DELICIA EN MEDIO DE LAS AFLICCIONES
“Si tu ley no hubiese sido mi delicia, ya en mi aflicción hubiera perecido”
(Salmo 119:92)
      Hay común denominadores en la vida de todo ser humano y uno de ellos es la aflicción. La aflicción es la acción o el resultado de afligirse y suele hacer referencia a un sentimiento de angustia, tristeza, pena o dolor. No es nada nuevo decir que la aflicción es una realidad que en mayor o menor grado se hace presente en la vida de todo ser humano. En algunas ocasiones, la aflicción puede darse en grado mínimo, una simple angustia, desilusión o intranquilidad por algún acontecimiento vivido en la vida. En otros casos, la aflicción puede darse en grado máximo, un sentimiento profundo y demoledor de tristeza, dolor y pena que absorbe plenamente el ánimo que pueda haber en nosotros. La aflicción, si se extiende en el tiempo, es semejante a un barco que no tiene ancla que lo sujete y es llevado por las corrientes marinas hasta que poco a poco acaba hundiéndose en lo profundo del mar. Tristemente, la aflicción es parte de nuestra vida porque vivimos en un mundo que él mismo gime con dolores de parto y sufre en su propia naturaleza la realidad de la aflicción, por lo que no hay ser humano que se escape de esta triste y dolorosa realidad. Rico o pobre, joven o adulto, hombre o mujeres, todos, en un momento u otro de su vida se enfrentan con la aflicción. Ciertamente la Biblia no es ajena a ello. La revelación de nuestro Dios nos muestra en más de una ocasión la realidad de la aflicción en la vida de santos que, aun y no ser perfectos, servían a Dios honestamente. Entre ellos se encuentra el autor del Salmo 119 quien nos descubre a lo largo de su salmo la realidad de la aflicción en su vida. Ahora bien, así como la aflicción era algo que el salmista debía enfrentar, también nos muestra dónde estaba la delicia que sustentaba su vida y que era el antídoto para la aflicción que vivía: “si tu ley no hubiese sido mi delicia, ya en mi aflicción hubiera perecido” (Salmo 119:92).
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
Copyright 2013 Iglesia Evangélica Bautista "Piedra de Ayuda" - C/San Eusebio, 54 - 08006 Barcelona. España
Dios mío, cuánto deseo que el clamor del salmista pueda ser también mi clamor “si tu ley no hubiese sido mi delicia, ya en mi aflicción hubiese perecido”. Dios mío, por tu gracia ayúdame a que tu palabra sea la fuente de las delicias en mi vida, en especial, en el momento de la aflicción para que en ellas no perezca. Gracias por tu palabra eterna, sustentadora y fiel pero Padre, necesito de ti, necesito que día a día mi delicia esté en tu Santa Palabra. Ayúdame en ello para la gloria de tu nombre. Amén.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

Salmo 119:89-96

MIÉRCOLES

Isaías 40: 1-11

JUEVES

1ª Pedro 1:22-25

VIERNES

Salmo 119:1-8

SÁBADO

Hebreos 1:1-3
      Las palabras del salmista en el Salmo 119:92 están expresadas como una condición “si no hubiese … ya en mi aflicción”, es decir, hay una condición. Si no se hubiese dado la condición de que la ley de Dios hubiese sido la delicia del salmista, entonces se habría cumplido sin ningún tipo de duda el que hubiese perecido plenamente en la aflicción en la cual se encontraba. Por tanto, en esta condición, el salmista muestra que la condición vital y esencial para no perecer en medio de la aflicción es la delicia que uno puede encontrar en la ley de Dios. El salmista en medio de la aflicción reconoce que había algo que era su delicia y el gozo de su vida, la ley de su Dios. Resultan impactantes las palabras del salmista ya que hay algo que es difícil de encontrar en la aflicción y esto es la delicia y el gozo. Si hay algo que caracteriza a la aflicción es la falta de delicia, la falta de gozo el cual es sustituido por el desánimo y el afán. Pero, no fue así para el salmista. Sin lugar a dudas, la aflicción que el salmista podía experimenta era seria y profunda. El salmista habla de “perecer” en su aflicción, fuese cual fuese la aflicción en su vida, su fin habría sido el perecer en ella. La realidad del salmista es la realidad que muchas veces puede estar en nosotros. La aflicción puede parecer una sentencia de muerte en nosotros si es dura, dolorosa y en especial, prolongada en el tiempo. Muchas veces dependiendo de la situación que genera la aflicción, puede ser descrita como “una muerte en vida”. Uno va pereciendo poco a poco en medio de esa aflicción. Así estaba el salmista, ese sería su fin en su aflicción a menos que algo hubiese sido la delicia del salmista y esa delicia la encontró en la ley de su Dios “si tu ley no hubiese sido mi delicia”.


