Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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EN ÉL TENEMOS PERDÓN
“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados,
según las riquezas de su gracia que hizo sobreabundar en nosotros
con toda sabiduría e inteligencia”
(Efesios 1:7-8)
      ¿Qué cosa más grande podría desear un condenado que su libertad? ¿Qué más podría desear un acusado que sus delitos le fuesen borrados? ¿Qué más podría desear un pecador que sus pecados le fuesen perdonados? El perdón es un don divino que viene dado por la acción soberana de la gracia divina de nuestro Dios. El perdón no es algo que Dios deba al pecador, sino más bien, es la muestra de su favor soberano sobre aquel que no lo merece. Ciertamente, el pecado es descrito en ocasiones como una deuda pero, no una que Dios tenga la obligación de cubrir con su perdón. La paga que conlleva la deuda del pecado no es el perdón sino la muerte, el juicio y la condenación. El perdón no es parte de la paga que debe darse por la deuda sino el ejercicio de la soberana gracia de Dios en Cristo. Por ello, ¡cuántas gracias deberíamos dar por el perdón de nuestros pecados! ¡Cuánto deberíamos ser para la alabanza de la gracia de nuestro Dios sabiendo que hemos sido perdonados de nuestro pecado! Dios nos ha dado el perdón en nuestro Señor Jesucristo “en quien tenemos redención, él perdón de pecados”. Dos pequeñas palabras que lo cambian todo “en quien”. Las palabras son una referencia al Amado (v.6), es decir, a nuestro Señor Jesucristo. Es únicamente en la persona de Jesucristo en quien tenemos la redención de nuestros pecados. A lo largo de Efesios 1:3-14 Pablo muestra que existe una unión vital del creyente con Cristo. El creyente está unido a Jesucristo, su unión es indisoluble, todo lo que somos y todo lo que tenemos está en el Amado. Dicha unión presenta consecuencias en la vida del creyente, una de ellas es la redención y perdón de pecados. Es la persona de Jesucristo y su obra el centro en el cual Dios obra el perdón de nuestros pecados. Es en él en quien “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”. La redención habla de libertad, de comprar en el mercado la libertad de aquellos esclavos. Tal redención únicamente es posible en Jesucristo porque es una redención dada “por su sangre”. Fue la obra de Jesucristo en la cruz lo que trae la redención. Jesucristo fue el inocente dado en lugar del culpable. Su sangre inocente derramada fue la sangre del nuevo pacto que demostraba que ahora Jesucristo había pagado con su propia vida el castigo de la muerte por nuestro pecado. Esa sangre hablaba y sigue hablando no únicamente de la remisión de pecados en el nuevo pacto, sino de un perdón completo, perfecto y eterno. Es por ello que “la redención por su sangre” Pablo la describe como “el perdón de pecados”. La redención a la que se refiere Pablo es tener nuestros pecados perdonados por la obra de nuestro Señor. Lo más sorprendente es que dicho perdón fue “según las riquezas de su gracia”. El perdón no es la paga merecida por nuestro pecado sino la abundancia de la gracia inmerecida de Dios sobre nosotros. ¡Cuánto sobreabundó su gracia al perdonar todos nuestros pecados! Por ello, ¡cuánto debería sobreabundar en nosotros la gratitud y alabanza! ¡Cuánto debería sobreabundar la gracia del perdón para otros!  
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves

Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Efesios 1:3-14
Romanos 5:1-11
Mateo 6:5-15
(meditar de manera especial en los vv.12-15)
Mateo 18:15-35
FINAL DE SEMANA
POR ÉL OFRECEMOS PERDÓN
“Así también mi Padre celestial hará con vosotros
si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofendas”
(Mateo 18:35)

      Hay un dicho que es bien cierto, “de donde no hay no se puede sacar”. Si no hay agua en el embalse las fuentes no fluirán. De la misma manera, si no hay una experiencia real de arrepentimiento y del perdón de Dios en la vida no habrá tampoco la extensión de dicho perdón a otros. Podemos perdonar porque primeramente mucho nos ha sido perdonado a nosotros, es por ello que la falta de perdón, la incapacidad de poder perdonar a otros sus ofensas y pecados puede ser muestra del gran desprecio de lo que la gracia divina nos dio en nuestra vida. La incapacidad de poder perdonar de corazón será probablemente la evidencia más clara de la hipocresía del arrepentimiento cuando nuestra ofensa fue presentada delante de Dios. Si no hay perdón de corazón Jesús advierte que “así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón”. Las palabras de Jesús son el resultado final de la parábola de los dos deudores. Todo el contexto gira en torno a perdonar al hermano. Si un hermano peca contra ti, Jesús establece el proceso que debe seguirse, discreción, testigos y congregación (vv.15-1-20). El perdón hacia el hermano no es algo que tiene una oferta limitada de plazas, el perdón al hermano arrepentido debe extenderse hasta setenta veces site (v.21-22). ¿Por qué esto es así? Porque mucho nos fue perdonado a nosotros cuando pecamos contra Dios. El deudor que mucho le debía al rey, mucho le fue perdonado. La misericordia del rey fue mayor que la deuda del deudor y perdonó toda su deuda ¡Qué gran misericordia! ¡Qué maravilloso es saber que la gracia de Dios es mucho mayor que nuestro pecado! Por ello, si mucho le fue perdonado al deudor ¿por qué fue incapaz de perdonar al que menos le debía? ¿No debería de haber ejercido misericordia, así como le fue ejercida hacia él? ¿No debería haber perdonado por haber sido perdonado? No perdonó porque su arrepentimiento delante del rey fue una mera hipocresía. Sus palabras delante del rey “ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo” (v.26) fueron simplemente una mera cortina de humo. El perdón del rey no falló, la misericordia del rey no falló, la gracia mayor del rey no falló, falló un corazón no arrepentido que se mostró con la incapacidad de perdonar al que menos le debía. La falta de perdón fue la muestra de ese corazón falto de arrepentimiento, del despreció hacia la sublime misericordia de Dios que tanto le perdonó. Por ello, sin arrepentimiento no hay perdón y sin perdón al deudor le esperaban las prisiones. De la ilustración llega el resultado o aplicación “así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano sus ofensas”. El perdón de las ofensas los unos hacia los otros es dado primeramente porque mucho nos ha sido perdonado a nosotros. En Cristo hemos sido perdonados y por él podemos y debemos perdonarnos. En él la misericordia y la gracia del perdón nos han sido dadas y por él podemos y debemos extender misericordia y la gracia de perdonar a otros. Dicho perdón nunca proviene de una hipocresía superficial, sino que es dado “de corazón”, es decir, desde lo más íntimo de nuestro ser arrepentido que entiende cuánto le ha sido perdonado a él y por ello debe moverse en misericordia hacia los otros. De un corazón que sabe que nada tiene que jactarse porque la pobreza espiritual en uno es grande, pero, se goza en la grandeza de la misericordia y el perdón que ha recibido. Ser incapaces de perdonar mostraría que nuestro corazón quizás sigue siendo de piedra y que sigue despreciando, aunque no sea consciente, el perdón de Dios. Piensa cuánto te fue perdonado. Piensa en la misericordia mayor de Dios y, entonces, extiende perdón a tus hermanos.