EL AMOR
UN SIGNO VITAL
DE VIDA ETERNA
“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en la muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.
En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”
(1ª Juan 3:14-16).

      Una experiencia que impacta a muchos y a muchos otros les deja desconcertados es la visión de un cadáver. Sin duda alguna, no es lo más agradable el contemplar el cuerpo sin vida de un difunto. A parte de sentimientos de tristeza, hay también un sentimiento de desconcierto. Por mucho que algunos se empeñen en decir que la muerte es parte de la vida y algo natural en el transcurso de dicho proceso vital, lo cierto es que, en lo más profundo uno sabe que eso no es cierto. Cuando se observa la muerte en primera persona se sabe en el interior que no hay nada natural ni normal en ella, la convicción que crece es que el final no debería ser así. Al mismo tiempo se crea una sensación de desconcierto. El cuerpo está allí, parece dormido, pareciera que en cualquier momento podría despertarse, pero no hay señal de vida en él. Debería moverse, estar lleno de vitalidad, pero es totalmente desconcertante e incoherente al mismo tiempo ver el cuerpo que parece estar dormido y, sin embargo, no hay signos vitales, no hay movimiento, no hay vida. De la misma manera, es totalmente desconcertante, incoherente y contrario que un creyente haya sido pasado de muerte a vida y que en él o ella no haya signos vitales.


      Es desconcertante que los pasados de muerte a vida no presenten uno de los signos vitales que muestra el paso de la muerte a la vida eterna, el signo vital del amor a los hermanos. El apóstol Juan claramente dice a sus oyentes a los que escribe que el amor es uno de los signos vitales de vida eterna en aquellos que hemos sido pasados de muerte a vida. El amor, y concretamente el amor hacia los hermanos es uno de los signos vitales que debemos conocer y nos trae el conocimiento de que hay pulso de vida eterna en nosotros; “nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en la muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Padre, únicamente una acción de gracias, ¡gracias por haberme pasado de muerte a vida en Cristo! Padre, únicamente una petición ¡ayúdame a amar a mis hermanos por haber pasado de muerte a vida. Amén.  
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

1ª Corintios 13:1-13

MIÉRCOLES

1ª Juan 4:1-12

JUEVES

Juan 5:19-29

VIERNES

Juan 11:1-44

SÁBADO

Romanos 6:15-23
      En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1ª Juan 3:14-16). Juan presenta el amor a los hermanos como signo vital de vida eterna y primero determina el conocimiento de que el paso de muerte a vida es evidenciado por el amor al hermano y no el odio. Segundo, Juan establece el amor que nos llevó de muerte a vida y que hemos conocido en nuestras vidas como creyentes. Tercero, el apóstol muestra que es con ese amor que hemos conocido con el que debemos amar a los hermanos.
      El apóstol Juan sigue mostrando que el amor hacia los hermanos es una evidencia de aquellos que son verdaderos hijos de Dios pero esta vez lo que cambia es el estatus o posición que Juan describe de los creyentes. Su definición es “los que hemos pasado de muerte a vida”. Puesto en otras palabras, Juan se refiere a aquellos que por haber recibido y creído en el Verbo de vida que el Padre envió, nos ha sido dada una nueva vida proveniente de arriba, de la misma corte celestial el día que por el Espíritu nacimos de nuevo. Aquellos que hemos sido sacados de la muerte espiritual, de la condenación por nuestros pecados y llevados a la vida eterna que nos ha sido dada por Cristo. Tal y como Jesús dijo: “de cierto, de cierto os dijo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida”. (Juan 5:24). Como creyentes esto es una realidad en nosotros, en Cristo hemos sido pasado de la muerte y condenación eterna, a la vida eterna en Cristo. ¿Cuál es uno de los signos vitales de esa vida eterna? El continuo signo vital del amor a los hermanos “sabemos que hemos pasado de muerte a vida en que amamos a los hermanos”.


