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BUENA COSECHA
DE LA VID

“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador" (Juan 15:1)
      Nuestro país es un país vinícola. Cuando uno recorre la costa mediterránea puede ver campos de viñedos plantados y vides con sus racimos y sus uvas. Lo cierto es que, cada vez que contemplo esos viñedos no puede más que acordarme de la parábola de Jesús, “yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador”. Este “yo soy” de Jesús es el último antes que afronte la cruz a favor de los suyos, por tanto, siendo el último “yo soy” de Jesús, también será nuestro último “yo soy” en esta serie de devocionales.

      Llegamos al último “yo soy” de Jesús en el evangelio de Juan. Nuevamente, al igual que el “yo soy el camino, la verdad y la vida”, el yo soy de la vid verdadera es dicho a sus discípulos. Las palabras de Cristo, aún y cuando a primera vista no puedan parecerlo, están cargadas de privilegio y responsabilidad para aquellos que son sus discípulos. Por un lado, la realidad que Jesús es la “vid verdadera” supone el privilegio que aquellos que son sus discípulos, son los pámpanos unidos a la vid. El gran privilegio, es el privilegio de la unión con Cristo, el privilegio de permanecer en la vid verdadera cuya savia recorre igualmente la vida de los pámpanos. Por otro lado, supone la realidad que aquellos que participan de la unión con Cristo deben dar fruto en sus vidas. La unión con Cristo capacita para la realidad de fruto en la vida del cristiano. El “yo soy la vida verdadera” narrado de manera principal en Juan 15:1-8 debe de ser entendido conjuntamente con lo dicho por Jesús en los siguientes versículos, Juan 15:9-16. Ambas secciones presentan un énfasis marcado en el privilegio de la unión o permanencia en Cristo. En el “yo soy la vid verdadera” la permanencia es la unión del pámpano con la vid, mientras que en los vv.9-16 la permanencia es en el amor de Jesús Al mismo tiempo, ambas partes presentan la realidad de la responsabilidad de dar o llevar fruto en la vida de los discípulos (vv.5, 7, 8, 16). Por tanto, ambas partes se complementan la uno a la otra, es más, la sección de los vv.9-16 sirve como explicación o comentario de la parábola del “yo soy la vid verdadera”. Ahora bien, ¿cómo debemos entender esta pequeña parábola dicha por Jesús? ¿Qué supone que Cristo es la vid verdadera y nosotros los pámpanos unidos a ella?
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
Dicho fruto está ligado no solamente a permanecer en Cristo sino a también a la oración v.7 “si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho” Obviamente, Cristo no está dando un cheque en blanco para la oración, es decir, pedid lo que sea, lo más impensable y eso os será hecho, no es así, el contexto es claro. Por un lado, la petición surge de la unión en Cristo y la permanencia de sus palabras en nosotros, por tanto, la oración deberá estar siempre en línea con la voluntad revelada de Cristo en su palabra y no en nuestras ilusiones. Por otro lado, la petición es para fruto en nuestra vida, fruto que glorifique al Padre (v.8). Dicho fruto es descrito en los siguientes versículos. El fruto es obediencia a los mandamientos de Cristo (v.10), el fruto es participar del gozo de Cristo (v.11), el fruto es el amor los unos con los otros, no como nosotros queremos sino como Cristo nos ha amado (v.12), el fruto es ser testigos al mundo como la viña de Dios en Cristo (vv,16, 27). Me pregunto ¿es difícil este fruto? ¿Es difícil la obediencia a Cristo? ¿Es difícil amar al hermano como Cristo nos ha amado? Seamos sinceros, en ocasiones no es fácil, pero es parte de nuestro fruto como pámpanos unidos a la vida verdadera. Lo glorioso es que la confianza no recae en nosotros, o no debería ser así, la confianza recae en que Cristo es la vid verdadera y su vida recorre nuestro ser para llevar el fruto que por nosotros mismos no podríamos.