      Aquí está la condición esencial para que el salmista pudiese pasar esa valle de sombra de muerte de la aflicción sin perecer en medio de ella, la delicia que suponía para su vida la ley de Dios. ¿Por qué eso sería así? En los vv.89-91 el salmista describe la palabra de Dios como eterna “para siempre, oh Jehová, permanece tu palabra en los cielos” (v.89). El salmista sabe que la palabra de Dios es eterna, no perece, no tiene fin sino que permanece para siempre y eternamente está establecida en los cielos. Para el salmista un lugar en el que la palabra de su Dios es establecida eternamente es “en los cielos”, es decir, en la creación misma. La creación misma se convierte en la revelación o el testigo general y continuo que la palabra de Dios permanece por los siglos de los siglos. Todo puede cambiar, todo puede mudar como mudan las hojas de los árboles en otoño. La hierba del campo puede secarse, las flores pueden marchitarse, la vida del ser humano puede dejar de ser pero, la palabra de nuestro Dios permanece para siempre (Isaías 40:7-8; 1ª Pedro 23-25). Fue la palabra de Dios la que trajo en existencia todo lo creado, Dios dijo y todo fue hecho.
  De la misma manera es Dios mismo quien con el poder de su palabra sustenta y ordena todo lo creado (Hebreos 1:3). El orden, control, mantenimiento y sustento de toda la creación, Dios lo ejerce con el poder de su palabra. La palabra de Dios es la instrucción que gobierna el universo. No es la ley de la gravedad, no son las leyes cuánticas, sino la ley o instrucción de Dios. Él les puso ley a los cielos que no será quebrantada (Salmo 148:6). Todas las otras leyes quedan gobernadas por la palabra de Dios que permanece para siempre en los cielos. Esta es la razón por la cual el salmista habla que Dios afirmó la tierra y ésta subsiste.
      Con su palabra afirmó la tierra y con su palabra la sustenta y la ordena “por tu ordenación subsisten todas las cosas hasta hoy, pues todas ellas te sirven” (v.91). Justo hasta ese mismo momento en la vida del salmista “hasta hoy”, puede decir que Dios ordena todo lo creado y hasta hoy todo subsiste y se mantiene en funcionamiento por la palabra de Dios que permanece para siempre en los cielos. La creación en sí misma es el testigo de la palabra eterna de Dios que ordena y lo mantiene todo. La doctrina de la providencia, que es la preservación, control y gobierno de Dios de todo lo creado y de la historia misma, es el testimonio de la fidelidad de Dios de generación en generación y la evidencia de que su palabra sigue permaneciendo eterna como el primer día que fue escuchada en la creación. La palabra de Dios es eterna, creadora y sustentadora y es esta palabra la que sustenta la vida del salmista y en la que él encuentra delicia. Es la instrucción o ley de Dios la que supone las “delicias” del salmista. El salmista en realidad no habla de “delicia” en singular sino de “delicias” en plural. Más de un deleite se encuentra en esa instrucción de Dios. Pero, cabe notar que es en la palabra eterna, creadora y sustentadora de todo el universo en la que el salmista encuentra las delicias de su vida. Si la palabra eterna de Dios ordena y sustenta todo el universo sin lugar a dudas sustentará la vida del salmista en la mortal aflicción. Esta es la gran verdad, su palabra instruye el universo y lo sustenta hasta hoy, y esto debe traernos la confianza y delicia que esa misma palabra sustentará en medio de la aflicción nuestras vidas. Por esto encuentra el salmista delicias en la ley de Dios.


      Resulta fácil perder muchas veces las delicias de la ley de Dios. Hay situaciones que pueden hacernos perder la delicia de nuestra vida en las grandezas de la ley y palabra de nuestro Dios. El predicador puede perder las delicias en la palabra de Dios cuando puede parecer que esa palabra vuelve domingo tras domingo vacía. El maestro puede perder las delicias en la ley de Dios cuando parece que su poder santificador es inexistente. El creyente puede vivir situaciones de aflicción que le hagan perder sus delicias en la palabra de Dios porque parece que la promesa de la presencia de Dios se ha desvanecido en su vida.
      Pero, algo podemos aprender del salmista. Sin lugar a dudas el salmista meditaba en la ley de Dios, en sus mandamientos, en su contenido. Es el contenido de la palabra de Dios el que debe ser nuestras delicias pero, también las características de la palabra de Dios. Su eternidad, su poder, su infalible fidelidad son características en las que podemos y debemos encontrar nuestras delicias. Quizás, deberíamos meditar más no solamente en el contenido de la palabra sino también en las características de la palabra de Dios que nos ha sido dada. La palabra de nuestro Dios es deliciosa en su contenido y en sus características y es esas delicias la que nos sustentará en la aflicción. Fue así para el salmista y también para nuestro Señor Jesucristo.
      En medio de la aflicción de la tentación en el desierto, Jesús respondió con la palabra de Dios basada en Deuteronomio. En la gran aflicción de la cruz siendo el justo que pagaba por los pecados de nosotros los culpables, sus palabras eran la expresión una y otra vez de la palabra eterna de su Dios. En la aflicción que le llevó a la muerte su sustento fue la eterna palabra de Dios, su respirar fue la palabra de Dios e incluso su última exhalación fue la exhalación de la palabra eterna de Dios “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46; Salmo 31:5). Ciertamente debemos aprender de ello y saber que si en la aflicción la palabra eterna y sustentadora de nuestro Dios no es nuestra delicia, entonces, más cerca estaremos de perecer en nuestra aflicción. El peso de la aflicción y tristezas de este mundo puede ser mortal y es entonces que debemos saber que nada, salvo la palabra de nuestro Dios, será capaz de avivar nuestra fe y sustentar un corazón que se hunde y perece en la aflicción. No perdamos que la palabra de nuestro Dios sea nuestras delicias. No permitamos que la palabra de Dios deje de deleitar nuestras vidas porque, ciertamente las aflicciones vendrán y también pasarán pero, es la palabra de nuestro Dios la que permanece para siempre.