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"EL BUEN PASTOR
Y SUS OVEJAS

“Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11,14).
      Es algo sorprendente contemplar el trabajo de pastor hoy en día en el siglo XXI. Probablemente es algo que queda muy lejos para algunos de nosotros, pero es maravilloso ver como el pastor conoce al rebaño que tiene. En más de una ocasión me he cruzado con rebaños de ovejas que cruzaban carreteras interiores y siempre ha pensado, ¿cómo es posible que el pastor sepa que no le falta ninguna de las ovejas? ¿Cómo puede conocerlas a todas? La verdad es que no tengo respuesta a ello, pero lo que sí es cierto es que el buen pastor conoce a sus ovejas. Dicho conocimiento es recíproco, sus ovejas también le conocen a él. ¿Cómo es esto posible? Parece existir un vínculo entre pastor y rebaño que va más allá de lo que uno puede observar. Dicha realidad sucede también con aquel que es el Buen Pastor y con las ovejas que son su posesión.

      El “yo soy el buen pastor” (Juan 10: 11, 14) forma parte, juntamente con el “yo soy la puerta de las ovejas” (Juan 10:7, 9) de la explicación de la parábola que Jesús explicó a los fariseos en Juan 10:1-5. La identificación de Jesús como el “yo soy la puerta de las ovejas” permitía establecer que la persona de Cristo es la única entrada para los verdes pastos de salvación. A diferencia de todos aquellos que anteriormente vinieron como “salvadores” de los suyos y cuya intención no era más que esquilar a las ovejas, Cristo como “la puerta de las ovejas” presentaba una identidad y función bien distintas. Por un lado, el hecho que Jesús es la puerta implica una exclusividad, solamente él es la puerta a verdes pastos y la vida en abundancia, sin lugar a dudas, lo identifica como el verdadero Mesías y Salvador de sus ovejas. Por otro lado, la realidad que Jesús es la puerta implica que no es una puerta giratoria. Solamente sus ovejas entran, por tanto, no hay ladrón ni salteador que pueda entrar a los verdes pastos donde Cristo da vida y descanso a los suyos. Siendo así, las ovejas están protegidas en el redil. Al mismo tiempo una vez uno ha entrado por la puerta de salvación ya no hay salida, aquel que es salvo lo es para siempre. Por tanto, el formar parte del redil de las ovejas de Cristo, no viene determinado por una religiosidad, pedigrí familiar o tradicionalismo, sino por una unión vital y relación de fe con aquel que es la “puerta de las ovejas”. Ahora bien, la imagen de la puerta no puede ser considerada de manera aislada, tiene que ser entendida con el siguiente “yo soy” de Cristo, “yo soy el buen pastor”.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
Todo depende del conocimiento “yo soy el buen pastor, y conozco a mis ovejas y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas” (vv.14-15). Cristo conoce a sus ovejas y sus ovejas le conocen a él, este conocimiento mutuo está basado en el conocimiento mutuo que el Padre y el Hijo tienen “así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas”. El Padre desde antes de la fundación del mundo ha dado a sus escogidos a Cristo, ha dada a sus ovejas a Cristo (Juan 17:9, 10, 24) y gracias a ese conocimiento mutuo y perfecto en el seno de la Trinidad, el buen pastor conoce a la perfección por las ovejas que tiene que dar su vida. Siendo así, la obra del buen pastor no fallará en dar su vida y en obrar su obra a favor de sus ovejas. No cabe duda que esto nos enfrenta con la difícil pero bíblica doctrina de la elección.
El hecho que Dios pueda tener desde antes de la fundación del mundo a sus ovejas escogidas no gusta a todo el mundo ni tampoco es aceptado por todo el mundo, ahora bien, resulta difícil no considerar la doctrina de la elección cuando ésta está ampliamente sustentada por la Biblia misma (Génesis 25:22-23; ver Romanos 9:1-18). Quizás uno pueda preguntarse ¿quién son esas ovejas de Cristo? ¿Seré yo una de ellas o no? Posiblemente estas preguntas son las incorrectas, hasta ahora todavía no he visto a ninguna oveja preguntarse si es oveja o cabrito o quién es su pastor, simplemente las ovejas conocen a su pastor y reconocen su voz, esto es un elemento importante. El buen pastor establece que “sus ovejas oyen su voz” (v.3), sus ovejas le conocen (v.14). Lo que identifica las ovejas del buen pastor no es simplemente que el buen pastor las conoce y que por ellas da su vida, sino que ellas también le conocen y escuchan su voz. La oveja es identificada como oveja del buen pastor también por el hecho que responde a la voz del pastor. Andrew Fuller uno de los grandes pastores y teólogos de finales del siglo XVIII e inicios del XIX comentó lo siguiente: “No te preguntes si eres escogido o no, simplemente responde a lo que Cristo te dice, arrepiéntete y cree en el evangelio y de esta manera probarás tu elección”. Aquí está la cuestión, las ovejas del buen pastor responden afirmativamente a su voz, a esa voz que principalmente llega desde el Calvario para reunir a su rebaño, esa voz que parte desde la eternidad misma diciéndonos que el amor de Dios en Cristo estuvo desde antes de los pilares mismos de la tierra, esa voz que es ampliada a toda nación en el Calvario “venid a mí”. Las ovejas del buen pastor prueban que son sus ovejas porque conocen y responden por fe a su voz, entran por él que es la puerta.  Dicho llamado del buen pastor es hecho sin distinción a todas las naciones.

