LA EVIDENCIA
DE LA OBEDIENCIA
“El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él.
El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”
(1ª Juan 2:4-6)

      Hay una expresión que, aun y cuando puede parecer obvia, lo cierto es que muestra una realidad innegable, “no se puede sorber y soplar al mismo tiempo”. El sorber y el soplar son dos acciones que es imposible llevarlas a cabo al mismo tiempo, en cierta manera, son dos acciones que no pueden subsistir de manera conjunta y simultánea. O bien uno primero sorbe y luego sopla, o primero sopla y luego sorbe pero es innegable que no puede hacerse al mismo tiempo, la presencia de una acción inmediatamente establece la ausencia de la otra. Ciertamente hay cosas que son incompatibles y que no pueden subsistir de manera conjunta ya que la presencia de una inmediatamente afirma la ausencia de la otra. De esta manera en el terreno de la fe y la espiritualidad hay cosas que no pueden subsistir de manera conjunta y al mismo tiempo ya que la presencia de una afirmaría la ausencia de la otra. Esta realidad es la que el apóstol Juan comunicó a su “hijitos amados” en la fe. Es incompatible y tiene como esencia misma la mentira el decir que uno conoce a Dios pero su vida está lejos de obedecer al Dios que dice que conoce. El apóstol Juan les mostrará que una de las evidencias del conocimiento genuino de Dios es la obediencia, una de las evidencias de saber que permanecemos en Dios es que nuestra vida es una vida que guarda los mandamientos de Dios. Frente a esto, el apóstol primero enfrentará a sus lectores con una incompatibilidad, la incompatibilidad de decir que se conoce a Dios pero no se le obedece. Después Juan mostrará que es la obediencia a Dios lo que es evidencia del perfeccionamiento del amor y permanencia en Dios. Por último, Juan establecerá la ineludible realidad de la obediencia a la imagen de Cristo.


      Muchos de aquellos que habían salido de la congregación a la cual escribe Juan negaban verdades fundamentales del evangelio y la doctrina cristiana, no solamente lo negaban con sus palabras sino también con su vida. Negaban la verdad de la venida del Verbo de vida en carne y por ello su vida era una vida que no practicaba la verdad (1ª Juan 1:1-6). Negaban posiblemente la presencia de pecado en ellos y hacían a Cristo mentiroso negando así la necesidad y suficiencia del sacrificio de redención (1ª Juan 1:8-10). Su vida era una negación de aquellas verdades fundamentales e innegociables de la fe y eso les llevaba a tener una vida muy alejada de la verdad del evangelio. Ahora bien, todo y así decían que conocían a Dios. Ante tal afirmación Juan establece un contraste: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado”. El apóstol es claro en su contraste, no se puede decir que uno está soplando cuando en realidad está sorbiendo. No se puede decir que se conoce a Dios pero no se le obedece. Por el contrario y en contraste es únicamente aquel que le obedece el que verdaderamente conoce el amor de Dios. La primera parte del contraste es una incompatibilidad clara “el que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso y la verdad no está en él”.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Dios y Padre, no permitas que en mi vida haya mentira y falta de verdad. Tu gracia es suficiente y de tu gracia pido. Ayúdame a guardar tu palabra, ayúdame a que mi obediencia a ti sea fruto del amor a ti. Padre, perfecciona tu obra en mí y capacítame por tu gracia a vivir como tu Hijo, mi Señor Jesucristo vivió. Amén. 
      No puede decirse que existe un conocimiento íntimo y redentor de Dios si no existe una obediencia a sus mandamientos, por tanto, la obediencia se convierte en una evidencia clara del conocimiento de Dios. En su argumento, el apóstol ha presentado a Jesucristo como el Verbo de vida (1ª Juan 1:1), ha presentado que aquel que no practica la verdad es el que no cree ni obedece la doctrina del Verbo de vida (1ª Juan 1:6). De manera principal los “mandamientos” que Juan tienen en mente es creer en el Hijo de Dios y hacer lo que él, cómo Verbo de vida y verdad encarnada, manda. Ahora bien, es importante no poner un peso en el argumento de Juan que él mismo no está poniendo.
      El apóstol no se refiere que aquellos que verdaderamente conocen a Dios no desobedecerán. Bien sabemos que en nuestra vida la desobediencia muchas veces es el pan nuestro de cada día con el que debemos luchar. Juan claramente ha expuesto que el creyente puede pecar, puede tener una caída de desobediencia pero allí está nuestro abogado delante del Padre para clamar a favor de nosotros, Jesucristo el justo (1ª Juan 2:1). El apóstol se refiere a aquellos que claman y dicen decir que conocen a Dios pero su vida es una vida de desobediencia constante a Cristo y el evangelio. Son aquellos que sus labios pueden decir que conocen a Dios pero sus corazones y vidas se caracterizan por la desobediencia. Es imposible e incompatible el tener una relación de conocimiento redentor con Dios y una vida caracterizada por la desobediencia a la doctrina de Jesucristo y el evangelio. ¿Por qué esto es así? En parte porque el Hijo enviado por el Padre vino para hacer todo aquello que el Padre hace, el Hijo nada hace por sí mismo sino que hace todo aquello que ve hacer al Padre (Juan 5:19). Por esto es incompatible decir que se conoce a Dios pero la vida se caracteriza por una desobediencia constante a la doctrina de Jesucristo y el evangelio. Únicamente aquellos que Jesús conoce son los que hacen la voluntad del Padre que le envió. La obediencia en la vida cristiana no es una opción, ciertamente es un fruto de la gracia divina en nosotros pero también es una responsabilidad diaria de todo creyente. Sin esta realidad, aquel que diga que conoce a Dios pero su vida se caracterice por desobediencia a la doctrina de Cristo, entonces “el tal es mentiroso y la verdad no está en él”. Por el contrario, el que obedece el amor de Dios ha sido perfeccionado.
     Resultan curiosas las palabras del apóstol. Cabría esperar que Juan dijese: “pero el que guarda sus mandamientos conoce a Dios” pero esto no es lo que dice Juan, ciertamente lo ha dicho en el v.3 pero no aquí. El contraste reside en que “el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado”. Únicamente aquel cuya vida está caracterizada por la obediencia a Dios, es aquel en quien el amor de Dios se ha perfeccionado. Juan no se refiere primeramente al amor que Dios tiene por aquel que guarda su palabra sino que se refiere a lo mismo dicho en 1ª Juan 5:3 “pues este es el amor a Dios, que guardamos sus mandamientos y sus mandamientos no son gravosos”.
      El amor al que se refiere Juan es el amor del creyente hacia Dios. La obediencia a la palabra de Dios nunca es ni debería ser un acto de obligación sino que siempre debería ser una acto que evidenciase el amor que tenemos por nuestro Dios. Es precisamente el amor en el seno mismo de la Trinidad lo que mueve la obediencia. El Padre ama al Hijo porque el Hijo no hace nada por sí mismo sino lo que ve hacer al Padre (Juan 5:19-20). El Hijo obedece al Padre por amor y la obediencia en el Hijo de Dios no es una evidencia gravosa y pesada sino una evidencia preciosa del amor en las personas de la Trinidad. De la misma manera aquellos adoptados por Dios, la obediencia a la palabra de nuestro Dios nunca debería ser gravosa o pesada. Ciertamente en momentos es difícil pero nunca debería llegar a convertirse en un yugo pesado que nos resignamos a llevar. Cualquier acto de desobediencia siempre es evidencia de carencia de amor. Por tanto, la obediencia es el fruto precioso de nuestro amor a Dios. De una manera un tanto difícil de entender, Juan está diciendo que nuestro amor por Dios que se evidencia en la obediencia es al mismo tiempo evidencia de que Dios está perfeccionando su obra en nosotros. Por tanto, la obediencia no es únicamente muestra de amor sino también muestra de que Dios trabaja en nosotros completando, perfeccionando la buena obra que él empezó. Por ello, Juan establecerá que aquellos que aman a Dios y él perfecciona su obra en ellos, deben andar como Cristo anduvo.
MARTES