La canción de la vid de Israel fue triste, pero la canción de la iglesia no debería serlo. El fruto de la vid de Israel fue ponzoñoso, pero no así fue el fruto de la vid verdadera. Su fruto fue ofrenda agradable al Padre y así debería ser nuestro fruto en él. Las situaciones de la vida, de nuestra familia, de nuestras iglesias podrán hacer que ese fruto sea difícil en muchas ocasiones, pero recordemos dos cosas: Fluye primeramente de la vid y no de nosotros y segundo tenemos el medio de gracia de la oración, “si permanecéis en mí y mis palabras en vosotros, pedid todo lo que queráis y os será hecho”. Pidamos por fruto en nuestras vidas que glorifique a nuestro Padre que está en los cielos, oremos por fruto de obediencia a Cristo, oremos por fruto de amor al hermano, oremos por fruto de gozo en Cristo.
      Jesús está hablando a sus discípulos, aquellos a quienes les dice que su corazón no debe turbarse (Juan 14:1) porque, aún y cuando les dejará solos por un tiempo, su ida será para el beneficio de ellos. Jesús va a la casa del Padre a preparar morada para ellos (Juan 14:1-4) y el Padre les enviará el otro Consolador quien les recordará todo lo que Cristo ha dicho (Juan 14: 16, 17, 26). Sobre los hombros de ese pequeño grupo de hombres con su corazón turbado, recaería la responsabilidad de extender el testimonio de Cristo, en cierta manera, eran el génesis de aquel pueblo que sería formado a raíz de creer Cristo por medio de la palabra de ellos (Juan 17:20). ¡Qué gran responsabilidad! ¿Cómo lo harían? Siendo el inicio del pueblo del nuevo pacto ¿qué fruto debían dar? ¿Podrían darlo o no darían fruto en absoluto? Quizás podemos trasladar estas preguntas que fueron hechas a los discípulos reunidos con Jesús, a aquellos que somos discípulos de Cristo, a la iglesia misma. ¿Cómo podemos dar fruto en la vida cristiana? ¿Qué tipo de fruto? ¿Hay alguna certeza que habrá fruto? La respuesta se encuentra en el “yo soy la vid verdadera”. ¿A qué se refiere Jesús con estas palabras?

      Jesús empieza diciendo “yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador” (v.1). La imagen de la vid, es una imagen común en el contexto de las Escrituras y evidentemente Cristo no utiliza dicha imagen de cualquier manera.
      La imagen de la vid presenta una gran carga proveniente del Antiguo Testamento. Aún y cuando las imágenes de la vid son usadas de diversas maneras, lo cierto es que, la vid era una imagen común para hablar del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento. Israel era la vid y no cualquier tipo de vid, era la vid de Dios. Dios mediante su gran acto de salvación de Egipto creó a Israel como su vid. Por tanto, Israel no se había hecho a sí mismo la vid de Dios, el Creador y Redentor había plantado su propia vid en medio de las naciones. Eran la vid de Dios simplemente por su gracia. Dios había plantado, cercado, limpiado a su vid para que diese fruto y fruto en abundancia en medio de las naciones. Israel debía dar fruto en medio de las naciones de lo que significaba ser el pueblo del pacto, testimonio del Dios Creador y Redentor, pero la canción de la vid de Israel es triste. Dios entona dos canciones en la revelación bíblica que anuncian y hablan del fruto de su vid. Deuteronomio 32:32 “Porque de la vid de Sodoma es la vid de ellos, y de los campos de Gomorra; las uvas de ellos son uvas ponzoñosas, racimos muy amargos tienen”. Dios anuncia que el fruto de su vid será, uvas ponzoñosas, racimos amargos. De la misma manera Dios a través del profeta Isaías volvió a cantar sobre su vid, Isaías 5:1-2 “Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado y su viña. Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas y dio uvas silvestres”. ¡Qué canción! Dios plantó, limpió, cuidó su vid y esperó, esperó por fruto, esperó por uvas dulces y la vid dio uvas salvajes. Qué triste la canción de la vid de Israel. Aún y haber sido plantada, limpiada y cuidada por Dios su fruto a lo largo de su historia fue, el fruto de la idolatría, el fruto de división, fruto de hipocresía, fruto que les llevó al exilio mismo como juicio divino. ¡Qué tristeza que en el pueblo redimido por la gracia de Dios el fruto en su vida sea ponzoñoso! ¡Qué tristeza que el fruto de la vid de Dios sea fruto que muestre más las contiendas de un mundo que desconoce la gracia de Dios y no el amor de Dios! ¿Qué esperanza hay para una vid así? ¿Qué esperanza hay para que la vid vuelva a dar fruto dulce? En otra canción el pueblo canta y clama que Dios vuelva su rostro hacia su vid, Salmo 80:7-8; 14-17
Oh Dios de los ejércitos, restáuranos;
Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos.
Hiciste venir una vid de Egipto;
Echaste las naciones y la plantaste

