LA ESPERANZA
DE LO QUE SEREMOS
“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él,
porque le veremos tal y como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él,
se purifica a sí mismo, así como él es puro”
(1ª Juan 3:2-3)

      El término crisálida, es un vocablo que se utiliza especialmente en zoología en el estudio de los insectos. La crisálida también llamada pupa, hace referencia al estado intermedio que marca la transición de un insecto del estado de larva al estado adulto. Un ejemplo de ello podemos verlo en las mariposas. Antes de alcanzar el estado adulto con sus hermosas alas con sus bellas formas y colores, la futura mariposa debe pasar por la crisálida para que así se produzca el proceso de metamorfosis de larva a mariposa. Sin duda alguna, el tiempo de la crisálida marca, en cierta manera, un tiempo de esperanza. La pequeña larva que a primera vista no presenta una hermosura remarcable, en el interior de su crisálida se forja la esperanza de que todavía no se ha manifestado lo que debe ser. La pequeña larva necesita tiempo para que al final sea manifestada la realidad a la que está destinada. Hay una esperanza sostenida que espera y anhela la manifestación de la hermosa mariposa que saldrá después de ese tiempo. No hay duda, que en la naturaleza que nuestro Dios ha creado y sostiene, el Creador ha dejado lecciones e ilustraciones que sirven también para verdades espirituales. De la misma manera aquellos que son hijos de Dios todavía no ha sido manifestado lo que en realidad deben ser cuando el Señor Jesucristo venga en toda su gloria. Es precisamente esta realidad que se torna en esperanza lo que Juan escribió a sus oyentes “amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal y como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1ª Juan 3:2-3).  Juan escribe sobre la esperanza de lo que seremos y lo hace de tres maneras. Primero, la realidad de ser hijos de Dios todavía no está consumada en nuestra vida de creyentes. Segundo, la visión de nuestro Señor Jesucristo será la consumación de quien somos como hijos de Dios. Tercero, tener la esperanza de lo que seremos debe ser purificadora en nuestra vida de creyentes.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Padre, muchas gracias por tu amor, gracias por haberme amado haciéndome tu hijo. Gracias porque llegará el día que tu Hijo volverá y entonces seré hecho a su imagen, puro y sin mancha delante de ti. Padre ayúdame a nunca perder esta esperanza y en tu gracia te pido que ella sea en mi presente la fuerza para ocuparme del fruto de la santidad. Amén.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

Juan 1:12-18

MIÉRCOLES

Romanos 8:9-15

JUEVES

Romanos 8:28-30

VIERNES

Gálatas 4:1-8

SÁBADO

Efesios 1:3-13
      Juan ha estado informando a su audiencia de que los tiempos en los que viven no son nada fáciles. Juan les ha informado que aquellos que son “anticristos” estaban ya en el mundo. Esos “anticristos” no venían con tridentes en sus manos, colas largas y rodeados por una nube de humo y azufre. Esos anticristos tristemente habían salido del seno mismo de esas congregaciones a las que Juan escribía. Habían salido de ellos porque nunca pertenecieron al rebaño de Dios (1ª Juan 2:19) y su identidad como anticristos no residía en su aspecto sino en su negación de verdades bíblicas fundamentales e innegociables. Eran aquellos que negaban que Jesús era el Cristo (1ª Juan 2:22). Eran aquellos que negaban que Jesús era el Hijo de Dios y por tanto, no tenían ni al Hijo ni al Padre en sus vidas (1ª Juan 2:23). Juan anima a que permanezcan en lo que han oído desde el principio con relación a la persona de Jesús y a la vida eterna que en él les ha sido dada (1ª Juan 2:24-24). Las novedades con relación a la persona de Cristo no suelen congeniar con la fe histórica y de años que fue dada una vez a los santos. Juan anima a sus oyentes a que permanezcan en esas verdades bíblicas de quien es Jesús como el Cristo el Hijo de Dios para que así cuando él sea manifestado nadie quede avergonzado delante de él (1ª Juan 2:28). Es precisamente en este contexto que Juan les muestra el gran amor de Dios sobre todo creyente ¿cómo se ha manifestado el amor de Dios? “Mirad” les dice Juan, “mirad cuál amor nos ha dado el Padre para que seamos llamados hijos de Dios” (1ª Juan 3:1). Esta es una de las grandes manifestaciones del amor de Dios. El gran amor que el Padre nos ha dado y ha manifestado en nuestra vida es que ahora, aquellos que eremos hijos de ira somos llamados hijos de Dios. Dios es nuestro Padre y estamos, por tanto, en una relación filial entre Padre e hijo. Es esta realidad la que Juan recalca en el v.2 “amados, ahora somos hijos de Dios”. Todo creyente en el presente, desde el momento que por gracia creyó en Jesús como el Hijo eterno enviado por el Padre, recibió la potestad inmediata de ser hecho hijo de Dios, recibió directamente de la corte del Padre celestial el gran acto de adopción divina convirtiéndole en hijo de Dios. Juan les muestra una realidad presente y certera a esos creyentes. No deben esperar papeles de adopción “ahora somos hijos de Dios”. El ser hijo de Dios depende del acto de adopción de Dios en la persona de su Hijo. No hay nada más grande que Dios haya podido darnos, no hay amor más grande que haya podido manifestar en nuestras vidas que hacernos sus hijos. Posiblemente esta es la razón por la cual John Owen decía que la adopción es: “la cabeza, el manantial y la fuente de la cual todos los demás privilegios brotan y fluyen”. La negación de aquellos de considerar a Jesús como el Hijo del Padre tenía implicaciones serias en su vida. No era simplemente una negación doctrinal sino también la evidencia de no ser hijos de Dios ya que el ser hijo de Dios siempre es y será por adopción en Jesús quien creemos que es el Hijo de Dios y a quien hemos recibido. Cuál amor nos ha dado el Padre al poder decir que “ahora somos hijos de Dios”, pero Juan no queda en la grandeza de dicha realidad, “ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser”.
      Podría decirse que el creyente siendo ya hijo de Dios por adopción en Cristo, todavía está en su crisálida en el presente. Existe todavía una realidad mayor que ha de ser manifestada en todo creyente. Todavía no vemos plenamente lo que significa ser hijos de Dios, todavía no podemos contemplar la consumación de lo que es nuestra adopción. Si ya es grande ser hijo de Dios en el presente ¿cuánto más lo será cuando se manifieste la consumación de ser hijos de Dios?  Hay una gran esperanza no solamente de lo que somos sino de lo que también seremos. Isaac Watts dijo: “por la gracia de Dios no soy lo que era pero por la gracia de Dios no soy lo que seré” y ciertamente es así.
      Por la gracia de Dios todo creyente no es lo que era, ahora somos hijos de Dios, pero por esa misma gracia no somos lo que seremos. ¿Cómo es esto posible? Porque el fin de la redención es finalmente ser hechos a la semejanza de la imagen del Hijo de Dios. Será la visión de nuestro Señor Jesucristo cuando él se manifieste en su venida lo que llevará a consumación el ser hechos plenamente a su imagen, esto es precisamente lo que Juan muestra a sus oyentes. Todavía no se ha manifestado lo que el creyente debe ser como hijo de Dios pero sí hay un conocimiento que no puede perderse de vista “pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”.


