AMADOS Y ADOPTADOS
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios;
por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él”
(1ª Juan 3:1)
      En nuestra sociedad la adopción es un proceso que en algunas ocasiones puede ser largo y difícil. Dependiendo del país, la adopción se convierte, en ocasiones, en un laberinto burocrático que hace de ella un proceso largo y tedioso. Ciertamente es algo bien distinto de la adopción que todo creyente en Jesucristo sufre por parte de Dios. Desde el punto de vista bíblico, la adopción no es un proceso sino un acto llevado a cabo por Dios. El acto de trasladar al creyente de la familia del mundo a la familia de Dios. El puritano John Owen mencionó que la adopción “es la cabeza, el manantial y la fuente de la cual fluyen el resto de privilegios que tiene el creyente”. Una vez adoptados como hijos de Dios, todo creyente disfruta de los privilegios que legalmente le son dados, como coheredero en Jesucristo y parte de la familia divina. Posiblemente, no hay mayor corona y mayor posición que Dios haya podido dar a aquellos que él mismo ha adoptado como sus hijos. Es precisamente este gran privilegio al que el apóstol Juan llama considerar “mirad, cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él” (1ª Juan 3:1). Tres cosas llama Juan a que sean vistas con relación a la doctrina de la adopción divina: Primero, el amor como la causa de la adopción, segundo, el resultado de la adopción y tercero, el desconocimiento que el mundo tiene de los adoptados por Dios.
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Padre mío, darte las gracias por el gran amor con el que me amaste. Gracias Padre porque por tu amor fui hecho tu hijo. Gracias Padre por tu Hijo Jesucristo porque en él tengo la fuente y manantial del cual fluyen el resto de privilegios a mi vida. Soy coheredero junto con Cristo en su familia. Padre, ayúdame a vivir conforme a mi identidad de ser tu hijo para gloria y honra a tu nombre. Amén.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

1 Juan 3:1-10

MIÉRCOLES

Juan 1:1-13

JUEVES

Efesios 1:3-6

VIERNES

Romanos 8:9-17

SÁBADO

Romanos 8:18-23
      Juan llama a considerar y lo hace mediante su llamada a mirar, “mirad”.  En ocasiones se suelen perder de vista las cosas importantes en la vida. En algunas ocasiones, por circunstancias de la vida, por la pequeña acumulación de cosas que, aun y no ser irrelevantes sí que no son quizás fundamentales, puede perderse de vista lo que es verdaderamente esencial y vital en la vida. En otras ocasiones, situaciones serias y que tocan de manera específica la columna vertebral que sustenta nuestra vida, la mirada puede apartarse de aquello que es esencial. Por eso es importante escuchar la primera palabra del apóstol Juan a su audiencia “mirad”.
      Juan escribió a unos creyentes cuya vida no estaba siendo fácil, en especial porque su fe estaba siendo zarandeada por la inclusión de falsos profetas y maestros que sostenían una fe y una vida que nada tenía que ver con el evangelio de Jesucristo. Juan escribió a unos creyentes que muchos de ellos tendrían luchas para mantenerse firmes en su fe y permanecer en las verdades doctrinales que desde un buen principio habían escuchado, aprendido y recibido en cuanto a la persona de Jesús y su obra redentora a su favor (1ª Juan 1:1-4; 2:24). Sin duda alguna, hay situaciones en nuestra vida como creyentes que pueden hacer que perdamos de vista lo más esencial e importante para nosotros. Por ello, nos es importante que escuchemos el llamado de Juan “mirad”. Ahora bien, ¿mirad el qué? Podría responderse que uno debe mirar lo que Dios ha hecho en la vida adoptándolo como hijo de Dios y la respuesta no estaría mal, pero no es primeramente aquello que debemos mirar como creyentes en las palabras de Juan. Lo que primero debe mirarse y considerarse es el gran amor con el que hemos sido amados por Dios.


      Juan no llama a considerar primeramente el maravilloso hecho de que todo creyente en Jesucristo haya sido adoptado como hijo de Dios, sino que Juan llama a mirar el amor que el Padre ha depositado primeramente sobre aquellos que él amó. Juan es enfático, lo que está en primera posición es el amor que nos ha sido dado “mirad, qué tipo, qué glorioso, qué grande el amor que el Padre nos ha dado”. Por tanto, lo primero a mirar es el gran amor del Padre hacia nuestra vida. Debe mirarse la manera grandiosa y sublime en la que hemos sido amados por Dios. Por ello, para poder entender primeramente la adopción de hijos de Dios, debemos mirar primeramente el gran amor del Padre derramando en nosotros. Considerar el ser hijos de Dios ya es algo grandioso pero, es mucho más grande cuando dicha realidad en nuestra vida la vemos a la luz del gran amor del Padre. Esto es así porque es el amor la causa que llevó a nuestra adopción como hijos de Dios.
      El amor de Dios es atributo mismo del ser de Dios. Es el mismo Juan quien en 1ª Juan 4:8 nos dice que “Dios es amor”. Uno de los atributos esenciales del ser de Dios es el amor, por esto Dios ama y combinado con el resto de atributos de Dios, él ama de manera eterna, perfecta, santa, justa, gloriosa. Por tanto, el ser hechos hijos de Dios, es el resultado del gran amor del Padre y, posiblemente aquí está lo grande de nuestra adopción como hijos de Dios. Juan no llama a que miremos el amor de Dios de manera general. Ciertamente uno podría perderse en el vasto océano del amor de Dios. Una vez en él, sería como navegar en un mar que no tiene fin. Sería como intentar alcanzar el horizonte del amor de Dios y nunca poder llegar a él.
      Cuando pensásemos que estamos cerca de alcanzar el horizonte del vasto océano del amor de Dios, ese horizonte se alejaría nuevamente y tendríamos por delante de nosotros más y más océano por navegar y descubrir del amor de nuestro Dios. Quizás por esto, Juan llama a que miremos un aspecto muy concreto del amor de nuestro Padre celestial. Juan llama a mirar el aspecto adoptivo del amor de nuestro Padre, es decir, el amor que Dios depositó sobre nuestras vidas es un amor adoptivo. Nos amó y el resultado o el propósito es “para que seamos llamados hijos de Dios”.



