LA COSECHA DE LA ESPIRITUALIDAD
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad,
fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”
(Gálatas 5:22-23)
      ¿Qué es la espiritualidad? Una pregunta así, lanzada a la sociedad del siglo XXI sonaría sorpresiva y extraña. Probablemente las repuestas irán en la dirección de conceptos relacionados con filosofías orientales, técnicas de meditación y relajación y otras cosas por el estilo. Dentro del campo cristiano evangélico la pregunta sonaría más cercana, ahora bien, probablemente las repuestas serían diversas. Para unos, la espiritualidad quizás sería las emociones mostradas en la alabanza, por tanto, las emociones serían el termómetro que mediría la supuesta verdadera espiritualidad. Quizás para otros, la espiritualidad sería equiparada a la reverencia. Sin quitar la vital importancia y necesidad de la reverencia, tanto en la vida cristiana como en los cultos de adoración a Dios, la espiritualidad sería medida por la seriedad en el orden litúrgico. Todavía para otros, la espiritualidad sería confundida tristemente con el legalismo. Así como los fariseos se creían más justos y espirituales que el resto, la mal entendida y equivocada espiritualidad era usada como una forma de legalismo y juicio sobre los demás. Todas estas visiones acerca de la espiritualidad se alejan del concepto que los padres de la iglesia, y más tarde los puritanos, tenían de la espiritualidad. La historia de la iglesia y los santos del pasado nos dan lecciones que, aunque no siempre estaban en lo correcto y eran santos de su propio tiempo, en el tema de la espiritualidad estaban más cercanos al concepto bíblico.


      El concepto de espiritualidad proviene del término “espíritu”, por lo tanto, la espiritualidad estará relacionada, de una manera u otra, con la presencia y obra del Espíritu en la vida de la persona. Esta es la razón por la cual los puritanos estaban sumamente preocupados por identificar las muestras de la presencia del Espíritu de Dios en la vida de una persona. Puesto en otras palabras, estaban bien interesados en saber las evidencias de espiritualidad en la vida. ¿Por qué dicha preocupación? Porque los puritanos tenían claro que si alguno no tenía el Espíritu de Cristo, no era de él (Romanos 8:9). Los puritanos entendían que la espiritualidad tenía y sigue teniendo que ver con la obra del Espíritu Santo en la vida. Aquel que tenía el Espíritu de Cristo y pertenecía a él debía haber evidencia de la presencia de dicho Espíritu en su vida, debía haber evidencias de espiritualidad. Sin lugar a duda, este entendimiento de la espiritualidad está mucho más cercano al concepto bíblico. Si le preguntásemos a Pablo por la espiritualidad su respuesta estaría relacionada con el Espíritu Santo.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Dios mío, gracias te doy por la presencia de tu Espíritu en mí. Gracias por el fruto que él produce en mi vida. Dios mío, quiero pedirte que sigas obrando el fruto del Espíritu en mi vida, que Cristo siga siendo formado en mí. Ayúdame en tu gracia a cultivar dicho fruto sabiendo que mi espiritualidad no es primeramente mi obrar sino el tuyo en mi vida. Amén.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

Isaías 32:14-20

MIÉRCOLES

Gálatas 5:16-26

JUEVES

Romanos 8:1-8

VIERNES

Romanos 8:9-17

SÁBADO

Ezequiel 36:24-27; Jeremías 31:31-34
      Tendría que ver con la obra del Espíritu Santo en la vida de uno. Tendría que ver con mortificar las obras de la carne por el Espíritu (Romanos 8:23). Tendría que con el vivir en el Espíritu y no en las obras de la carne (Romanos 8:1). Tendría que ver con una cosecha muy particular de espiritualidad, lo que Pablo llama, “el fruto del Espíritu” en Gálatas 5:22-23 “mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”.
      Con el “fruto del Espíritu” el apóstol Pablo está definiendo en cierta manera lo que supone una verdadera espiritualidad. Primero, para el apóstol la verdadera espiritualidad está directamente relacionado con la obra del Espíritu. Segundo, la verdadera espiritualidad conlleva la evidencia de un fruto concreto en la vida. Cuando Pablo habló a los Gálatas del “fruto del Espíritu” lo hizo dentro de una comparación “mas / pero el fruto del Espíritu”. La comparación que el apóstol establece es con las obras de la carne descritas en Gálatas 5:19-21. Así como la carne produce una serie de obras, el Espíritu produce un fruto concreto y determinado. En el caso de las obras de la carne, “la carne”, es decir, la naturaleza caída y no regenerada del ser humano, es la fuente de producción de todo un curriculum de obras que no son más que la evidencia de una vida que no ha sido justificada por la gracia y fe en Cristo. En el caso del “fruto del Espíritu”, es el Espíritu la fuente, el origen, el creador de un fruto bien particular en la vida. El fruto que el Espíritu producirá será contrario a las obras de la carne, lo que el Espíritu producirá será una vida no carnal sino espiritual, es decir, el fruto que el Espíritu producirá será una verdadera espiritualidad en la persona. Es la persona del Espíritu la encargada de generar y producir el fruto que será evidencia de verdadera espiritualidad. Esto es algo que ya contemplaron los profetas en el Antiguo Testamento.


