SANTOS PARA LA VENIDA
DEL SEÑOR
“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.
Fiel es el que os llama, el cual también lo hará”
(1ª Tesalonicenses 5:23-24)

      Una realidad de vital importancia en la vida del creyente es la santificación. Aquellos que hemos sido redimidos por la gracia de Dios en nuestro Señor Jesucristo, estamos llamados a vivir en la esfera de la realidad de la santificación. Todo nuestro ser debe ser puesto al servicio del fruto de la santificación que brota de la nueva vida que hay en nosotros. Nuestros cuerpos ya no deberían ser instrumentos usados para el servicio del pecado sino para el servicio de la justicia y la santidad. Tomando las palabras de Jesús en un pequeña parábola, el árbol bueno no puede dar mal furto y el árbol malo no puede dar buen fruto. Si la vida del Cristo resucitado es la vida que ahora está en todo creyente, entonces, el fruto que debe surgir es el fruto de la santificación. Esto hace que, la santidad en el creyente no sea una opción sino la evidencia de su unión en Cristo y su nueva vida en él. Unidos a Jesucristo nos es dada una nueva vida para vivirla para la gloria de Dios Padre. Una vida cuyo fruto es la santificación y cuyo fin la vida eterna (Romanos 6:22). Por ello, el tener por fruto la santificación no es meramente un asunto de ser santos en el presente, es algo que apunta al fin último de nuestro camino como hijos de Dios. La santificación se extiende más allá de nuestro presente, ciertamente se produce y se obra en el día a día de nuestra vida pero, su fin es prepararnos no únicamente para el presente sino primeramente para la eternidad misma. No podría ser de otra manera ya que, habiendo sido renacidos para el cielo mismo, el cielo no permite mas que santidad.
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Dios y Padre gracias quiero darte porque tú que eres Santo obras la santificación en mi vida. Gracias Padre porque sé que al fin de los días tu obra de santificación será plena, perfecta y completada en mí. Gracias Padre porque eres fiel y cuando tu Hijo venga en ese día yo y todo tu pueblo seremos presentados delante de ti santos y sin mancha con una gran alegría. Padre, solamente te pido, ayúdame a vivir en santidad. Ayúdame a que dicha verdad me ayude a vivir en el presente en el fruto de la santificación para gloria a tu nombre. Amén.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

1º Tesalonicenses 5:12-28

MIÉRCOLES

Romanos 6:1-11

JUEVES

Romanos 6:12-23

VIERNES

1ª Pedro 1:13-21

SÁBADO

Isaías 6:1-7
      Siendo nuestro hogar eterno la morada del Dios Santo, no es de extrañar que aquellos que esperamos la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestro hogar de gloria debamos ser ya santificados para ese día glorioso. Esto es precisamente lo que el apóstol Pablo comunicó a los creyentes en Tesalónica “y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo: fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1ª Tesalonicenses 5:23-24).
      Dos pequeños versículos en los que el apóstol Pablo engasta una gran cantidad de piedras preciosas. Primero, el apóstol nos indica que la santificación es la obra divina en nuestra vida. Segundo, la santificación es la obra completa de Dios en todo nuestro ser para el día de Jesucristo y tercero, la confianza que la santificación será llevada acabo por la fidelidad del Dios que nos llamó. Siempre se ha dicho que la santificación es una doctrina que es un tanto distinta al resto de doctrinas. Esto es así porque en la santificación el creyente tiene parte y responsabilidad en ella. Todo creyente salvado en Cristo es, sin excepción alguna santo, pero está llamado a la santificación, es decir, está llamado a que su vida sea consagrada a su Dios. Una vida que tome la responsabilidad y haga el esfuerzo, muchas veces difícil, de no servir al pecado sino de vivir en obediencia a Dios. Una vida cuyo comportamiento sea la exposición de lo que significa la fidelidad y lealtad a Dios. En cierta manera, bajo esta categoría es que se incluyen las últimas exhortaciones de Pablo a los Tesalonicenses.


