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EL CIELO;
UN LUGAR DE COMUNIÓN ÍNTIMA
ENTRE DIOS Y SU ESPOSA
“Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios,
dispuesta como una esposa ataviada para su marido”

(Apocalipsis 21:2. 9-10)
      Uno de los momentos que son de especial relevancia y belleza en una boda es la entrada de la novia. Todos los asistentes a la ceremonia, en especial el novio, están a la expectativa de la llegada de la novia. No hay duda alguna - y estoy seguro que al igual que muchos otros novios puedo hablar por experiencia - que muchas cosas pasan por la mente del novio antes de la llegada de su prometida. Ahora bien, posiblemente una de las cosas que está de manera continua en la mente del novio es el poder contemplar finalmente a su prometida ataviada y dispuesta con su vestido de bodas acercándose a él. Cuando la marcha nupcial suena, el novio sabe que ha llegado el momento, su prometida se encuentra a las puertas, la congregación se levanta en señal de reconocimiento mostrando así que la novia ha llegado, todas las miradas están puestas en ella, pero de manera especial, es la mirada del novio la que más importa. La visión de su esposa toda ella vestida de blanco, con su sonrisa de alegría y emoción al mismo tiempo eclipsan para el novio todo lo demás. Pareciera como si el resto del mundo desapareciese y solamente existiese aquella persona que con paso lento pero firme se dirige hacia él. La novia toda ella ataviada y dispuesta para su novio y el novio ataviado y dispuesto para la novia, se preparan para iniciar la relación más íntima, cercana y significativa que pueda existir, la relación de matrimonio. El matrimonio como una relación de pacto está basada en una relación íntima cuya esencia es la lealtad, fidelidad y amor, no hay mayor relación de intimidad que la relación entre esposo y esposa. De todas maneras, tristemente dicha visión se ha perdido en nuestro mundo postmoderno.


      Cierto es que, en el mundo que hoy en día vivimos el cual, como algunos dicen, no presenta verdad absoluta alguna, ha destruido el concepto de matrimonio que algunos llaman “tradicional” y otros “retrógrado” para construir otro ideal de matrimonio totalmente desvirtuado, edulcorado, adulterado y, por qué no decirlo, pervertido en relación al concepto de matrimonio presentado por la Biblia. Ahora bien, quizás alguien puede preguntarse ¿qué tiene que ver el matrimonio con el cielo? La respuesta se encuentra en entender que el matrimonio, entre otras muchas cosas, fue establecido en la revelación de Dios, la Biblia, para mostrar lo que será el cielo. Nuestro mundo ha desvirtuado el matrimonio, pero la iglesia no puede hacerlo y una de las razones para no hacerlo es porque la relación de intimidad que es vista en el matrimonio, es el anticipo de la relación que será plenamente vivida en el cielo entre Dios y su pueblo redimido. Esto es precisamente lo que Juan contempló del cielo en Apocalipsis 21:2 “y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido”.



      Juan contempló varias cosas en relación al cielo. Tal y como hemos visto en los otros devocionales del cielo, el apóstol Juan contempló el cielo como la realidad de la nueva creación (Apocalipsis 21:1). Un cielo nuevo y una nueva tierra irrumpen en cumplimiento del ideal de la primera creación que Dios estableció. Al mismo tiempo, Juan contempló el cielo con otra imagen, la Jerusalén celestial (Apocalipsis 21:2, 10-21). Juan no estaba contemplando algo distinto a la nueva creación, sino que con otra imagen se nos muestra y amplía lo que es el cielo. El ideal de la Jerusalén terrenal donde Dios moraba en el templo en medio de su pueblo, donde su gobierno era ejercido sobre su pueblo y las naciones acaba cumpliéndose en el cielo mismo. El cielo es el cumplimiento de la ciudad anhelada por Abraham cuyo arquitecto y constructor es Dios mismo (Hebreos 11:9-10), será el lugar santísimo de Dios donde el pueblo de los redimidos en Cristo vivirá bajo el gobierno y la gloria misma de Dios y del Cordero. Ahora bien, esta imagen es ampliada por la imagen de la esposa ataviada para su marido. La Jerusalén que desciende de Dios, es descrita como una esposa ataviada y preparada para su marido. En Apocalipsis 21:2 Juan contempla a la ciudad santa “dispuesta como una esposa ataviada para su marido”. De la misma manera Juan vuelva a contemplar a la ciudad santa como la esposa de Dios “…ven acá, yo te mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo de Dios” (Apocalipsis 21:9-10). El ángel le anuncia a Juan que le será mostrada la desposada, la esposa del Cordero y lo que le es mostrado es la ciudad santa de Jerusalén. Las dos imágenes, la esposa ataviada para el marido, y la Jerusalén celestial son dos caras de la misma moneda celestial. La Biblia nos muestra que el cielo no solo será el ideal de la Jerusalén donde Dios morará en medio de su pueblo y donde su gobierno será ejercido, sino que también con la imagen de la esposa ataviada, el cielo será un lugar de comunión íntima de Dios con su pueblo. Esto es precisamente lo que fue establecido en el Edén mismo.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
      Aquí está el origen del matrimonio, una ordenanza de la creación misma y es importante notar como es dada en Génesis 2. La relación íntima es dada después que el ser humano es puesto en el Edén, por tanto, la intimidad de la relación de matrimonio, la unión en una sola carne, la lealtad y fidelidad en dicho pacto, servía para reflejar la intimidad de comunión que el ser humano tenía con Dios en el Edén. Esto fue perdido por la caída del ser humano, pero nunca olvidado por Dios. A lo largo del progreso de la redención Dios anuncia que formará una descendencia de Abraham y Dios será el Dios de ellos (Génesis 17:8). Dios redime a esa descendencia creándola como su pueblo y entrando en pacto con él. En Éxodo 24:4-8, el pacto de Dios con Israel es descrito con el trasfondo del matrimonio, la unión de dos partes que nada tenían que ver unidas por el mismo lazo de sangre. Desde ese momento en adelante, la relación de pacto de Dios con su pueblo será descrita como una relación de matrimonio (Oseas 1-3). Dicha comunión de intimidad entre Dios y el pueblo redimido es descrita de varias maneras.