     El continuo amor a los hermanos es el pulso que una y otra pez palpita en aquellos que tienen vida eterna. Cuando se hace el RCP, es decir, la Reanimación Cardiopulmonar, lo que constantemente se busca es si hay pulso en la persona. Si hay pulso aquella persona permanece en la vida. De la misma manera el pulso que palpita en aquellos que hemos pasado de muerte a vida es el amor a los hermanos. Lo que la vida eterna en Cristo debe traer en nosotros es el amor continuo hacia aquellos que también han sido llevados de muerte a vida. La falta de amor, por tanto, es evidencia de que “el que no ama a su hermano, permanece en la muerte. Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él”. Las palabras del apóstol son duras pero certeras. Si no hay amor continuo hacia los hermanos, tampoco hay vida eterna. La vida eterna y el odio a los hermanos son incompatibles. Juan tenía en mente aquellos que habían salido de esa congregación negando a Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios. La dureza de las palabras del apóstol no reside únicamente en que aquellos que no aman permanecen en la muerte sino también en la definición de “homicidas”. En el v.11 Juan cita el ejemplo de dos hermanos donde el amor no estuvo presente por uno de ellos, Caín mató a su hermano Abel. Muy probablemente ninguno de nosotros haría algo así pero cabe recordar las palabras de Cristo cuando dijo que “cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que diga: Fatuo a su hermano, quedará expuesto al infierno de fuego” (Mateo 5:22). Hay muchas maneras de “matar” al hermano, de no mostrar el amor que la vida en Cristo nos ha traído y una de ellas es el uso de la lengua. Si hay vida en nosotros como creyentes, y así la hay por nuestra unión con la Fuente de vida eterna, entonces debe haber amor permanente hacia nuestros hermanos que también han sido llevados de muerte a vida. Ahora bien, ¿cuál es la naturaleza del amor con el que debemos amar a los hermanos? Es el amor que hemos conocido.
      El amor que nos llevó de muerte a vida y que hemos conocido es el amor que Cristo mostró al entregar su vida por nosotros “en esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros”. Conocemos el verdadero amor, el amor que Cristo mostró dando su vida por nosotros. Cristo puso su vida, es decir, dio su vida en lugar de la nuestra en la cruz del Calvario. Éramos nosotros los que debíamos morir justamente por nuestro pecado. Éramos nosotros los que debíamos justamente recibir la sentencia de la muerte eterna por nuestro pecado contra el Dios eterno, pero Cristo nos amó muriendo él para darnos vida eterna a nosotros.
      El amor que hemos conocido es el amor que no pensó en lo suyo propio, el amor que todo lo sufrió, el amor que todo lo soportó, fue el amor que nunca deja de ser. Únicamente el cristiano puede conocer el verdadero amor porque proviene de aquel que es amor en sí mismo. La vida de nuestro Señor Jesucristo acabó con la mayor muestra de amor hacia los suyos. A los que había amado, los amó hasta el fin dando su vida en la cruz en lugar de ellos. No es de extrañar que si hemos pasado de muerte a vida deba haber amor por nuestros hermanos. La vida eterna en nosotros es primeramente la vida de Cristo, una vida marcada por este amor que hemos conocido. Si hemos pasado de muerte a vida entonces el amor con el que Cristo nos amó debe estar en nosotros y así lo expone Juan “también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”.


      Si ya era duro escuchar que el que no ama permanece en la muerte y es homicida, igual de duro y difícil es escuchar que así como puso Cristo su vida por nosotros en un acto sublime de amor incondicional así también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Cuando Jesús instituyó la Santa Cena les dijo a sus discípulos: “este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:12-14). Cristo consideró a sus discípulos como amigos y el mayor amor que hay es que pusiese su vida por aquellos que por gracia consideró amigos. Este es el amor con el que hemos sido amados y el amor con el que debemos amarnos. ¿Cuántos llegaríamos a ese amor expuesto por Juan en su carta? Muchas veces solemos amar con condiciones y limitaciones. Amamos no como hemos sido amados sino como nosotros pensamos que el hermano o hermana se merece ser amado por mí. Podemos caer en el error de pensar que tal hermano no merece mi amor. Quizás y solo muy remotamente podamos estar en lo cierto, pero la cuestión es que tampoco nosotros merecíamos el amor con el que fuimos amados por Cristo, sin embargo, él nos amó y nos pasó de muerte a vida, una vida que su signo vital es amor hacia los hermanos, una vida que la gracia de Dios genera en ella el fruto del amor.
      Si hemos pasado de muerte a vida, si hemos conocido el amor con que fuimos amados por Cristo cuando puso su vida por nosotros, entonces que el signo vital de esta nueva vida sea y siga siendo el amor los unos para con los otros. Es en esto que conocemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos.