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EL CIELO;
EL NUEVO JARDÍN DEL EDÉN
“En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del rió,
estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto;
y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones”

(Apocalipsis 22:2)
      A lo largo de la historia, los jardines han sido algo que han estado - y siguen estando - presentes en todas y cada una de las civilizaciones. No cabe duda alguna que, hoy en día, los jardines en muchas de las grandes ciudades son considerados lugares de descanso que, por lo general, son de acceso público abierto a todos los ciudadanos para el disfrute personal o familiar. Aquellos que son ciudadanos de alguna gran ciudad, habrán observado que los jardines están asociados a diversos lugares. Por un lado, algunos de los jardines forman parte o se encuentran dentro de los parques públicos de la ciudad. Por otro lado, algunos jardines se encuentran dentro de palacetes que pertenecían a príncipes o a la aristocracia de siglos pasados y que se han reconvertido en jardines públicos para los ciudadanos. Sea como sea, lo cierto es que unos elementos comunes pueden destacarse en los jardines.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
      Ahora bien, debe decirse que, aun y cuando hay elementos que sin duda alguna se mantienen, la concepción de lo que suponen los jardines ha ido cambiando en cuanto a lo que eran los jardines en el pasado. Las ideas de un lugar acotado, prístino, es decir, un lugar que se mantiene puro e inalterado, un lugar de abundancia, reposo y tranquilidad siguen manteniéndose de alguna manera hoy en día. De todas maneras, lo que ha cambiado es que en el pasado los jardines solían ser lugares asociados no con todo el público sino con la realeza. Uno de los ejemplos que nos brinda nuestra historia son los famosos jardines colgantes de Babilonia considerados una de las siete maravillas del mundo y construidos durante el reinado del rey Nabucodonosor. Tales jardines eran construidos por y para el disfrute del rey y en ocasiones de sus súbditos. El oficio de jardinero, aun y cuando puede parecer extraño, era una actividad relacionada y asociada con el rey siendo los jardines un reflejo de la majestad y excelencia del rey. Tales ideas son contempladas como parte de lo que es una de las descripciones del cielo en la Escritura. Juan contempló otra imagen que le fue revelada del cielo describiéndolo como un jardín “y en medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones” (Apocalipsis 22:2).


       El texto citado no menciona en ningún momento la palabra “jardín” sino más bien la palabra “ciudad”. Lo que Juan contempló es parte de la Jerusalén celestial una de las imágenes utilizadas en Apocalipsis 21-22 para describir el cielo. De una manera más específica Juan contempló la calle de la ciudad “y en medio de la calle de la ciudad”. Dicha Jerusalén celestial presenta un río (vv.1-2) el cual tiene a ambos lados el árbol de la vida cuya función básica es dar vida y sanidad. No hay duda alguna que la descripción que Juan hace de la Jerusalén celestial y, por tanto, del cielo, es una descripción que recuerda a un jardín muy especial y concreto, el jardín del Edén. La presencia del río que salía del Edén (Génesis 2:10) se encuentra en la descripción del cielo (Apocalipsis 22:1-2), de la misma manera, el árbol de la vida presente en el Edén (Génesis 2:9) está de la misma manera presente en la visión que Juan tiene del cielo. El cielo es descrito como el Edén, en realidad el cielo es el nuevo Edén, el cielo es el primer Edén llevado a su máximo cumplimiento y plenitud, esto quiere decir que para poder entender el cielo debe entenderse el primer Edén.



      En Génesis 2:8-14 se nos describe la creación del jardín o huerto del Edén. La idea de jardín implica la idea de un lugar acotado, encerrado y delimitado mientras que la idea implícita en el significado de la palabra “Edén” es la idea de “abundancia”, “plenitud”, “riqueza”. Génesis 2:8 describe que Dios “plantó un huerto en Edén, al oriente”, el jardín que Dios plantó estaba al oriente del Edén, por tanto, el Edén y el jardín aun y ser dos espacios inseparables eran dos cosas distintas. El Edén era el corazón del huerto, era el lugar desde el cual fluía el río que regaba y daba vida al huerto “y salía de Edén un río para regar el huerto” (Génesis 2:10). La vida que fluía del Edén era lo que daba vida al jardín y se extendía incluso más allá. La abundancia del Edén era vista en las piedras preciosas que mostraban la abundancia y belleza del huerto del Edén (Génesis 2:10-14). Siendo que el huerto del Edén es usado en Apocalipsis para describir el cielo, puede decirse que el primer Edén fue el cielo puesto en la tierra. El Edén fue creado por Dios, donde la misma presencia y gobierno de Dios como Creador y Rey eran manifestados y vividos, el lugar donde el reposo de Dios y su abundancia eran una realidad palpable y continua. En ese cielo en la tierra Dios colocó al ser humano para que como jardinero/sacerdote cuidase el jardín (Génesis 2:15). El ser humano en el Edén gozaba del reposo, gobierno, presencia, vida y abundancia divinas y su cuidado del huerto del Edén implicaba extender el gobierno y gloria del Creador (Génesis 1:26-28). Por tanto, cuando el ser humano pecó puede decirse que perdió el cielo en la tierra. Ahora bien, la realidad del cielo aun y ser perdida por el ser humano será redimida por Dios.