      La fórmula del pacto “yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Génesis 17:8, Deuteronomio 4:20; 7:6; 14:2; 26:17, 18; 27:9; 28:9; 29:13) muestra la comunión y relación íntima de Dios con su pueblo redimido. Ahora el pueblo redimido vivirá en una tierra que fluye leche y miel a imagen de la abundancia del Edén, vivirá en una ciudad santa bajo la organización, gobierno y reino de su Dios, con la presencia y gloria de Dios expresada en el templo y con la realidad de ser el pueblo redimido cuya relación con Dios es tan íntima como la relación de matrimonio “yo seré vuestro Dios y vosotros sólo vosotros seréis mi pueblo”. ¡Qué gloriosa realidad! ¡Qué gloriosa relación! la cual nunca fue dada plenamente para Israel en el antiguo pacto, por tanto ¿dónde esto se cumple? Y para ello hay dos sitios donde mirar. Primero, debemos mirar a Cristo, al Cordero inmolado que derramó su sangre para comprar y redimir a su esposa, la iglesia. La redención de la iglesia en el nuevo pacto por Cristo Jesús, cumple la relación de pacto, el matrimonio y comunión íntima de Dios con su pueblo que fue anticipada en la redención en el antiguo pacto. Cristo es el esposo y la iglesia la esposa ataviada y preparada para su esposo (Efesios 5:25-27). Ahora en Cristo podemos vivir en nuestras vidas la afirmación de la comunión íntima con Dios “yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (2ª Corintios 6:16) de una manera que nunca antes hubiésemos podido. Ahora bien, en parte vemos y conocemos, pero ¿cuándo esta realidad inaugurada será plenamente cumplida? Bien en lo que Juan contempló, en el cielo mismo y ahí es el segundo sitio donde debemos mirar. 


      Juan contempla la ciudad Santa como la esposa ataviada mostrando así que el cielo será precisamente el lugar donde esa comunión íntima inaugurada en Cristo y su iglesia será plenamente cumplida. Juan vio a la esposa ataviada para su marido, pero escuchó una gran voz del cielo decir “he aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apocalipsis 21:3). Juan escuchó la fórmula del pacto cumplida. Esto será el cielo, el lugar donde la comunión intima de Dios con nosotros los redimidos será vivida de manera plena. El cielo será el lugar de comunión íntima entre el Cordero y su esposa la iglesia. ¿Has pensado lo que será vivir en una comunión íntima con Cristo? ¿Has pensado como será vivir en una relación íntima con nuestro Salvador de manera eterna? Ciertamente el cielo será un lugar de comunión con nuestros hermanos y hermanas, con nuestros seres queridos que nos han precedido, pero por encima de todo, el cielo será el lugar donde gozaremos eternamente la comunión íntima con aquel que es el Amado del Padre y quien nos ha amado hasta el fin, Cristo Jesús. Con esto solo podemos decir, “Amén, sí, ven, Señor Jesús”.
      La imagen de la esposa ataviada para su marido, la desposada, la esposa del Cordero, no cabe duda alguna que es una referencia al pueblo de Dios, la iglesia que Cristo compró con su sangre. En la creación misma, Dios creó el Edén y colocó al hombre en él. Inmediatamente después de esto, Génesis 2 nos narra cómo no se encontró ayuda para Adán y Dios creó a Eva como ayuda idónea de Adán y ambos unidos en la relación más íntima que pueda existir serán una sola carne (Génesis 2:24).
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)