ENTRÓ EN EL TEMPLO
“Y entró en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendía palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó”
(Mateo 21:12-14)
      Jesús lo hizo y constituyó un evento que quedó bien marcado en la conciencia de aquellos que lo vivieron hasta el punto de quedar recogido en los cuatro evangelios. Tanto los tres Sinópticos como el evangelio de Juan, recogen la limpieza o purificación del templo. A diferencia de Juan, los Sinópticos sitúan la purificación del templo después de la entrada triunfal, ahora bien, cada uno de ellos la sitúan en un contexto concreto que sirve a la teológica del evangelista y al propósito que quiere comunicar. En el evangelio de Mateo la conexión entre la entrada triunfal y la purificación del templo muestra el triunfo del evangelio del reino de Dios en tres aspectos; primero llamando al arrepentimiento a su pueblo, segundo purificando un pueblo para sí mismo y tercero anunciando los triunfos de la cruz.


      El acontecimiento que aparece justamente antes a la entrada del templo es otra entrada. Jesús entró triunfante en Jerusalén montado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga (Mateo 21:5). La entrada triunfal de Jesús a Jerusalén es el contexto previo a la entrada de Jesús en el templo para limpiarlo y purificarlo. Jesús entró triunfante en la ciudad santa aclamado como el Hijo de David que venía en nombre del Señor (Mateo 5:9). Dentro de todo el contexto de Mateo, la entrada triunfal es una identificación de Jesús como el Mesías, el verdadero Rey de su pueblo que entraba triunfante. Ahora bien, su entrada ya era un anuncio de que su triunfo no sería dado por medio de la fuerza sino por medio de la humildad y el sacrificio. Jesús entró triunfante en Jerusalén, montado sobre un pollino, un animal que más tenía que ver con la humildad y no con la guerra y fortaleza como hubiese sido la entrada montado sobre un caballo, el caballo era el símbolo de guerra y fortaleza. Seguramente, a ningún emperador romano del primer siglo se le hubiese ocurrido entrar triunfante montado sobre un pollino. De la misma manera, a lo largo de la historia, las entradas triunfales de reyes o gobernantes han sido muestras de ostentación del poder del rey o gobernante sobre el pueblo. Muchas ciudades europeas tienen Arcos del Triunfo que eran usados como la puerta de entrada triunfal de reyes en el pasado. Jesús entró triunfante en Jerusalén, la ciudad de Dios abrió sus puertas y el Rey de gloria entró por ellas. Sin embargo, entró sobre un pollino símbolo de mansedumbre y humildad. Esto llama la atención porque dicha entrada triunfal en humildad y mansedumbre no impidió que con firmeza Jesús purificase el templo.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Dios mío, gracias por haberme salvado. Ciertamente antes de Jesucristo era como árbol seco pero tu salvación me llevó a formar parte de tu pueblo. Pueblo adquirido con la sangre preciosa de tu Hijo. Pueblo adquirido por los triunfos de la cruz. Gracias por haberme hecho parte de tu pueblo para adorarte. Ayúdame a que mi vida sea el culto racional que deber ser, un sacrificio vivo de adoración a mi Dios. Amén.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

Isaías 56:1-12

MIÉRCOLES

Jeremías 7:1-34

JUEVES

Mateo 21:1-46

VIERNES

Juan 2:12-25

SÁBADO

Marcos 11:1-33
      El tiempo de la Pascua se acercaba, el templo de Dios en Jerusalén centro de la adoración del pueblo de Israel, tenía el ajetreo diario de aquellos que iban a ofrecer sacrificios. Las mesas de aquellos que vendían animales para los sacrificios ya preparados sin defecto y sin mancha seguían con su negocio diario de asegurar las ventas para que así, nadie de los que acudía al templo se quedase sin ofrecer sacrificio. Muy probablemente situados en una esquina del atrio de los gentiles en el templo, estaban las mesas de los cambistas listas y las transacciones monetarias que se daban en ellas seguramente eran intensas. Debido a que se estaba obligado a pagar el tributo del templo y los sacrificios con divisa judía, “las casas de cambio” se habían instalado en el área de los gentiles para así poder hacer el cambio y pagar el tributo requerido. La vida del templo transcurría a pleno rendimiento, los incontables sacrificios de adoración se ofrecían a Dios, los que vendían y compraban más los cambistas estaban centrados en sus negocios alrededor de la vida del templo ¿Quién en su sano juicio hubiese querido interferir en ese día a día? ¿Quién hubiese sido capaz de frenar toda esa adoración ajetreada y constante que se ofrecía a Dios en el templo? ¿Quién entraría en el mismo centro de adoración a Dios, en la misma casa de Dios, en el corazón de la adoración de Israel a su Dios y parar bruscamente toda esa actividad? 
      Jesús echó fuera a los que vendían y compraban en el templo y volcó también las mesas de los cambistas y de los que vendían palomas “y echó a todos los que vendían y compraban en el templo y volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas”. Sin duda alguna, Jesús estaba purificando la adoración del pueblo de Dios. Una adoración en la cual muchos quizás habían encontrado la tranquilidad de conciencia y el falso refugio en la simple realización de los actos de adoración pensándose que eran suficientes como adoración a su Dios. En ocasiones la adoración puede ser un refugio para hipócritas.
      La apariencia externa en la adoración a Dios puede ser un falso refugio para aquellos que su corazón está lejos de Dios. La adoración en su apariencia y externalidad puede engañar a muchos pero nunca podrá engañar al Dios que se pretende adorar. Ahora bien, Jesús estaba haciendo mucho más que esto. La acción de Jesús mostraría algo importante, mostraría que el fruto digno para la adoración verdadera a Dios no eran primeramente esos animales que eran comprados o traídos para los sacrificios. El primer fruto digno para la adoración a Dios era el arrepentimiento. Este era el mensaje del evangelio del reino desde Juan el bautista y desde la propia venida de Cristo Jesús. Juan el bautista les dijo a los saduceos y fariseos que el fruto digno que debían hacer para el reino de los cielos era el arrepentimiento (Mateo 3:8). De la misma manera, el mensaje de Jesús fue, “arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). La purificación del templo no fue simplemente la limpieza de la alabanza y adoración del pueblo de Dios. La purificación del templo fue la muestra que aquello que debía ser verdaderamente limpiado, purificado y hecho nuevo era el propio pueblo. En cierta manera, la purificación del templo era un llamado al arrepentimiento y una muestra que ahora algo había cambiado. Ahora el centro de adoración a Dios ya no era el templo sino la persona de aquel que había entrado triunfante en Jerusalén. Ahora Jesucristo era el templo y el centro de adoración a Dios ¿Qué se requiere entonces? Se requiere responder al mensaje del evangelio con arrepentimiento y fe en Jesús quien entró triunfante en Jerusalén para purificar un pueblo nuevo que haga frutos dignos de arrepentimiento.