      La manifestación o venida de Jesucristo será el momento en que la redención llegará a su consumación final. La glorificación entrará plenamente en la esfera de la realidad de todo creyente y será entonces que “sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él”. Aquellos a los que Dios llamó el fin último de su llamamiento para salvación es que sean hechos conforme a la imagen de su Hijo siendo él el primogénito de todos (Romanos 8:29). Cuando nuestro Señor Jesucristo se manifieste entonces en un abrir y cerrar de ojos nuestra adopción de hijos entrará en su plenitud, seremos semejantes a él. Pero, ¿cuál es la razón de ello? La razón reside en lo siguiente que Juan les dice “porque le veremos como él es”. Cuando Cristo se manifieste la visión de la fe pasará a ser una visión física. Aquel del que hemos oído y nuestros ojos han visto por el testimonio de la revelación bíblica de autores inspirados por Dios. Aquel que ahora contemplamos una y otra vez por medio de los ojos de la fe puestos en la Palabra de Dios. Aquel que vemos haciendo milagros, enseñando con autoridad, sentándose y comiendo con publicanos y pecadores, transfigurado en el monte, colgado en la cruz, resucitado en gloria, ascendido a la diestra del Padre, llegará el momento que le veremos físicamente, nuestros ojos finalmente podrán contemplar al que es precioso para nuestras almas y “le veremos como él es”. Posiblemente no debería haber mayor anhelo en el creyente que ver a su Señor. Por años y años le he estado viendo a través de la Palabra pero ¡qué gran día será aquel que finalmente veré a mi Señor tal y como él es! ¡Qué gran día será aquel que mis ojos verán la gloria de mi Señor Jesucristo! ¡Qué gran día será aquel cuando le veré tal y como él es! Será precisamente esta visión la que hará misteriosamente que nosotros como creyente seamos manifestados a la semejanza de su imagen, a la semejanza de lo que veremos en él. Posiblemente la pregunta aquí debería ser ¿y qué imagen tendremos? La respuesta la da el mismo Juan.
      Esta realidad debe ser para el creyente en el presente una esperanza que purifica “y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”. Cuando Cristo se manifieste le veremos tal y como él es y él es, a la luz del v.3 “puro”, es decir, “santo y sin mancha”. En el día que Cristo se manifieste no solamente veremos el resplandor de su gloria sino también de su pureza y santidad. Seremos enfrentados a nuestro Señor puro y santo. Es precisamente a esta semejanza a la que nosotros como hijos de Dios seremos hechos. Juan no les habla de ser hechos tanto a nivel físico sino a nivel moral. Juan ha dicho a sus oyentes que ha escrito para que no pequen, pero de la misma manera Juan sabe que esto es una realidad alejada todavía en el presente. Pecamos y caemos en pecado pero gracias sean dadas a Dios que si confesamos nuestros pecados su Hijo, Jesucristo el justo es nuestro abogado delante del Padre y nos limpia de todo pecado. Ahora bien, la lucha contra el pecado es difícil, dura y muchas veces desalentadora, siendo así ¿dónde está nuestra esperanza de que algún día esto terminará en nuestra vida? La esperanza está en que llegará el día en que Cristo venga y entonces le veamos como él es, puro y santo y eso llevará a consumación nuestra adopción de hijos, seremos como él, puros y sin mancha. En ese día la lucha con el pecado acabará y ya no habrá más carga por haber ofendido a nuestro Padre celestial. Esto es una realidad que llegará pero mientras llega, es también nuestra esperanza en el presente para seguir luchando contra el pecado sabiendo que “aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro”.