Copyright 2013 Iglesia Evangélica Bautista "Piedra de Ayuda", San Eusebio, 54 - 08006 Barcelona. España

Pastores Roberto Velert Chisbert -- Telfs- 93.209.83.46 - Móvil: 659.890.253  emali: radiobonanova8@gmail.com
         Rubén Sanchez Noguero - Telfs - 93.209.83.46 - Móvil: 610.224.965   emali: rsanchez111@yahoo.es
EL FRUTO DE LA SANTIDAD
“Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:22)
      Robert Murray M’Cheyne fue pastor en la Iglesia de St. Peter’s Dundee en Escocia desde el 1836 al 1843. M’Cheyne nació en Edimburgo en mayo de 1813. Fue el más joven de una familia de cinco. Su padre era abogado y con una gran influencia e importancia social. A medida que el tiempo transcurría, después de terminar la escuela básica, M’Cheyne entró en la Facultad de Artes de la Universidad en el otoño de 1827. Durante su tiempo en la Universidad, M’Cheyne estuvo enfocado a la poesía y a lo que se consideraban placeres o diversiones sociales de aquel tiempo. De todas maneras y sin él saberlo, su persona era el objetivo constante de las oraciones de su hermano mayor. Fue la muerte de su hermano en 1831 el instrumento usado por Dios para desperatar a M’Cheyne en relación a la situación en la que se encontraba su vida. Tal despertar hizo que la orientación e intereses de su vida cambiasen 180º. Empezó a dedicarse de una manera mucho más seria a las cosas espirituales hasta que en el invierno de 1831 y siguiendo el deseo ya implantado en su corazón por la gracia de Dios de ser ministro de Cristo, ingresó en lo que se denominaba el Divinity Hall de la Universidad. Fue en noviembre de 1836 cuando fue ordenado ministro o pastor de la Iglesia de St. Peter’s Dundee.


      La vida de Robert Murray M’Cheyne como ministro de Cristo, es una vida que merece ser conocida en especial en relación a todo lo que tiene que ver con la santidad. M’Cheyne tenía varias líneas maestras las cuales todas ellas son dignas de consideración, pero no hay duda alguna que la santidad fue algo que marcó su vida. M’Cheyne entendió la importancia de la santidad para el ministro de Cristo y así lo reflejó en su frase “un ministro santo es un arma asombrosa en las manos de Dios”. Lo dicho por M’Cheyne en relación al ministro de Cristo es algo que sin lugar a dudas puede ser dicho y aplicado a todo cristiano. La santidad no es una opción en la vida del creyente, sino que es un fruto generado en su vida en base a la obra gloriosa y redentora da Cristo. El apóstol Pablo tenía claro como la santidad es un fruto en la vida de aquellos hechos libres del pecado y siervos de Dios, “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:22). Pablo claramente determina que la santidad es “un fruto” y, por tanto, como tal, es algo primeramente producido en el creyente por la gracia de Dios. Así como una semilla plantada en tierra abonada y preparada de fruto a su tiempo, la tierra abonada de la vida del creyente por la obra de Cristo y la gracia de Dios es tierra fértil para producir, entre otros, fruto de santidad.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez

      Cuando se habla de santidad, se considera a dicha doctrina que proviene de la aplicación de la redención de Cristo a nuestras vidas como una única moneda que presenta dos caras las cuales ambas son necesarias. Por un lado, se habla de la santidad posicional, es decir, aquella santidad en la que el creyente es consagrado por Dios y para Dios, en palabras de Pablo esto sucede cuando “habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios”. Hay algo glorioso que Dios ha hecho en nuestras vidas como creyentes. A las preguntas de Romanos 6:1 “¿qué pues diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?” la respuesta
de Pablo es clara “en ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado ¿Cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:2). El cristiano es alguien descrito como libertado del poder del pecado, si antes de estar en Cristo estábamos muertos en nuestros pecados (Efesios 2:1-2) ahora en Cristo estamos muertos al pecado. Por tanto, resulta una incongruencia, una contradicción para el creyente vivir en pecado, es como aquel que se le han dado zapatos para que camine y sigue queriendo caminar descalzo, o aquel que se le han dado guantes para no quemarse al sacar la bandeja del horno y la sigue sacando a manos limpias.


       Ahora bien, ¿cómo se ha producido este cambio? Mediante la gloriosa unión del creyente en la muerte y resurrección de Cristo, “porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida eterna” (Romanos 6:4). La realidad de la obra de Cristo y de la unión del creyente en la muerte y resurrección de Cristo es lo que ha producido dicho cambio.


