¡MÁS DULCE
QUE LA MIEL!
“¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca.
De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto,
he aborrecido todo camino de mentira”
(Salmo 119:103-104)

      Las cartas de amor entre enamorados es algo que la historia recoge de manera abundante. A lo largo de siglos y siglos enamorados que estaban separados por la distancia, se han escrito cartas expresando su amor y sus sentimientos el uno hacia el otro. Aun y cuando en los tiempos de hoy en día esta práctica casi se ha perdido o quizás se ha digitalizado, todavía siguen existiendo aquellos que encuentran en la palabra escrita el medio para expresar su amor hacia la otra persona. La palabra escrita se convierte en algo dulce para el enamorado que la lee. Algo que es característico en esta correspondencia es que, por lo general, los enamorados suelen guardar las cartas. Atesoran y guardan esas cartas porque ellas son la presencia en forma escrita de aquella persona que no pueden tener a su lado. Por ello, cuando la distancia hace mella, la lectura nuevamente de esas cartas trae al presente la presencia del ser amado que está lejos. Sin duda alguna, podrían exclamar lo mismo que exclamó el salmista “¡cuán dulces son a mi paladar tus palabras!”. Si las palabras de un ser humano pueden llegar a ser dulces para otra persona, ¡cuánto más las palabras de Dios! El salmista expresa de manera clara lo que las palabras de Dios significan para él en el Salmo 119:103-104 “¡cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca. De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira”. Para el salmista las palabras de su Dios son dulces en gran manera. La razón de esa dulzura reside en el hecho que las palabras de Dios hacen sabio al salmista. Por último, las palabras de Dios conllevan el resultado de una vida íntegra delante de Dios.
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Dios mío, gracias por tus palabras. Padre, hubieses podido quedarte en silencio, hablando únicamente en la intimidad de la Trinidad pero no fue así. Nos hiciste llegar tus palabras, hasta el punto de ver tu Palabra viva encarnada en la persona de nuestro Señor Jesucristo. Dios mío te pido que me ayudes a que pueda experimentar la dulzura de tus palabras. Ayúdame a adquirir sabiduría de ellas para vivir íntegramente delante de ti. Padre, ayúdame a enseñar a los que me rodean la dulzura de tus santas palabras. Amén.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

Salmo 119:97-104

MIÉRCOLES

Salmo 1:1-6

JUEVES

Salmo 19:1-14

VIERNES

2ª Pedro 1:19-21

SÁBADO

2ª Timoteo 3:12-17
      El salmista expresa con una exclamación clara lo que las palabras de Dios representan para él “¡cuán dulces son a mi palabras tus palabras!” No hay duda alguna que la imagen es clara. El salmista utiliza el sentido del gusto para describir el efecto que la palabra de Dios tiene en su vida. Las palabras “paladar” y “boca” y posiblemente la imagen implícita de comer las palabras de Dios, muestran que esas palabras no quedaron en algo externo al salmista. Así como uno come alimentos por su boca y estos pasan a ser parte de él, la palabra de Dios no quedó en algo escrito de manera externa a la vida del salmista sino que pasó a formar parte de él. Sin duda alguna, el uso del sentido del gusto muestra el impacto que esas palabras tuvieron para el salmista, fueron “dulces a su paladar”. La imagen de la dulzura es algo que la Biblia misma utiliza para hablar de su efecto en la vida de la persona. Aun y cuando la dulzura de la palabra de Dios es en ocasiones también combinada con el sentido de ser “amarga”, de manera última la palabra de Dios resulta siempre dulce para aquel que la adquiere y en ella medita. Para el apóstol Juan aun y cuando la palabra de Dios fue amarga para su vientre, en su boca la palabra profética de Dios fue más dulce que la miel (Apocalipsis 10:9-10). Para el profeta Jeremías, la palabra de Dios fue de gozo y alegría a su corazón (Jeremías 15:16). De la misma manera el salmista utiliza la imagen de la dulzura para describir el efecto de la palabra de Dios en su vida.
      Por lo general, algo dulce al paladar suele ser algo agradable. Aun y cuando hay personas que lo dulce no les gusta mucho, lo cierto es que la imagen no se ciñe a interpretarse en base a gustos personales e individuales. El efecto de la palabra de Dios fue “dulce”, es decir, fue algo agradable y apetecible para comer. Las palabras de Dios no fueron desagradables, no fueron ni amargas ni ácidas de tal manera que no pudiesen ser asimiladas por salmista. Todo lo contrario, las palabras de Dios fueron agradables y apetecibles para la vida del salmista. Las palabras de su Dios fueron dulces en gran manera. El salmista no se limita a decir que fueron dulces a su boca sino que las compara con uno de los alimentos más dulces que pueden existir, la miel. Para el salmista las palabras de Dios son “más dulces que la miel a mi boca”. La miel es uno de los alimentos que está situado dentro de las tres primeras posiciones de alimentos dulces, pocos alimentos naturales superan a la miel en dulzura. Para el salmista la palabra de Dios a su vida supera la dulzura misma de la miel. Las palabras de su Dios son más dulces, más agradables, más apetecibles, más deseables que la misma miel que destila del panal (Salmo 19:10). Sin lugar a dudas el salmista entiende lo buena que es la palabra de Dios en la vida, no es de extrañar que llegue a exclamar “¡oh, cuánto amo yo tu ley!” (Salmo 119:97).