Oh Dios de los ejércitos, vuelve ahora;
Mira desde el cielo, y considera, y visita esta viña,
La planta que plantó tu diestra, y el renuevo que para ti afirmaste.
Quemada a fuego está, asolada;
Perezcan por la reprensión de tu rostro.
Sea tu mano sobre el varón de tu diestra
Sobre el hijo de hombre que para ti afirmaste.
      El clamor que Dios vuelva a mirar a su vid se cumple en la realidad que la mano de Dios sea “sobre el varón de su diestra, sobre el hijo del hombre que para ti afirmaste”. La vid recuperará su vigor, su fruto, volverá a correr por ella savia viva cuando Dios ponga su mano sobre el varón que él ha afirmado. Con este contexto ahora podemos escuchar las palabras de Cristo “yo soy la vid verdadera”. Cuando Jesús dice que él es la vid verdadera se refiere a que en su persona se cumple el ideal de Israel como vid. Lo que Israel no cumplió como vid, Cristo sí lo cumple como vid verdadera. Él sí dio fruto de uvas dulces a su Padre, fruto de obediencia, fruto de gloria, fruto de lealtad, fruto de gozo, etc. Que Cristo sea la vid verdadera implica dos cosas: (1) que formar parte de la vid de Dios, esto es su pueblo, depende de creer y estar unido a la vid verdadera que es Cristo. (2) Que Cristo sea la vid verdadera conlleva que aquel que permanece en él llevará sí o sí fruto en su vida por el simple hecho que Cristo es la vid verdadera, por el simple hecho que la savia de la vid verdadera recorre y nutre al pámpano. El Padre es el labrador y su función es o bien quitar al que no lleva fruto o bien limpiar al pámpano que sí lo lleva para que llevé más fruto (vv.1-2). Aquel pámpano que no lleva fruto es cortado por el Padre (v.2) y echado al fuego (v.6). Algunos han usado dicho texto para sustentar la pérdida de la salvación, pero lejos está esto de la realidad de las palabras de Cristo. El pámpano que no lleva fruto es cortado y echado porque nunca ha estado unido a la vid por eso no lleva fruto, de otra manera sería decir que algo malo ocurre a la vid de la cual el pámpano se nutre. Por otro lado, el pámpano que verdaderamente permanece, está unido a la vid, éste lleva fruto y es limpiado por el Padre para que lleve todavía más fruto. En cierta manera Cristo está mostrando en qué consiste la vida cristiana.

      Uno de los privilegios que tenemos como cristianos es el privilegio de nuestra unión en y con Cristo quien es la vid verdadera. En él y por él formamos parte de la viña de Dios, esa viña plantada, limpiada “ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado” (v.3) y cuidada. Posiblemente aquello central y básico en nuestra vida cristiana es nuestra unión en Cristo. De nuestra unión en y con Cristo es que participamos de todas las bendiciones del Padre (Efesios 1:3), es que somos partícipes de la gran obra de redención (Efesios 1:3-14), es que somos coherederos de las riquezas de la casa del Padre (Juan 14:1-3). Nuestra vida y, por tanto, nuestra vida como cristianos se deriva de él. La gran diferencia con la vid del antiguo pacto, Israel, es que Cristo es la vid verdadera y, por tanto, aquellos unidos a él, aquellos que permanecemos en él, llevaremos buen fruto. Eso debía de ser consuelo para los discípulos que escuchaban y para la iglesia que escucha las mismas palabras de Cristo. El permanecer en Cristo, aún y cuando parece ser presentado como una obra del propio pámpano, lo cierto es que el permanecer es el fruto mismo de aquellos unidos a Cristo. El propósito de estos versículos es que entendamos que no hay verdaderos cristianos sin alguna medida de fruto en sus vidas.
      El llevar fruto es la marca infalible de un cristianismo verdadero y la razón de ello es doble: (1) Porque el pámpano nada puede producir por sí mismo, “como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, sino permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (v.4). Aún y cuando la vida cristiana no es fácil, ésta no es presentada como una obra - aún y cuando hay que obrar en ella - de uno mismo sino como el fruto de la vida de Cristo en nosotros. (2) Porque Cristo es la vid verdadera y estamos unidos a aquel que no falló en ser fiel a su Padre. Ahora bien ¿qué tipo de fruto? ¿Qué tipo de fruto glorifica al Padre (v.8)?
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)