      Pablo ruega a esos creyentes que reconozcan a los que trabajan y les presiden en el Señor, que amonesten a los ociosos, que alienten a los de poco ánimo, que ninguno pague mal por mal, que estén siempre gozosos, que oren sin cesar, que den gracias a Dios en todo, que no apaguen el Espíritu, que no menosprecien el mensaje profético, que lo examinen todo y retengan lo bueno, que se abstengan de toda clase de mal (1ª Tesalonicenses 5:12-21). ¿Qué son todas estas exhortaciones? No son más que la exposición de una vida de santidad, no son más que el fruto de la santificación, no son más que una vida que camina en el proceso de la santificación. Podría pensarse que la santificación en la vida se muestra con grandes milagros, grandes hazañas espirituales muchas de ellas alejadas y prácticamente inalcanzables para el santo de cada día pero, no es así. La santidad no consiste en grandes hazañas espirituales sino en una vida leal y fiel al Dios Santo. En estas exhortaciones Pablo nos da un catálogo del proceso de santificación en nuestra vida que debemos esforzarnos en obedecer, ahora bien, no es nada fácil. Es más, sería algo imposible de poderlo realizar si Dios no fuese aquel que estuviese obrando en nosotros, si Dios no fuese aquel que primeramente está obrando la obra de la santificación en nuestra vida “y el mismo Dios de paz os santifique por completo”.  Las palabras del apóstol está ligadas de manera directa con las exhortaciones. Es como si Pablo dijese “os rogamos que viváis de esta manera santa y el mismo Dios de paz os santifique de manera plena y definitiva”. La santificación, aun y cuando tengamos responsabilidad en ella, es de manera primera y última la obra del Dios de paz en nosotros.
      Dios es quien primeramente obra la santificación en nuestra vida, su obrar es el que produce el fruto y nos capacita para que entonces nosotros podamos vivir en dicho fruto de la santificación. Su querer y su hacer por su buena voluntad en nosotros es lo que permite que nos ocupemos de nuestra salvación con temor y temblor. Por medio de su palabra, su Espíritu y a través de los distintos medios de gracia que Dios ha dejado a su pueblo, obra la santificación en nosotros. Pablo era consciente de ello y por eso pide que dicha santificación de Dios en la vida de los suyos sea completa, porque no podría ser de otra manera.
      El deseo y petición de Pablo es que Dios santifique de manera completa y por ello especifica esa plenitud de la santificación “todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo”. La santificación que Dios obra en nuestra vida no es ni puede ser una santificación incompleta, debe abarcar a todo lo que somos. Dios no dejará nada en nosotros sin ser consagrado para él, todo lo que somos será santo de manera plena. Nuestro espíritu será santo, nuestra alma será santa, nuestro cuerpo será santo. Así como su salvación es completa también su santificación. Quizás hay una buena lección a aprender aquí ya que algunos en su vida se olvidan que la santificación es algo que debe abarcar a todo lo que somos. Algunos santifican su espíritu y alma pero se olvidan de su cuerpo. Algunos se esfuerzan en sus cuerpos mientras se olvidan del ejercicio de la piedad. Otros santifican sus vidas los domingos pero se olvidan del resto de la semana. No así con Dios, su santificación será completa, abarcará todo lo que somos ¿por qué? Porque todo lo que somos debe ser “guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”.


      En cierta manera la santificación tiene un efecto preservador. Dios santifica todo nuestro ser en el proceso de nuestra vida de tal manera que seamos guardados irreprensibles, es decir, al final de dicho proceso pueda decirse de nosotros que hemos sido guardados sin mancha y sin caída ¿quién podría imaginarse algo así? Sabemos que aun y haber vivido por la gracia de Dios una vida en el fruto de la santidad, no somos irreprensibles. Sabemos que hay manchas oscuras en nuestro camino de santificación. Si nos situamos al final de los días y miramos atrás, podemos ver las veces que en nuestra santidad hemos caminado más hacia atrás que hacia adelante. Podemos ver esas manchas negras que como un vertido tóxico han manchado y empañado nuestro camino. Pero, ninguna de esas manchas empaña y frena la obra de santificación de Dios en nosotros. Al final él nos santificará por completo y todo nuestro ser será irreprensible para el gran momento en que nuestro Señor Jesucristo venga. En ese día ningún hijo de Dios no dará la talla o se quedará corto en la santificación. En ese día quizás nos daremos cuenta que, aun y los tropiezos de nuestra vida, aun y las dificultades que hemos tenido en nuestro proceso de santificación, en ese día nos daremos cuenta que Dios ha estado en todo momento obrando la santificación en nosotros. A veces de manera perceptible como ese río de aguas bravas que arrastra con fuerza y nada puede hacerse contra la corriente. Pero, otras veces de manera imperceptible como ese río que desaparece de la superficie, se filtra bajo tierra pero su corriente sigue presente.
      Sea como sea, en ese día quizás nos daremos cuenta cómo Dios ha estado santificándonos y cuando Cristo aparezca dicha santificación será completa, guardados irreprensibles, santos y sin mancha delante de él. Con la venida de Cristo la consumación de la santidad entrará plenamente en la historia y ninguna mota de impureza será permitida. Por ello, gracias a Dios que habremos sido santificados por completo y guardados irreprensibles, de otra manera no tendríamos cabida. ¡Qué gran esperanza es esta! Una esperanza que sabemos es firme porque Dios que nos ha llamado a ella es fiel “fiel es el que os llama, el cual también lo hará”.
      La confianza de la plenitud de dicha santificación en el día de la venida de Cristo es la fidelidad del Dios que no ha llamado a ello. A esto nos ha llamado Dios. Ya desde el Antiguo Testamento el llamado de Dios a su pueblo era, “sed santos porque yo soy Santo”. Dicho llamado sigue en el Nuevo Testamento, a esto nos ha llamado Dios. Su llamado es un llamado a la santidad, a ser santificados para vivir eternamente con nuestro Santo Dios. Su llamado no falló cuando nos llamó de manera eficaz a los pies de Cristo y, por tanto, su llamado tampoco fallará en la santificación completa, última y perfecta. Si Dios no fuese fiel en santificarnos plenamente para la venida de Cristo, entonces, su llamado de salvación habría fallado y esto es algo impensable e imposible. Por ello, ciertamente la vida de santificación muchas veces es difícil. En ocasiones la lucha no es fácil, el mundo no nos lo pone fácil y la realidad que todavía no vivimos en la gloria tampoco nos lo pone fácil. Pero, vivimos en el fruto y responsabilidad de la santificación sabiendo que la victoria en ello es segura. Sabemos que Dios obra y llevará a plenitud nuestra santificación. Sabemos que al final estaremos listos para nuestro Señor Jesucristo. Sabemos que el llamado de Dios y su fidelidad no fallan, por ello, os rogamos que viváis en santidad.