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EL CIELO;
LA CIUDAD DE DIOS
“y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios,
dispuesta como una esposa ataviada para su marido”
(Apocalipsis 21:2)
      En el famoso libro El Progreso del Peregrino escrito por el puritano John Bunyan alrededor del 1678, Cristiano el personaje principal de la historia, decide emprender el viaje de su vida. Gracias al libro que Cristiano tiene en sus manos, se da cuenta que la ciudad donde vive llamada la Ciudad de Destrucción será destruida con fuego del cielo, la única solución es huir de tal ciudad y dirigirse a la ciudad cuyo fundamento es eterno, la Ciudad Celestial. A lo largo de ese viaje de la ciudad de Destrucción a la ciudad Celestial, Cristiano pasa por diversas pruebas, se hunde en el estanque del desánimo, se desvía del camino estrecho para ascender por el monte de la ley y legalidad, llega a la cruz donde su carga es quitada y un certificado le es dado, pasa por el valle del terrible Apolion, se duerme en los dulces pastos, etc. El camino desde la ciudad de Destrucción a la cuidad Celestial no es fácil para Cristiano, pero finalmente y sintiendo mucho el spoiler, Cristiano llega a la ciudad Celestial, una ciudad cuyas puertas le son abiertas por los mismos ángeles, una ciudad cuyas calles son de oro, una ciudad donde el resplandor es la misma gloria de Dios, una ciudad donde lo impuro e injusto no tiene ni entrada ni cabida.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
      Cuando Dios llamó a Abraham y le prometió una tierra y una nación, Hebreos 11:9-10 nos dice que Abraham habitó como extranjero en la tierra “porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”. Dios prometió a Abraham una descendencia y ésta viviría en una ciudad cuyo arquitecto y constructor sería Dios mismo, cuyo gobierno sería el gobierno del Altísimo, cuyo corazón sería un lugar santo de comunión con Dios, cuya gloria sería la gloria del mismo Dios. A lo largo de la revelación bíblica esto toma forma con el pueblo redimido por Dios, con el tabernáculo y templo donde la presencia santa de Dios habitaba en medio de los suyos, donde la comunión del pueblo con Dios era una realidad en una ciudad santa escogida por Dios para focalizar todas estas realidades, la ciudad de Jerusalén. Ahora bien, Jerusalén dejaba mucho que desear, Sion no era aquella ciudad esperada, incluso fue devastada en sus propis fundamentos. De todas maneras, Isaías observa que aun y lo poco deseado de Jerusalén, Dios mismo lo hará todo nuevo, incluso Sion será restaurada. Cuando se considera Jerusalén unida a toda esta historia y a todas estas realidades, es posible ver como la Jerusalén terrenal apuntaba a algo mucho más glorioso, a una ciudad final que verdaderamente sería el lugar de comunión de Dios con su pueblo, que verdaderamente sería lugar donde el gobierno de Dios no estuviese machado por la injusticia e iniquidad, una ciudad que verdaderamente Dios sería su arquitecto y constructor ¿cuál es esta ciudad? Bien, Juan la contempló descendiendo como una esposa ataviada “y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido”.


      Cuando Juan contempla la nueva Jerusalén descender del cielo, está contemplando algo que el cielo será. Aun y cuando muchos no estarán de acuerdo, el cielo no será una ciudad sino más bien con la imagen de la Jerusalén celestial, la Biblia nos indica que el cielo será todo aquello que Dios buscó establecer en la Jerusalén terrenal.  El cielo como la nueva creación que lo abarque todo, será al mismo tiempo el cumplimiento de todas las verdades que Jerusalén como ciudad de Dios hubiese tenido que cumplir. La ciudad que Juan ve descender del cielo desciende como “una esposa ataviada para su marido”, la ciudad será ese pueblo redimido preparado para el cumplimiento de la mayor comunión e intimidad que jamás se haya experimentado con Dios. El cielo como la Jerusalén celestial es descrita como “el tabernáculo de Dios con los hombres” (v.3) cuyas medidas son un cuadrado perfecto como el lugar santísimo (vv.16.17). El cielo será el mismo lugar santísimo de Dios donde los redimidos por Cristo moraremos eternamente, donde la fórmula del pacto “ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos como su Dios” será una realidad continua, prefecta y gloriosa (v.3). El cielo como la Jerusalén celestial tendrá como el Edén la riqueza, abundancia que el mismo Edén tuvo y el detalle y belleza del tabernáculo y templo de Dios (vv.18-21). El cielo como la Jerusalén celestial será el lugar donde la gloria que se vivió en el Edén, que fue vista sobre el templo en Jerusalén, la gloria de Dios iluminará el cielo reflejada por la gloriosa lumbrera, por la perfecta imagen de esa gloria, el Cordero de Dios (v.23).
 

