AMOR Y ODIO
“El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas.
El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo”
(1ª Juan 2:9-10)
      Jonathan Edwards es conocido por su famoso sermón “Pecadores en las manos de un Dios airado” ahora bien, Edwards tuvo otros muchos mensajes en los que las maravillas del cielo eran mostradas. Un ejemplo de ellos es su sermón “El cielo un mundo de amor”. En él, Edwards desarrolla el pensamiento de que el cielo tiene que ser sí o sí un mundo de amor debido a que Dios es amor en sí mismo. Si el cielo es el lugar donde Dios mora y Dios es amor, entonces el cielo no puede ser mas que un lugar de amor en el cual todos y cada uno de sus habitantes son hechos objetos y depositarios del amor eterno de Dios. Ese amor hacia aquellos que son amados por Dios es un amor que debe estar en todos aquellos que dicen estar y permanecer en la luz. El odio sería todo lo opuesto a esta realidad y esto es precisamente lo que el apóstol Juan quiere mostrar a sus destinatarios “el que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo” (1ª Juan 2:9-10). El apóstol Juan muestra a sus destinatarios que el amor y el odio hacia los hermanos en la fe son evidencias objetivas de dos realidades bien distintas. Si el aborrecer al hermano es prueba objetiva de estar en tinieblas, el amor hacia los hermanos es prueba objetiva y palpable de permanecer en la realidad de quien es Dios en sí mismo y en la realidad de la revelación de Jesucristo la verdadera luz que vino y alumbró a este mundo en tinieblas. Las palabras del apóstol Juan dejan ver de manera clara primero que: El odio al hermano es evidencia objetiva de estar bien lejos de la comunión íntima con Dios. Por el contrario y en segundo lugar, el amor al hermano es evidencia objetiva que uno permanece en comunión íntima con Dios en la persona de Jesucristo.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Dios y Padre te alabo por haber dado a tu Hijo como muestra de tu amor por un mundo perdido y como muestra de tu amor redentor hacia un pecador como yo. Señor Jesús, gracias por haberme amado hasta el fin. Espíritu Santo, gracias por haber derramado ese amor en mi corazón. Padre, dame de tu gracia para poder amar a mis hermanos como muestra de mi permanencia en la luz de mi Señor y Salvador Jesucristo. Amén.
      No es la primera vez que el apóstol Juan utiliza en su carta la expresión “el que dice”. Había aquellos que muchas cosas decían pero su vida poco o nada tenía que ver con aquellas cosas que decían. Había aquellos que decían tener comunión con Dios y sin embargo andaban en tinieblas sin practicar la verdad ya que negaban verdades fundamentales de la encarnación del Verbo de vida (1ª Juan 1:6). Decían estar en comunión con Dios y sin embargo, no tenían comunión con los hermanos (1ª Juan 1:7). Había aquellos que decían conocer a Dios pero su vida estaba marcada por la desobediencia a la palabra del Dios que decían conocer (1ª Juan 2:4). Ahora Juan toma otra cosa que se decía por parte de aquellos que sus vidas eran una constante negación a Dios. Parece ser que algunos decían estar en la luz mientras su relación con aquellos que llamaban hermanos era de aborrecimiento y odio “el que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas”. Una prueba sencilla pero fundamental de saber si uno está o no en la luz. Juan ya he mencionado que Dios está en la luz y no hay tinieblas en él (1ª Juan 1:5), por tanto, si alguno clama estar en la luz, puesto en otras palabras, si alguno dice tener comunión íntima y redentora con Dios quien está en la luz y es luz en sí mismo, entonces su vida debe ser reflejo de dicha luz. La luna no tiene luz en sí misma y no refleja otra cosa que la luz del sol, el brillo de la lumbrera menor que señorea la noche es el brillo y la luz de la lumbrera mayor que señorea durante el día y que tiene luz en sí misma Así como la luna refleja la luz del sol, aquel que dice estar en la luz debe ser reflejo del Dios que está en la luz. Su vida deberá ser fiel reflejo de Dios quien Juan nos dirá que es amor en sí mismo (1ª Juan 4:8).
      El amor es uno de los atributos esenciales de Dios. El ser y esencia de nuestro Trino Dios es amor. Ahora bien, de manera más específica el apóstol Juan entiende que la luz de Dios brilló de manera encarnada en la persona de su Hijo Jesucristo. Previo a sus palabras el apóstol Juan ha dicho que “las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra” (v.8), la luz verdadera que alumbró y sigue alumbrando en medio de las tinieblas es la luz del Verbo de vida encarnado, nuestro Señor Jesucristo. En su evangelio, Juan muestra que Jesús es la luz que vino a este mundo y las tinieblas de un mundo caído no prevalecieron contra él (Juan 1:4-5).
      Juan muestra que Jesús es la luz verdadera que vino para alumbrar a todos los hombres y que fue rechazada por un mundo que amó más las tinieblas que no la luz (Juan 1:9; 3:19-20). Por lo tanto, “el que dice que está en la luz”  implica estar en intimidad con Dios en y a través de la revelación máxima y sublime de la persona de su Hijo Jesucristo. Jesús fue enviado al mundo porque Dios amó a un mundo perdido, el amor fue una de las causas de la entrega de su Hijo. Jesús amó a aquellos que por pura gracia pertenecíamos al Padre y fuimos dados al Hijo para perdón y vida eterna. El amor de Jesús para con los suyos que estaban en este mundo fue un amor que llegó hasta las últimas consecuencias. Su amor se mostró en dar su vida por aquellos que éramos injustos y pecadores. Posiblemente en aquel tiempo alguno hubiese muerto por un justo y bueno, pero ¿quién moriría por pecadores? ¿Quién moriría por reos justamente condenados precisamente por haber rechazado la luz verdadera que vino a este mundo? ¿Quién haría algo así? Jesucristo lo hizo. En amor al Padre y en amor por aquellos que el Padre amó y le entregó, Jesús dio su vida en la cruz. Jesucristo nos dio un nuevo mandamiento basado no en grandes hazañas y proezas sino basado en el amor que él tuvo para con nosotros, “amaros unos a otros, como yo os he amado que os améis unos a otros” (Juan 13:34). Por todo ello, el aborrecer al hermano se hace incoherente, incompatible y incompresible con estar en la luz de la revelación de Jesucristo.