      Somos unidos a Cristo en su muerte y esta realidad implica que cuando Cristo murió pagando la culpa de nuestro pecado, nosotros morimos con él, nuestro viejo hombre fue crucificado “para que el cuerpo de pecado fuese destruido a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6). Libres del pecado, libres de su poder, libres de servir a ese dueño frío como una losa que sepulta con su servidumbre a una muerte segura el alma del ser humano caído, pero aquí está el glorioso cambio. Como Cristo resucitó para gloria del Padre, también estamos unidos a la victoriosa resurrección de Cristo para dos cosas: (1) para vivir una nueva vida, la misma vida de resurrección de Cristo (Romanos 6:4) y (2) para pasar a ser siervos de Dios (Romanos 6:17, 18, 22). Gracias a esta obra de Cristo y a nuestra unión con él es que se ha producido esta santificación posicional “mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios”. Esto es una realidad para todo creyente, no es algo dado para una élite especial de creyentes. Tan triste es ver a cristianos hundidos por su pecado como cristianos que piensan que no pueden vivir en la nueva vida en Cristo porque algunos les han dado la visión que esto es solamente para una élite o clase especial de creyentes. ¡No! todo creyente ha sido unido a Cristo en su muerte y resurrección, de hecho, si esto no ha sido dado uno no es creyente, por tanto, todo creyente es hecho libre del pecado y siervo de Dios. Hemos sido puestos en una posición consagrada en Cristo y esto lleva a la segunda cara de la santidad. Por otro lado, la santidad es un proceso en el que como creyentes estamos implicados y debemos trabajar en ello.


      La santidad como proceso siempre parte de la base de la santidad posicional, es decir, de lo que somos en Cristo, es por eso que Pablo la entiende como un fruto. Habiendo sido hechos libres del pecado y siervos de Dios ¿cuál es el fruto que se produce en nuestra vida? “tenéis por fruto la santificación”. Por tanto, la santificación que es la consagración de nuestras vidas a Dios, que es el proceso empezado y que nos forja y forma a imagen de Cristo como el objetivo final de nuestra redención (Romanos 8:29) es un fruto producido en nosotros por la gracia de Dios. Ahora bien, dicho fruto, al igual que cualquier otro fruto del mundo natural, debe de ser dado, debe de ser cultivado para que crezca y debe de ser recogido. Por tanto, como fruto la santificación es algo dado en todo creyente, ahora bien, como deber es algo que debemos hacer nuestro deber diario cultivarlo para crecer a la imagen de nuestro Señor Jesucristo, tanto en nuestra vida personal como en nuestra iglesia, en palabras del gran puritano John Owen “es el deber diario de todo cristiano hacer morir el pecado por el poder del Espíritu” (Romanos 8:13). No es tarea fácil, no cabe duda alguna, pero gloria a Dios que nos ha puesto en tal posición para tener como fruto esa santificación. Cierto es que en este proceso damos pasos alenté y atrás, pero es importante contemplar el fin de la misma “tenéis por fruto la santificación y como fin, la vida eterna”. Pablo no está diciendo que uno debe trabajar en su santificación para alcanzar la vida eterna, ¡no! eso sería salvación por obras y la salvación siempre es por gracia. La idea de Pablo es que tal fruto de santificación en nuestra vida, es evidencia de nuestra salvación y del fin de la vida eterna que alcanzaremos por haber sido unidos a Cristo en su muerto y resurrección. Aún y cuando sea un pequeño brote verde de santificación, el fruto debe de existir y con el tiempo crecer, preocupante es si no hay fruto de santificación, ni un mínimo brote verde en la vida de aquellos que se hacen llamar cristianos. Un buen ejercicio es examinarnos donde estamos en nuestro fruto de santificación ¿existe? ¿crece?. Si el fin del fruto del pecado es la muerte, el fin del fruto de la santificación es la vida eterna ya que esa santificación es evidencia de lo acontecido y de lo que sigue aconteciendo por la gracia de Dios en nuestras vidas. Dios no nos ha dejado sin “herramientas” para cultivar y recoger dicho fruto de santificación, pero será el tema de los siguientes devocionales el considerar esa “herramientas” santificadoras. Por ahora, podemos pensar y regocijarnos en las palabras de Pablo y hacer de ese fruto de santificación nuestro deber diario por la gracia de Dios.
  “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”.
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)