LA FE NO ES INGENUA
“Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo. En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y ahora ya está en el mundo”
(1ª Juan 4:1-3).

      ¿Qué es la ingenuidad? La ingenuidad se describe como aquella actitud en la persona que obra con sinceridad, falta de malicia y buena intención. Es la condición o personalidad caracterizada por la sencillez, la inocencia, la candidez. No cabe duda alguna que vista de esta manera, la ingenuidad debería ser considerada como una cualidad positiva en la persona. Es más, posiblemente debería ser vista como una de las virtudes anheladas y deseadas en el individuo. Ahora bien, cuando se dice que alguien es ingenuo, la connotación no es precisamente positiva. La ingenuidad tiene un aspecto que puede resultar negativo e incluso nocivo para la persona. Existe en la propia esencia de la ingenuidad caracterizada por la inocencia y la buena intención, la tendencia a pensar que todos actúan de la misma manera. Tiene la tenencia a creer que el mundo que la rodea actúa con la misma falta de malicia y buena intención. La ingenuidad no desconfía sino que acepta precisamente porque tiene falta de malicia. ¿Cuál es el problema? El problema reside en que el mundo que rodea al “ingenuo” no es un mundo que actúe con falta de malicia y buena intención. Ya desde la caída en Génesis 3 Adán y Eva tuvieron que cubrirse después de su pecado, no únicamente porque habían pecado delante del Creador sino porque también habían roto la confianza entre ellos. ¿Cómo podían ahora estar descubiertos uno delante del otro si la inocencia se había perdido? Satanás usó la astucia de manera torcida, perversa y tentadora y el mundo caído en pecado convirtió a la ingenuidad con su inocencia, sencillez y buena intención en una virtud que, si bien su esencia de inocencia y sencillez es buena, en sí misma se torna peligrosa porque se vive en un mundo caído que no actúa ni con inocencia, ni con sencillez, ni con falta de malicia. Tristemente esto sucede muchas veces dentro del campo de la fe cristiana.


      Muchos son aquellos que juegan con la ingenuidad e inocencia de la fe sincera de creyentes. Hay aquellos cuya fe es genuina y sincera y por la astucia y malicia de algunos, esa fe es zarandeada y golpeada como si de una piñata se tratase para sacar de ella provecho y beneficio. Es por esta razón que la fe bíblica nunca debería ser una fe ingenua que acepta todo aquello se le presenta. La fe bíblica es una fe racional en el sentido que usa la razón sujeta a la regla de fe de la revelación bíblica para evaluar, juzgar con discernimiento y no aceptar aquello que es un ataque directo a la misma esencia de la fe una vez dada a los santos, el apóstol Juan así se lo dijo a sus oyentes. Juan animó a sus oyentes a no tener una fe ingenua sino ser capaces de discernir y no creer cualquier doctrina que les fuese presentada “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Padre, gracias por la preciosa fe que has dado a los santos. Gracias Padre por lo precioso que es Cristo para aquellos que hemos sido salvos. Por ello Padre celestial te pido que nunca pierda de vista la doctrina de la persona y obra de tu Hijo. Padre ayúdame y ayudar al rebaño de tu pueblo a no tener una fe ingenua sino bíblica. Ayúdanos a probar todo espíritu si de ti proviene para el bien de los santos, de tu iglesia y para gloria a tu nombre. Amén.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

1ª Tesalonicenses 5:12-24

MIÉRCOLES

Romanos 10:17-21

JUEVES

Salmo 119:105-112

VIERNES

2ª Pedro 2:1-22

SÁBADO

2ª Pedro 3:1-18
     En esto conoced el Espíritu de Dios:
Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y ahora ya está en el mundo” (1ª Juan 4:1-3). Juan primero exhorta a no creer de manera ingenua sino a probar a cualquiera que trae un mensaje bíblico. Segundo, Juan da la prueba esencial para determinar si el mensaje dado proviene de Dios. Tercero, Juan da el contexto por el cual la fe bíblica no puede ser jamás ingenua.
      El apóstol Juan claramente determina que hay dos cosas que sus oyentes deben hacer, una negativa y otra positiva. Por un lado, la acción negativa que deben hacer es “no creáis”. Sus oyentes estaban llamados a no creer cualquiera que se les presentase “amados, no creáis a todo espíritu”. Juan no está refiriéndose a “espíritu” como un ente incorpóreo sino a individuos que llegaban con un mensaje profético a la congregación. La expresión “todo espíritu” es paralela a “muchos falsos profetas”. Había aquellos que habían salido de la congregación negado doctrinas fundamentales de la fe cristiana. Negaban que Jesús fuese el Cristo, negaban que Jesús había venido en carne. Su mensaje profético, es decir, el mensaje que anunciaban nada tenía que ver con el mensaje que anunciaba la revelación profética más segura que había sido dada a los creyentes. El problema era que parecía que esos individuos seguían queriendo infiltrarse en la congregación y diseminar en medio de ella su mensaje. Es por ello que Juan les dice que ejerzan discernimiento y no ingenuidad “amados, no creáis a todo espíritu sino probad los espíritus si son de Dios”. En otras palabras, debían probar, discernir y no aceptar y creer todo mensaje que les fuese dado, debían probar si los espíritus eran de Dios, si su mensaje y proclamación provenía de Dios. La causa de ello se encuentra en la realidad presente que “muchos falsos profetas han salido por el mundo”.
      La idea de “profeta” es aquel que proclama mensaje divino. Su mensaje es un mensaje profético en el sentido que anuncia mensaje cuyo origen no es humano sino divino. El profeta no es la fuente de su propio mensaje sino Dios lo es. ¿Cuál era una de las diferencias básicas entre el verdadero y falso profeta en el AT? El verdadero hablaba en nombre de Dios y su mensaje se cumplía mientras que el falso decía hablar en nombre de Dios y su mensaje quedaba en nada, en agua de borrajas. Quizás aquí está el gran peligro, los falsos profetas se presentan como verdaderos y pueden llegar a tener la misma apariencia, no tanto a nivel físico sino a nivel doctrinal. El falso mensaje nunca será evidentemente falso a la primera de cambio.
      Sonará como verdadero aunque su esencia será falsa y se infiltrará no como un torrente destructor sino como una gangrena que poco a poco pudre y deja al tejido del cuerpo de la iglesia muerto. Es por ello que la fe no puede ser ingenua, el cristiano y la iglesia congregacionalmente debe tener la capacidad, y de hecho la tiene por el Espíritu que le ha sido dado, de ejercitar el “no creer a todo espíritu sino probar si son de Dios”. La fe bíblica siempre es y será una fe racional basada en la revelación bíblica que Dios ha dado. Será sobre la santa e inspirada palabra de Dios, el último juez en toda contienda religiosa, que se realizará el “no creer” y el “probar”.  La fe debe ser genuina, sincera, sencilla, sin malicia, con buena intención pero no puede ser ingenua debido a que muchos intentan pervertirla y dañarla. Tristemente hoy en día la fe genuina de muchos cristianos a tenido que vivir desalientos, desilusiones, enfriamientos y daños profundos por no haber probado sino creído todo. No estamos llamados a una fe ingenua sino bíblica pero, ¿cuál es la prueba que permite discernir lo verdadero de lo falso? La doctrina de la encarnación de Jesús.