      El término “aborrecer” es el termino “odiar”. Aquellos que decían estar en la luz vivían odiando a su hermano. No consistía en un simple enfado con el hermano o en una ofensa, consistía en una actitud de aborrecimiento hacia ellos. El odio es un sentimiento de aversión y repugnancia, una repulsa hacia alguien que puede llegar a producir diferentes tipos de reacciones. Las más leves pero igual de dañinas el desprecio y la indiferencia, las más graves, violencia verbal y física. Esto fue el caso con Jesús quien fue la luz verdadera, el grado de odio llegó a manifestarse en las palabras del pueblo ¡crucificadle! ¡crucificadle! Si alguien dice estar en la luz, en la hermosa revelación del amor de Dios en la persona de Jesucristo ¿cómo es posible que haya odio y aborrecimiento hacia el hermano?¿Cómo es posible decir que uno está en relación con Dios y no mostrar uno de los atributos esenciales de Dios, el amor? ¿Cómo es posible decir que se conoce a aquel que es la luz verdadera que vino al mundo, y no brillar en amor como él brilló? Posiblemente la respuesta brilla por sí sola, la razón es porque el que “aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas”. La razón es que todavía no ha entendido, conocido y sido depositario de la cálida luz del amor de Dios en Jesucristo. Por tanto, una actitud constante de aborrecimiento hacia un hermano o hermana es muy mala señal ya que puede ser evidencia de que uno todavía está en tinieblas lejos de la luz de Cristo. Se puede clamar tan alto como se quiera, decirlo tantas veces como sea posible, mostrarlo con la mayor piedad que se sepa pero si hay una constante actitud de aborrecimiento u odio hacia el hermano, es muy mala señal ya que el evangelio de Cristo no nos llama a esto. El odio es el lugar lúgubre de las tinieblas, por el contrario, el amor es el resplandor de la permanencia en la luz. Así como el odio es la evidencia objetiva de estar bien lejos de la luz, el amor es la evidencia objetiva de permanencia en la luz.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

1ª Juan 2:7-14

MIÉRCOLES

Deuteronomio 6:4-9

JUEVES

Levítico 19:15-18; Gálatas 5:13-15

VIERNES

1ª Tesalonicenses 1:2-5; 2ª Tesalonicenses 1:3-4

SÁBADO

Mateo 5:43-48
      Jesucristo como la luz verdadera alumbró a un mundo en tinieblas y le alumbró mostrando cómo Dios amó a un mundo perdido y condenado por su pecado. La luz ya alumbró por tanto “el que ama a su hermano” no es de extrañar que “permanezca en la luz”. El amor es la evidencia o prueba objetiva de que uno vive y reside en la esfera de la luz, es decir, en la misma actitud y amor que fue manifestado en Cristo y debe ser manifestado en todos aquellos que permanecen en la luz del evangelio de Cristo. Jonathan Edwards estaba en lo cierto cuando dijo que el cielo es un mundo de amor. Todos y cada uno de los habitantes del cielo son hechos objetos y depositarios del amor sublime y maravilloso de Dios.
      No podría ser de otra manera, siendo Dios amor, el cielo tiene que ser un mundo de amor. Por ello, aquellos que son nuestros hermanos son hechos depositarios del amor divino y deberían ser depositarios de nuestro amor como hermanos, un amor que no es nuestro propio esfuerzo sino el amor con el que hemos sido amados por Dios en Jesucristo. Ahora bien, lo sorprendente es que el amor no solamente es evidencia objetiva de permanecer en la luz de la revelación de Jesucristo sino que aquel que ama al hermano y permanece en la luz, es aquel en quien “no hay tropiezo”. Las tinieblas y la oscuridad traen asociado el peligro de poder tropezar con cualquier objeto. La oscuridad ciega y aumenta el riesgo de tropiezo. Por el contrario el que anda en la luz pocas posibilidades tiene de tropezarse con objetos no vistos. El amor al hermano no es únicamente evidencia objetiva de permanecer en la luz sino que también es evidencia de que no hay nada que haga tropezar al que permanece en la luz. No hay nada que le haga tropezar y negar a Jesús como el Hijo de Dios, el Verbo de vida hecho carne quien se dio a sí mismo para perdón de pecados. No hay nada que le haga tropezar en entender que el amor hacia el hermano no es opcional en nuestra relación con Dios y los hermanos, es algo vital. Al final, las profecías se acabarán, las lenguas cesarán pero el amor nunca dejará de ser.