Mateo 7:21-23

MIÉRCOLES

Mateo 7:24-29

JUEVES

Juan 5:19-29

VIERNES

Juan 8:31-47

SÁBADO

Juan 15:1-17
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
      Juan les dice a sus oyentes “por esto sabemos que estamos en él”. El apóstol introduce el tema de “permanecer” ¿cómo es posible saber que como creyentes permanecemos en Dios? La respuesta no se encuentra primeramente en lo dicho sino en lo que ahora dirá Juan “el que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo”. El tema de permanecer en él vuele a aparecer y el apóstol dice que aquellos que permanecen en Dios deben andar como “él”, es decir, Cristo anduvo. Debemos pensar cómo Cristo vivió en su ministerio en la tierra. De manera constante y perfecta vivió en una relación íntima con el Padre, hasta el punto de decir declaraciones difíciles de entender como: “porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Juan 5:26). Sin lugar a dudas esto es una afirmación de una relación mutua e íntima entre Padre e Hijo, es casi decir que en esa relación mutua el Padre permanece en el Hijo y el Hijo permanece en el Padre. No hay mayor muestra de relación e intimidad que esta. Dicha relación mutua es vida en el hecho que Jesús siempre obedeció e hizo lo que el Padre la entregó. Por tanto, cuando Juan dice a sus oyentes “por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él”, no está hablando de una relación cualquiera entre Dios y el creyente. Está hablando de una relación sublime, maravillosa y gloriosa. Está hablando de la relación mutua de Dios y el creyente expresada por la presencia misma del Espíritu en nuestra vida. Una nueva realidad espiritual, una relación íntima que, hasta cierto punto refleja la relación íntima entre Padre e Hijo. Por tanto, si en Jesús esta relación se mostró en obediencia, ¿cómo deberá mostrarse en nosotros? De la misma manera, andando como Jesús anduvo como Hijo fiel y obediente al Padre.