      Juan establece cuál es la prueba en base a la cual aquellos creyentes podían determinar si el mensaje traído era de Dios o no. La prueba era simple pero innegociable, imprescindible e ineludible “en esto conoced el Espíritu de Dios”. El Espíritu de Dios se conoce por lo siguiente “todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios”. Tan simple pero tan fundamental. La encarnación de Jesucristo era la prueba. No puede perderse de vista que ese era uno de los problemas que enfrentaban esos creyentes. De manera particular y específica había aquellos que negaban que Jesucristo hubiese venido en carne. Negaban la encarnación y esto suponía la negación de una doctrina primaria y fundamental para la salvación. Sin encarnación de Jesucristo no habría salvación. Jesús debía ser hombre sin pecado para poder ser la propiciación por nuestros pecados ya que debía ser representante de una raza human caída. Aquellos que se infiltraban en la congregación podían decir lo que quisiesen. Podían decir que Jesús era Dios excelso y sublime (y lo es). Podían decir que en ningún otro había salvación (y lo así es). Podían sonar evangélicos prácticamente en su totalidad, pero si negaban la encarnación de Jesucristo, todo su mensaje caía como un castillo de naipes. ¿Por qué? No solamente porque su mensaje no era bíblico sino porque no provenía de Dios. Únicamente es por el Espíritu de Dios que uno puede llamar a Jesús Señor, y de la misma manera es únicamente por el Espíritu de Dios que uno puede afirmar categóricamente y sin vacilación que Jesucristo ha venido en carne. Si esta confesión no está allí, el espíritu no es de Dios, el mensaje no procede de la corte celestial.
      Es posible que hoy en día podamos enfrentar este mismo falso mensaje u otros distintos pero Juan nos deja ver algo importante. El mensaje que procede de Dios siempre será un mensaje cristológico. De una manera un otra el mensaje que proviene del Espíritu de Dios tendrá su centro gravedad en la persona y obra de Cristo. Todo el mensaje girará de una manera u otro alrededor de Cristo. No podría ser de otra manera, es el Espíritu de Dios aquel que recuerda las palabras de Cristo y el que glorifica a Cristo ¿cómo podría el Espíritu recordar y hablar otra cosa que no acabase en el Hijo eterno de Dios? ¿Cómo alguien que dice tener mensaje de Dios no habla de Cristo y niega doctrinas fundamentales de su persona? Aquellos cristianos enfrentaron la negación de una doctrina básica en la persona de Cristo Jesús, su encarnación. Pero es importante tener algo presente, la persona de Cristo y su obra siempre será vara de medir para nosotros. El mensaje que proviene de Dios siempre estará de acuerdo con la doctrina preciosa, excelsa y sublime de la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo tal y cómo nos ha sido dada y revelada en las Santas Escrituras. No podemos dejar que la perla de gran precio sea ni adulterada, ni minimizada. Cristo es precioso para aquellos que hemos sido salvos y así debe ser preciosa su doctrina para nosotros. No podemos dejar que la preciosa fe dada a la iglesia y a nuestros hermanos sea dañada adulterando el mensaje de Cristo, el esposo de nuestras almas. Es una realidad diaria que enfrentamos porque el contexto es claro, el espíritu que niega a Cristo y su doctrina “este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo”. Si el mensaje no procede de la corte celestial entonces procede del inframundo. El espíritu de aquel que niega a Cristo y su doctrina está en el mundo vivito y coleando, pensar de otra manera sería darle ventaja, sería ser ingenuo. Por ello es importante que “no creáis a todo espíritu sino probad los espíritus si son de Dios”.