      ¡Qué maravillosa ciudad celestial Dios ha preparado para los que él ha redimido en Cristo! ¡Qué maravillosa la ciudad celestial de la cual Dios es su constructor y arquitecto! La gran redención obrada por el Dios Trino no podía llevar a los suyos a una simple ciudad, la gloria del cielo es directamente proporcional no solamente a la gloria de Dios y el Cordero sino también a la gran gloria del plan de redención que Dios planeó para llevarnos a esa ciudad celestial. ¿Qué más podemos anhelar? Como Abraham debemos seguir nuestro peregrinaje sabiendo que tenemos una ciudad asegurada por el Cordero y cuyo arquitecto y constructor es Dios mismo.
      El libro de John Bunyan es una alegoría preciosa de lo que es la vida de aquellos que hemos sido tocados por la gracia de Dios, peregrinamos de este mundo al cielo el cual es descrito en la obra de John Bunyan como la ciudad Celestial y eterna. Tal descripción del cielo es algo que sin lugar a dudas aparece en la Biblia. Si hay una imagen que describe al cielo es precisamente la realidad que el cielo es la Ciudad de Dios. El apóstol Juan contempló precisamente el cielo como la ciudad de Dios, como la nueva Jerusalén que descendía de lo alto “y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (Apocalipsis 21:2). Que magnífica visión la que le fue dada por revelación al apóstol Juan. En el versículo anterior Juan ha contemplado la realidad del cielo bajo la visión de una nueva creación. La creación caída y hundida por el pecado pasó y la realidad de la nueva creación irrumpe finalmente y plenamente “vi un cielo nuevo y una tierra nueva” (v.1). Esta visión de Juan da a entender que el cielo es el cumplimiento del ideal establecido por Dios en la primera creación. El cielo será la primera creación, su bondad, su perfección, su gloria llevada a su cumplimiento último. Ahora Juan contempla algo más del cielo, no contempla algo distinto a la nueva creación sino una nueva imagen que junto con la del cielo nuevo y tierra nueva complementa y arroja luz a lo que es el cielo. El cielo no solamente es la nueva creación, sino que también el cielo es todo lo que la ciudad de Dios representaba en la Escritura.


      El tema de Jerusalén es algo que recorre la Escritura, pero pocas veces suele asociarse a Jerusalén con una imagen usada por la Biblia para hablarnos del cielo. Desde que el ser humano perdimos la gloria del Edén y la presencia íntima con Dios, tal realidad nunca fue olvidada por Dios, su presencia íntima volvería a estar presente como en el Edén para una nueva raza humana que él redimiría de entre los que se rebelaron contra él. El concepto de ciudad fue algo y es algo unido a la misma raza humana después de la caída. Posiblemente la razón de ello radique en que la ciudad representa comunión de una misma raza en un sistema organizado, algo que era uno de los ideales del Edén, comunión con Dios, los unos con los otros bajo la organización y gobierno de Dios en el Edén. Génesis 4:17 describe que la primera ciudad narrada por la Biblia está asociada a Caín y a su hijo “y conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Enoc; y edificó una ciudad, y llamó su nombre la ciudad del nombre de su hijo, Enoc” (Génesis 4:17). De todas maneras ¿qué tipo de ciudad podría ser aquella edificada por el primer asesino de la historia? ¿Qué tipo de comunión habría en una ciudad edificada no sobre los valores y la realidad del Edén sino más bien sobre los valores de la misma rebelión contra Dios? Tal idea de ciudad vuelve a aparecer con la gran Babel. El ser humano se dijo “vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéramos esparcido sobre la faz de toda la tierra” (Génesis 11:4). Una ciudad volvió a edificarse, pero nuevamente sus valores no eran los del Edén, no eran los de la comunión con Dios. Sus valores estaban centrados únicamente y solamente en el ser humano “edifiquémonos”, “hagámonos un nombre”, parece ser como si las ciudades buscasen recuperar esos ideales del Edén, pero se quedaron en meros sucedáneos cuyo reflejo no era el ambiente del Edén, sino que, como hoy en día, el reflejo del ambiente de una humanidad ajena a Dios y lejos de él. Tales valores le valieron a Babel el juicio de Dios, es como si Dios estuviese diciendo: “vosotros no construiréis una ciudad que vuelva a mostrar los valores y comunión del Edén”. Entonces, la pregunta es ¿quién construirá tal ciudad que tenga en sí misma los valores y gobierno celestiales? La respuesta es; Dios será su arquitecto.
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)