      La historia bíblica nos muestra que Dios redime a un pueblo al cual le es dada una tierra que es descrita como la abundancia misma del jardín, una tierra que “fluye leche y miel”. La tierra prometida era vista como un reflejo lejano de la abundancia y riqueza que una vez hubo en el Edén. En esta tierra a imagen del Edén el templo de Dios se levantaba en Sión, la presencia de Dios, el fluir de su comunión y vida nutría a toda Jerusalén y a todo el pueblo redimido. Los salmos y profetas contemplaron que desde Sión y el templo de Dios fluía el río que daba vida al igual como el río que daba vida y fluía del Edén “vistas la tierra, y la riegas; en gran manera la enriqueces; con el río de Dios, lleno de aguas” (Salmo 65:9; Ezequiel 47:1-8). Tal imagen demuestra que Dios mediante la redención redimió a Israel, le entregó y le colocó en una tierra con el eco de la abundancia del jardín del Edén, con el templo y la presencia de Dios de la cual fluía la vida, reposo y gloria misma de Dios.
      Los jardines que se encuentra ya sea en parques o antiguos palacetes son lugares acotados y delimitados, con una entrada o entradas concretas. Son lugares de gran belleza con abundancia de flores, vegetación, lugares tranquilos para poder pasear y descansar. Son lugares que, en cierta manera, permiten que uno se aísle del bullicio, estrés, falta de reposo y caos tan característicos de las grandes ciudades, son pequeños oasis de reposo, descanso y disfrute en medio del caos cosmopolita.
      ¡Qué maravilloso! Dicha imagen muestra que aun y la rebelión del ser humano, Dios no olvidó el cielo para los suyos. La imagen de la tierra, Sión y el templo e Israel morando en ese espacio guardando los días de reposo muestra como Dios creó un mini-cielo, un mini-Edén en medio de la creación caída de dolor y sufrimiento, de cardos y espinos para que su pueblo, mirando hacia el pasado, pudiese disfrutar de la realidad de lo que una vez fue el cielo en la tierra en el primer Edén, pero mirando hacia el futuro pudiese anhelar lo que nuevamente sería la plenitud de ese Edén, de ese cielo en la tierra ¿dónde vemos ese anhelo cumplido?
      El primer Adán cayó en el primer jardín del Edén, pero Cristo, el postrer Adán resucitó en otro jardín, el jardín de la tumba vacía. El primer jardinero de la historia falló en la primera creación, pero el postrer hortelano o jardinero triunfó en la nueva creación con su resurrección (Juan 20:15). Cristo es quien trae para los suyos la inauguración de las realidades del primer Edén. Podría decirse que no solamente Cristo nos lleva al cielo, sino que Cristo trae el cielo a los suyos y esta realidad y cumplimiento final es el cielo que Juan contempla en Apocalipsis. El cielo es el cumplimiento del Edén, pero de una manera mucho más gloriosa que el primer Edén. El río en el cielo fluye del mismo trono de Dios y del Cordero (v.1), el árbol de la vida no es uno solo, sino que a ambos lados del río está la presencia del árbol de la vida que sana y restituye (v.2). Del río que fluye de la misma presencia de Dios y del Cordero está la vida misma representada por el árbol de la vida. El cielo como el nuevo Edén tiene la gloria continua de Dios alumbrando a los suyos, es el lugar de gobierno y justicia perfecta y, a diferencia del primer Edén que tenían el árbol de la ciencia del bien y del mal que supuso la caída del ser humano, el nuevo Edén no tiene ya la maldición que conllevó. Lo que hay en medio del nuevo Edén es el trono de Dios y el Cordero.


      ¿Qué hubiese sido de nosotros si Dios hubiese pasado página y nos hubiese dejado al este del Edén? ¿Qué hubiese sido de nosotros si los querubines con espadas de fuego que cerraron el Edén siguiesen allí? Solo aquel que creó el primer Edén puede hacer descender el nuevo Edén para los que hemos sido redimidos en Cristo Jesús. En ese nuevo Edén serviremos a nuestro Dios, en ese nuevo Edén contemplaremos el rostro del Cordero, en ese nuevo Edén Dios el Señor nos iluminará y reinará por los siglos de los siglos. Como creyentes, como iglesia de Cristo, no dejemos de anhelar el cielo, porque piensa una cosa; si el cielo nos es dado por lo que Cristo ha logrado, si el cumplimiento del cielo desciende en últimas con la venida misma de Cristo, entonces, anhelar el cielo es anhelar la misma venida de Cristo y solo él es nuestro verdadero anhelo. Anhelar el cielo, la irrupción de esa nueva creación, el descenso de la nueva Jerusalén, la realidad del nuevo Edén es anhelar la venida de aquel que ha hecho posible todas estas cosas a nuestro favor. Es escuchar el clamor de Cristo decir “¡He aquí vengo pronto!” (Apocalipsis 22:7,12, 20), es clamar en respuesta “Amén, sí ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20), es orar “hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). No dejemos nunca de anhelar a Cristo Jesús.

"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)