      En el Antiguo Testamento, el Espíritu de Dios está estrechamente relacionado con la creación. No solamente estaba presente en la creación misma (Génesis 1:2) sino que también es descrito como agente creador. Es el que crea una nueva vida (Ezequiel 36:24-26), es el único capaz de resucitar a huesos muertos (Ezequiel 37). Por tanto, el Espíritu es el único capaz de crear una verdadera espiritualidad marcada por un fruto. Isaías 32:14-17 habla del tiempo en que Dios derramará su Espíritu de lo alto el cual producirá un acto de nueva creación. El desierto se convertirá en campo fértil, y el campo fértil en bosque. Además, lo que el Espíritu producirá será fruto de justicia y paz. El pueblo de Israel en Isaías fue un pueblo falto de justicia y santidad, falto de verdadera espiritualidad en su vida, pero Dios anuncia que llegará el día en que derramará su Espíritu y este producirá fruto en la vida de su pueblo que será evidencia del gran cambio producido en ellos. El Espíritu producirá fruto de justicia y paz como evidencia de que ahora ese pueblo pasó de ser un pueblo falto de espiritualidad, a ser un pueblo espiritual por la presencia y obra del Espíritu en ellos. Esto anunciado en Isaías es precisamente el fruto del Espíritu del cual Pablo habla.
      El cumplimiento del tiempo llegó con la venida de Jesucristo quien dio su vida para perdón y para que así todo aquel que en él cree recibiese el Espíritu de adopción, el Espíritu Santo que es evidencia de adopción divina y de pertenencia a Dios. Es este Espíritu derramado desde las alturas gracias a la obra de Cristo el que produce el fruto de espiritualidad en la vida de todo creyente. Por tanto, la verdadera espiritualidad tiene que ver con la presencia y obra del Espíritu en la vida de los hijos de Dios. Entendido así, la verdadera espiritualidad no es algo que primeramente nosotros hacemos, sino que es un don de gracia que nos es dado por la presencia y obra del Espíritu en nosotros.
       Muchos son aquellos que dicen: “tienes que ser espiritual” y hay cierta verdad en ello. El cristiano no puede ser carnal de otra manera no sería cristiano, lo que hace al cristiano espiritual es la simple pero gloriosa verdad de que tiene el Espíritu Santo entregado en su vida por el Padre y el Hijo. El error está en entender que el “ser espiritual” primeramente implica el esfuerzo de obrar en nuestra vida. Esto puede llevar, y tristemente así sucede en más de una ocasión, a una visión de uno mismo que nunca es capaz de llegar a una espiritualidad que se supone que debe llegar. O puede llevar a un juicio sobre los demás de poco espirituales porque no hacen o actúan como creemos que debería actuar una persona espiritual. La verdadera espiritualidad no es primeramente nuestra obra sino la obra del Espíritu en nosotros. La afirmación de espiritualidad en nuestra vida no viene dada por las opiniones de otros sino por la afirmación divina del Padre quien, en base a la obra de su Hijo, nos ha dado su Espíritu cuya presencia y obra en el creyente es lo que marca la verdadera espiritualidad. Por tanto, en cierta manera, la verdadera espiritualidad es una espiritualidad trina. En base a la obra del Hijo, el Padre derramó su Espíritu en nosotros quien es el creador del fruto que será evidencia de la verdadera espiritualidad en nosotros.
      El apóstol describe el “fruto del Espíritu”. Cuando el Espíritu Santo es dado gracias a la obra de Cristo, produce fruto espiritual en la persona. No podría ser de otra manera, el Espíritu es creador y como tal es fuente y origen de fruto espiritual, tanto en el creyente individual como en la congregación de los santos. ¿Qué fruto produce? “Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza”. Es importante entender que esto no resultan frutos distintos y dispares del Espíritu. El fruto de espiritualidad no consiste en que un creyente tenga el gozo, pero no la paz, y otro tenga la mansedumbre, pero no la templanza. El fruto de verdadera espiritualidad no funciona así, todo el fruto debe estar presente en la vida del cristiano. Cierto es que, podemos cojear más en la templanza que en la paz, o en la paciencia que, en la fe, pero sea como sea nuestro camino de santificación, el fruto debe estar todo él presente en nuestra vida. El fruto del Espíritu no es un racimo de uvas del cual podemos escoger las más sabrosas y dulces y descartar las más agrias y menos apetecibles. La verdadera espiritualidad producida por el Espíritu es poco espectacular, pero al mismo tiempo sublime y asombrosa. Por un lado, es poco espectacular porque la verdadera espiritualidad no se basa en demostraciones espectaculares del Espíritu, en grandes actos heroicos de espiritualidad o personalidades que ascienden por encima de los demás. Ahora bien, por otro lado, es sublime y asombrosa porque produce algo que nadie podríamos hacer en nuestras propias fuerzas. Produce el amor con el que fuimos amados por Dios, el gozo y la paz incluso en medio de las tribulaciones … en resumen, produce en nosotros el carácter de Cristo, la imagen del Hijo de Dios a la cual estamos siendo conformados por la obra del Espíritu y la que es el objetivo último de nuestra redención. Por ello, la verdadera espiritualidad es en primer y último término la creación, formación y demostración de la imagen de Cristo en nosotros, esta es la verdadera espiritualidad que, por la gracia de Dios debe ser vista en todo creyente. Como fruto ciertamente tenemos la responsabilidad de cultivarlo y trabajar en él pero, siempre sabiendo que es Dios quien produce en nosotros tanto el querer como el hacer por su buena voluntad.