivo de la meditación y el regocijo de todo creyente y del pueblo de Dios. Es Dios quien hace la alabanza posible y significativa, la meditación en él una dulzura y el regocijo en él una realidad en la vida de todos sus hijos, así lo expresa el salmista al final del Salmo 104. Jehová se convierte en el centro de la alabanza del salmista, “a Jehová cantaré en mi vida; a mi Dios cantaré salmos mientras viva”. La alabanza en muchas ocasiones es expresada a través del canto. El canto de salmos. himnos y cánticos espirituales (Efesios 5:19) resulta ser la voz de la alabanza a Dios.  El cántico de alabanza a Dios es lo que domina la vida del salmista, dos veces el salmista menciona el término vida “cantaré en mi vida”, “mientras viva”. Toda la vida del salmista, hasta que ésta termine estará centrada en entonar salmos a su Dios, su vida será un cántico de alabanza a Dios, la vida del salmista tendrá como objetivo y razón de ser el cantar a Jehová. Mientras haya aliento de vida en él, este aliento será el cántico de salmos de alabanza a su Dios. No es de extrañar que la vida del salmista se centre en cantar a Dios ya que son las maravillosas obras de Dios en la creación y su providencial cuidado sobre las obras de sus manos, lo que levanta este cántico de alabanza continuo. A lo largo del Salmo 104 el salmista muestra el continuo control y sustento de Dios como Creador. Dios se ha vestido de gloria y magnificencia al extender los cielos como una cortina (vv1-2). Dios es quien ha puesto a las nubes como carroza y el que hace a los vientos sus mensajeros (vv.3-4). Es el Creador, el que fundó la tierra, el que puso límites a los montes (vv.5-9). Es Dios quien hace fluir las fuentes por los arroyos, el que da de beber a las bestias del campo, el que mitiga la sed de los asnos y el que hace que las aves canten entre las ramas (vv.11-12). Es el Creador de cielos y tierra el que hace que el heno sea producido como alimento para las bestias, el que hace que la savia llenes los árboles y prepara a los árboles como lugar para que los pájaros aniden (vv.14-17). Es Dios y solo Dios quien hace que la luna marque los tiempos y el que determina la actividad de la creación durante el día (vv.19-23). Seres pequeños y grandes se mueven en el mar, todos ellos esperan en Dios, el Creador extiende su mano y toda la creación es saciada de bien, quita el hálito de ellos y dejan de ser, envía su Espíritu y son renovados (vv.25-30). Sin duda alguna son innumerables las obras de nuestros Dios, todas ellas hechas con sabiduría. Toda la creación subsiste y funciona según la sabiduría de nuestro Dios. Es precisamente esta creación viva que demuestra la sabiduría de Dios, que depende de Dios y que se mueve al son de Dios lo que despierta el canto de alabanza en la vida de salmista. Los cielos cuentan la gloria de Dios y el creyente canta sobre la gloria de Dios, los cielos cuentan y el creyente canta. La creación cuenta la sabiduría de Dios y el creyente medita en el sabio Dios. Para el salmista Dios no solamente es a quien cantar sino que es la dulzura de su meditación, “dulce será mi meditación en él”. La creación revela las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y su deidad, su sabiduría y su providencia. Todo aquel que contempla y medita en las cosas hechas de Dios puede descubrir la dulzura de Dios. ¿Ha creado Dios una ceración repugnante para el ser humano? ¿Ha creado Dios una creación en la que los seres vivientes no pueden disfrutar de ella? Todo lo contrario, la creación sirve para que podamos meditar en nuestro Dios y nuestra meditación sea dulce y no amarga. Una meditación que no amarga el alma y el entendimiento sino que lo llena de dulzura por meditar constantemente en el Creador. Una meditación que debe llevarnos a regocijarnos en Jehová nuestro Dios tal y como el salmista concluyó, “yo me regocijaré en Jehová”. Canto, meditación y regocijo es la triada esencial en las palabras del salmista y así debe serlo en todo creyente. Cantamos a nuestro Dios mientras él nos dé vida en esta creación que le revela. Meditamos en él como dulce alabanza y nos regocijamos como el fin para el cual fuimos creados, glorificar a Dios y disfrutar de él para siempre. Sea el canto a nuestro Dios, la dulce meditación en él y el regocijo en nuestro Dios y Salvador la adoración continua en nosotros.