      Jesús mismo les da la explicación de la purificación del templo; “y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”. Jesús explica la purificación del templo con la combinación de dos texto del Antiguo Testamento, Isaías 56:7 y Jeremías 7:11. El contexto general de Isaías 56 es la visión de la salvación que llevará a la reunión del pueblo de Dios para adorar a su Dios en el templo. Dios anuncia la venida de su salvación y en esa salvación están incluidos los extranjeros y eunucos. Ninguno de ellos podrá decir cuando la salvación de Dios llegue que Jehová les ha dejado fuera de su salvación, ninguno podrá decir que son árbol seco. Dios salvará y purificará a un pueblo digno de su alabanza y adoración. Por su parte, Jeremías 7 es un llamado de advertencia y juicio a su pueblo Israel y a todos aquellos que se creían que el templo era lugar seguro para ellos aun y cuando lo habían convertido en cueva de ladrones. La combinación de las dos citas en la repuesta de Jesús para explicar la purificación del templo muestra que ahora la salvación había finalmente llegado en su persona. En el atrio de los gentiles donde sucedió la acción, Jesús estaba haciendo una declaración de juicio y salvación. Por un lado, la purificación del templo es una declaración de juicio sobre la incredulidad de Israel representada en las autoridades religiosas. En Mateo dicha incredulidad de Israel abre las puertas a la salvación de los gentiles. Jesús mismo es aquel que dará su reino a aquellos que hagan frutos dignos del mismo, es decir, reconozcan que ahora la salvación es dada por arrepentimiento y fe en el Mesías, Jesús el Cristo. Por otro lado, la purificación del templo es una declaración de que la salvación ha llegado en la persona de Jesús. Con la venida de Cristo se cumple la visión de Isaías 56, en Jesucristo es Dios quien dice “cerca está mi salvación para venir, y mi justicia para manifestarse” (Isaías 56:1). En Jesucristo es Dios diciendo que ahora ningún extranjero podrá decir “me apartará totalmente Jehová de su pueblo” (Isaías 56:3) ningún eunuco podrá decir “he aquí soy árbol seco” (Isaías 56:3) ¿por qué? Porque es Dios mismo quien dice: “yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Isaías 56:7). Dios mismo será aquel que llevará a los extranjeros, gentiles, aquellos lejos de su pueblo a su templo, allí los creará como parte de su pueblo legítimo y su adoración será plenamente aceptada por su Dios, algo que Dios hará para todos los pueblos. Esto es precisamente el triunfo que vino a mostrar la entrada triunfal junto con la purificación del templo.
      La purificación del templo es el anuncio que ahora Dios en Jesucristo recreará un pueblo que no será formado por raza sino por fe en Jesucristo. Cristo purificará un pueblo para sí mismo de todos los pueblos de este mundo. Esta es la razón por la cual después de dichas palabras Mateo menciona que “vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó”. Aquellos que vienen a Cristo para ser sanados son aquellos que reconocieron al que había venido para sanar y salvar. La entrada triunfal y la purificación del templo, en último término son el anuncio de los triunfos de la cruz porque es allí hacia donde miran estos dos eventos. Fue en la cruz que triunfó nuestro Rey de reyes. Es la cruz el llamado al arrepentimiento de pecados y fe en Jesús el Rey cuya humildad triunfó en la cruz para la salvación de aquellos que lejos estábamos de nuestro Dios.
      La entrada en Jerusalén y el templo no fue más que la antesala del verdadero triunfo, los triunfos de la cruz. Allí Jesucristo purificó - y sigue haciéndolo - a un pueblo para sí mismo, para su propia gloria. Un pueblo cuya adoración es acepta delante de Dios. Dios hubiese podido dejarnos a todos aquellos gentiles, extranjeros, desechados fuera de su pueblo y su adoración pero, la cruz de Cristo nos muestra que ahora por su gracia podemos decir que Dios no nos ha apartado totalmente de su pueblo creado en Cristo de toda tribu, lengua, raza y nación. Ninguno de aquellos que nos hemos arrepentido de nuestros pecados y confesado que Jesús es el Cristo podemos ya decir que somos árbol seco para nuestro Dios. Por el contrario, somos parte del árbol vivo del pueblo de Dios salvado para su adoración.