      Si hay algo que las palabras del salmista deberían despertar en todo hijo e hija de Dios por la gracia divina, debería ser el mismo sentimiento del salmista. Debería existir en todo creyente una experiencia no solamente teórica sino vivencial de saber que la palabra de Dios es en gran extremo dulce, agradable y deseable para nuestra vida.  Porque sin duda alguna lo es ¿cómo podría provenir algo desagradable y no deseable de nuestro Dios quien es precioso y deseable en gran manera para nuestras almas? ¿Cómo sus palabras no podrían ser deseables a nuestra vida siendo las palabras de nuestro Dios? en todo creyente debería existir la misma exclamación del salmista “¡cuán dulces son a mi paladar tus palabras!”. Y la razón de dicha dulzura reside en el hecho que las palabras de Dios son las únicas que hacen al creyente sabio en la vida. El salmista dice “de tus mandamientos he adquirido inteligencia”. De los mandamientos o palabras de Dios el salmista a sacado inteligencia o sabiduría, tal y como lo expresa en el v.98 “me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos”. Las palabras de Dios no son únicamente la fuente de la cual el salmista ha adquirido sabiduría sino que también, la palabra de Dios es el medio utilizado por el Dios de la palabra para hacer sabio al salmista. Sin duda alguna, esta es la razón por la cual las palabras de Dios son más dulces que la miel en la vida.
      Una de las funciones de la palabra de Dios es hacer sabio al ser humano para salvación (2ª Timoteo 3:15). La palabra de Dios es el medio principal que Dios mismo usa para traer el conocimiento de salvación por fe en Jesucristo. Pero, la palabra de Dios es también el medio que Dios usa para que el creyente adquiera sabiduría para poder vivir en la vida. La sabiduría es saber aplicar a la vida diaria ciertos conocimientos. Ahora bien, para el creyente, dicha vida sabia no es una vida como el resto del mundo la vive. Para el creyente el principio de la sabiduría es el temor a Jehová (Proverbios 1:7). Es el conocimiento de Dios, el temor de Dios, la honra y gloria de Dios el inicio de una vida verdaderamente sabia. Las palabras de Dios son más dulces que la miel porque son las que producen una vida que se vive bajo el conocimiento de que es Dios quien debe recibir la gloria y el honor, Una vida que no puede vivirse de cualquier manera porque su inicio surge del temor y honor al Dios Altísimo. Los sabios y entendidos de este mundo pueden vivir sus vidas pensándose que son vividas sabiamente pero, si dicha vida no parte del conocimiento de Dios y del temor a Dios dista mucho de ser una vida sabia. Si no busca el honrar a Dios y no entiende que debe vivirse en los caminos de Dios, entonces, es como el espejismo en un desierto, parece ser sabia pero cuando uno se acerca, no hay nada allí. La verdadera sabiduría en la vida no se encuentran en los colegios, tampoco se encuentra en las universidades. No se adquiere en la experiencia de la vida aun y cuando digan que la experiencia es un grado. El salmista tiene claro de dónde ha adquirido inteligencia y sabiduría para la vida que le hace más entendido que los enseñadores de su tiempo y más que los ancianos de su generación (vv.98-99). Su sabiduría fluye de las palabras de su Dios, y esta es la razón por la cual son más dulces que la miel. Esto será así también para todo creyente.
      La vida verdaderamente sabia la adquirimos de las palabras de nuestro Dios. Quizás uno debería preguntarse ¿cuánto tiempo pasamos meditando en ellas? Los estudiantes pueden pasar horas inmersos en sus libros de textos. Los trabajadores pueden pasar horas dedicados a sus trabajos para prosperar en ellos pero, ¿cuánto tiempo pasamos como creyentes dedicados a meditar en la fuente de toda sabiduría? ¿Cuánto tiempo pasamos meditando en las palabras de nuestro Dios? De ellas adquirimos sabiduría para un resultado vital en la vida, una vida íntegra a los ojos de nuestro Dios. El salmista sabe que, la dulzura de las palabras de Dios se debe a que de ellas ha adquirido inteligencia y el resultado final es una vida íntegra delante de Dios “por tanto, he aborrecido todo camino de mentira”. Tanto en los tiempos del salmista como en los nuestros había y hay caminos que pueden parecer a los ojos del ser humano rectos y verdaderos pero su esencia es “camino de mentira”. Hay muchos caminos anchos en la sociedad y mucho caminan por ellos. Un tiempo que vive engañando y siendo engañado solamente puede producir caminos de engaño. ¿Cómo vivir una vida que ande por camino de verdad? ¿Cómo vivir una vida íntegra que ande conforme al Dios único y verdadero? ¿Cómo vivir una vida íntegra y sabia bajo el temor de Dios? La única manera es adquiriendo sabiduría de las palabras de Dios. Una sabiduría que será una vida de integridad a los ojos de Dios.
      Una vida que no anda en camino de mentira contrario a Dios ni tampoco anda por consejo de malos sino que, en la ley de Jehová está su delicia y como árbol plantado junto a corrientes de aguas da su fruto de integridad delante de Dios. Sin duda alguna, el ejemplo prefecto de ello es nuestro Señor Jesucristo.



      Jesucristo fue quien encontró en todo tiempo la delicia y dulzura en las palabras de Dios. Su vida fue el cumplimiento de la sabiduría y su caminar fue siempre íntegro delante del Padre. Es por esto que esa vida y ese caminar le encaminó a ser nuestro sacrificio perfecto en la cruz para perdón de nuestros pecados y el ejemplo perfecto que debemos seguir de aquel que dijo “¡cuán dulces son tus palabras a mi paladar!” Más que la miel a mi boca. De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira”. Que en nuestra vida podamos exclamar “¡cuán dulces son tus palabras a mi paladar! Más dulces que la mie”. Que en nuestra vida podamos enseñar a nuestros seres queridos la dulzura de las palabras de nuestro Dios para la vida.