      La causa de la adopción es el gran amor del Padre o, puesto en otras palabras, el resultado del amor del Padre es que seamos llamados hijos de Dios. De una manera u otra, la adopción es el resultado que es dado por el amor de Dios y esto es maravilloso y sorprendente al mismo tiempo. Dios ha mostrado su amor de una manera específica y concreta sobre nosotros, lo ha mostrado de una manera adoptiva, por esto el resultado del amor de Dios es el haber sido adoptados como hijos de Dios. La adopción es el resultado del acto de Dios habiéndonos amado. La adopción es el acto de una vez por todas que fluyó del gran amor adoptivo de Dios hacia nosotros. Siendo así, el ser hecho hijo de Dios, no depende de nosotros. El ser hijos de Dios no depende de ninguna cualidad superior que pudiese haber en ti. No depende de ninguna capacidad moral superior en ti. El ser hecho hijo de Dios es primeramente el resultado de que Dios depositó su amor adoptivo sobre nuestra vida, es por esto que el amor de Dios es grande. ¿Quién amaría a alguien que por naturaleza es contrario y ofensivo a uno? ¿Quién amaría a alguien que no tiene mérito alguno para ser amado? ¿Quién adoptaría a alguien cuyo informe de adopción es pecador y rebelde? Probablemente nadie lo haría pero, Dios sí que lo hizo con nosotros.


      Aun y cuando éramos pecadores, aun y siendo rebeldes, aun y siendo ofensivos por naturaleza al ser santo y perfecto de Dios, él nos amó. Dios nos amó para que el resultado fuese ser llamados hijos de Dios, nos amó para redimirnos y adoptarnos como sus hijos ¡qué gran amor el de nuestro Padre celestial! Nos amó para convertirse en nuestro Padre y nos amó para llevarnos a su familia y darnos todos los derechos y herencia por ser sus hijos. ¿Cómo Dios pudo hacer algo así? La respuesta es porque su amor adoptivo siempre fue, es y será en el Hijo amado en quien el Padre celestial tiene complacencia. Dios nos amó en su Hijo Jesucristo y en él nos adoptó como sus hijos. Jesucristo es el Hijo eterno por excelencia y nuestra adopción es derivada de él. Es por esto que, el amor adoptivo de Dios es bien específico y concreto para aquellos que creen en Cristo. Juan en su evangelio establece que únicamente aquellos que han creído en Cristo tienen dada esta potestad de ser hechos hijos de Dios “mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:12-13). Uno no puede hacerse hijo de Dios, es un don dado del gran amor de Dios derramado en nuestra vida en la persona de su Hijo Jesucristo. Aun y cuando a muchos les gusta hablar de que todos somos hijos de Dios, esto no es así. Únicamente el que ha creído que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Únicamente el que le ha aceptado como Señor y Salvador. Únicamente aquel que se ha arrepentido y confesado sus pecados a los pies de Cristo por la gracia de Dios, es hecho hijo de Dios por el gran amor del Padre celestial. Por tanto, únicamente el creyente en Jesucristo ha sido amado por el amor adoptivo del Padre y hecho hijo de Dios. Todo lo que tiene de grande este amor de nuestro Padre lo tiene también de específico. Esta es nuestra identidad como creyentes, somos hijos de Dios y verdaderamente lo somos aun y cuando el mundo no lo reconozca.
      El ser hijos de Dios por el gran amor de nuestro Padre celestial, por un lado nos posiciona como creyentes en una posición gloriosa, ahora Dios es nuestro Padre. Por otro lado, nos posiciona en una posición difícil con el mundo. La razón de ser hijos de Dios es la razón por la cual el mundo no nos conoce “por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él”. El mundo desconoce a Dios, no le conoce y reconoce como Dios y mucho menos como Padre, es por ello que no conoce a los que son nacidos de él. Ahora bien, sea como sea, opine lo que el mundo opine, nuestra identidad no cambia. Cierto es que nuestra sociedad tiene problemas serios y profundos en cuanto a cuestiones de identidad pero, como creyentes no podemos ni debemos tenerlos. Amados por el Padre en su Hijo Jesucristo somos hechos hijos de Dios. Esta es nuestra identidad, la que tenemos y la que debemos vivir. Cuando haya aquellos que quieran menospreciarte por quién eres, no puedes olvidarte nunca que eres amado por el Padre y hecho su hijo en Cristo. Aun y cuando el mundo te proponga los deleitas y delicias efímeros, no te olvides que eres amado por el Padre, hecho su hijo y como tal debes vivir para la gloria y honra de tu Padre celestial.