Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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VALLE DE SOMBRA DE MUERTE
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno,
porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”
(Salmo 23:4)
      Los valles pueden ser lugares hermosos en medio de montañas. Río suelen correr por los valles regando de agua y vida esos lugares. Espacios de hierba verde que invitan al descanso pueden abrirse de repente en medio de los valles para aquellos senderistas que caminan por ellos. Ahora bien, los valles pueden ser al mismo tiempo lugares terribles para aquellos que por ellos caminan. Pueden convertirse en lugares en los que el viento sopla con fuerza. Pueden convertirse en lugares de sombras en los que los rayos del sol dejan de brillar debido a que las imponentes montañas a ambos lados del valle hacen de muros que impiden que la luz del sol llegue al fondo del valle. Los valles pueden convertirse en lugares fríos y oscuros para aquellos que se encuentran en ellos. David como pastor lo sabía bien, sus ovejas podían cruzar por valles que en muchas ocasiones eran de sombras de muerte, valles que podían atemorizarlas y paralizarlas, por ello, la presencia, la vara y el cayado del pastor serían lo único que daría confianza, seguridad y ánimo al rebaño para seguir adelante en medio de las sombras. Ahora bien, David sabía que, como oveja del rebaño de Dios y de los prados del Gran Pastor, esos valles de sombras de muerte sería también valles que debería cruzar en su vida. Los valles de sombras de muerte son una realidad en la vida de todo creyente, nuestra fe en nuestro Dios no elimina la cruda realidad de encontrarnos en muchas ocasiones en valles que, en lugar de mostrarnos su belleza nos muestran su lado más oscuro y frío. La enfermedad, la angustia, la aflicción, pueden ser esas sombras de muerte que nos hacen conscientes de que nos encontramos en un valle profundo y terrible en un momento concreto de la vida. David no elimina esos valles, sabe que llegarán pero, como pastor, David podía decir que “aunque ande por valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno”. El valle puede ser oscuro pero para el creyente no debe haber temor alguno. David es claro no temerá “mal alguno”, el mal en la vida puede ser real pero no hay mal de ninguna clase que deba generar temor en la vida de los hijos de Dios. La razón es “porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”. La presencia divina es mayor que toda sombra en la vida. Es la presencia de Dios como nuestro pastor la que quita todo temor. Quizás a nosotros nos gustaría evitar el valle de sombra de muerte, escoger otro camino pero, de ser así ¿cómo conoceríamos la gran presencia de Dios con nosotros? ¿Cómo experimentaríamos el aliento de su vara y cayado? ¿Cómo sabríamos que nuestro buen pastor está con nosotros?  A nuestro buen pastor, nuestro Señor Jesucristo no le fue evitado el valle de sombra de muerte pero sí que en él halló el aliento del Padre para seguir adelante. El Señor Jesús caminó primero por ese valle oscuro en su vida para poder acompañarte a ti como oveja de su prado cuando camines por esos valles. Así que, toma aliento porque seguro estás en las manos del buen pastor y al final del valle podrás decir, “en la casa de Jehová moraré por largos días”.
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Salmo 23:1-6
Salmo 121:1-8
1ª Pedro 1:1-9
Romanos 8:18-23
FINAL DE SEMANA
AFLICCIONES
A LA LUZ DE LA GLORIA
“Pues tengo por cierto, que las aflicciones del tiempo presente
no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”
(Romanos 8:18)

      Las aflicciones son una realidad de la vida, acompañan al ser humano sin distinción. Tanto ricos como pobres, jóvenes como adultos, hijos de Dios como aquellos que nada quieren saber de Dios, todos ellos sin distinción están sometidos en ciertos momentos de la vida a aflicciones más o menos intensas. Ahora bien, existe una gran diferencia entre la perspectiva de la aflicciones que un creyente tiene y la perspectiva que tiene alguien que no es hijo de Dios. El apóstol Pablo tiene una certeza clara, no solamente para él sino también para todos aquellos que son hijos de Dios. Parte de Romanos 8 muestra la gran verdad que aquellos que tienen el Espíritu de Cristo son hijos de Dios (Romanos 8:9). La presencia del Espíritu Santo en la vida es la evidencia sublime de su adopción como hijos de Dios, es el Espíritu que da testimonio al espíritu de todo creyente de que ha sido adoptado por el Padre celestial a quien llama ¡Abba Padre! (Romanos 8:15-16). De todas maneras, dicha verdad de la adopción no quita las aflicciones en la vida de los hijos de Dios. Las aflicciones no fueron quitadas de la vida de Jesucristo, el Hijo de Dios, por tanto, tampoco serán quitadas de la vida de aquellos coherederos con Cristo que siguen igualmente sus pisadas. El creyente es coheredero en Cristo pero también padecemos juntamente con él para ser glorificados juntamente con nuestro Señor (Romanos 8:17). Ahora bien, aun y cuando las aflicciones son realidad presente en la vida de los hijos de Dios, la perspectiva de esas aflicciones debe ser vista a la luz de la gloria venidera. La certeza del apóstol Pablo reside en un contraste entre “el tiempo presente” y “la gloria venidera”. Las aflicciones son una realidad del tiempo presente, son los cardos que crecen en un tiempo marcado por el dolor y la tristeza del pecado, son el aguijón que asalta y se clava en nuestra vida en más de una ocasión. Pero, por extenso que pueda ser el campo de cardos o lo profundo que pueda ser el aguijón de la aflicción, son solamente eso, “aflicciones del tiempo presente”, ninguna de ellas perdurará más allá de este tiempo presente, ninguna de ellas es comparable con la “gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”. Ciertamente las aflicciones son reales pero nuestra salvación en Cristo y, por encima de todo, la seguridad de salvación que tenemos, permite poner dichas aflicciones en perspectiva en nuestra vida, ahí reside la certeza de Pablo. Podemos pasar y pasaremos por aflicciones en esta vida pero el creyente debe siempre considerarlas a la luz de la perspectiva de la gloria venidera que será manifestada. El haber sido adoptados como hijos de Dios sitúa a todo creyente en la esperanza de la gloria venidera que será manifestada en él. La gloria venidera es la gloria de la consumación de nuestra adopción como hijos de Dios, es decir, la resurrección última la cual traerá la redención de nuestros cuerpos (Romanos 8:23) y, por tanto, la magnífica restauración de toda la creación. El tiempo presente ya no existirá más, lo único que será una realidad será la gloria eterna manifestada en todos los hijos de Dios. Las lágrimas serán enjuagadas y el dolor será un eco del tiempo presente ya pasado. La certeza de Pablo reside en que esa gloria venidera no es una probabilidad sino una certeza que brota de la seguridad de salvación que todo hijo de Dios tiene. Sí, pasamos y pasaremos aflicciones en este tiempo pero, considéralas a la luz de la gran gloria que algún día será manifestada en ti. El camino puede ser arduo con lágrimas y dificultades pero así como las aflicciones fueron el camino de gloria para Cristo también lo serán para ti. No olvides que la luz de la gloria venidera hace palidecer tus aflicciones en el tiempo presente.