Cristo establece “también tengo otras ovejas que no son de este redil” (v.16), esta referencia tiene que entenderse en base al contexto de la sanación del ciego de nacimiento en Juan 9. El ciego fue expulsado de la sinagoga, pero el buen pastor fue a buscarlo, el buen pastor saca a las ovejas del redil del judaísmo para formar un nuevo redil no dependiente de raza o nación. El buen pastor tiene ovejas en el redil que representa el ámbito judío, pero tiene otras ovejas que también son suyas en otro redil, el redil de las naciones gentiles. El llamado del buen pastor alcanza sin distinción a las naciones para formar un solo y nuevo rebaño “habrá un rebaño y un pastor” (v.16), esto es lo glorioso de la obra de Cristo en el nuevo pacto. Esto no sucede por casualidad en la historia de la redención, sino que Dios así lo había preparado. En Ezequiel 34 Dios mismo acusó a los líderes religiosos de no cuidar de sus ovejas (Ezequiel 34:1-10), ante esto Dios mismo vendrá y recogerá a sus ovejas esparcidas por los confines de la tierra (Ezequiel 34:11-16), Dios hará esto a través de su siervo David en un pacto de paz (Ezequiel 34:24-25). Estas palabras anunciadas por Ezequiel son cumplidas en Juan 10. Ahora Dios viene a reunir a su rebaño, a buscar a la oveja descarriada a sanar a la oveja maltratada en su Hijo Jesucristo, el buen pastor. Este es el mandamiento que Cristo recibió del Padre y no hay mayor muestra de amor del Padre al Hijo que ver como él en obediencia da su vida por sus ovejas (vv.17-18). Ahora el llamado a formar parte del redil es el llamado de la cruz, es el llamado del evangelio de gracia y fe.  

Es algo que debe mover a alabanza el saber que desde antes que fuesen todas las cosas, uno pertenecía a Dios. Que maravilloso es saber que uno fue dado por el Padre al buen pastor desde antes de la fundación del mundo. Por no existir no había nada que pudiese motivar a Dios para hacerlo, fue un acto soberano e incondicional solamente motivado por la voluntad de Dios por su gran amor. Que glorioso es saber que desde siempre hemos estado unidos a Cristo y dicha unión florece en todo su esplendor, participamos de ella plenamente como los comensales participan de un festín cuando por gracia respondemos por fe al llamado del buen pastor en su evangelio de gracia. Cuanta gratitud deberíamos dar a Dios porque él aplicó este plan de redención planeado desde la eternidad. No nos dejó esparcidos y desamparados, sino que vino a recogernos a su redil, a su rebaño en Cristo Jesús para que las palabras de David “ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida y en la casa de Jehová moraré por largos días” (Salmo 23:6) sean una realidad eterna en nuestra vida. Si el buen pastor llama, responde al llamado. Bien cierto podemos decir que “porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Romanos 11:36). 
La imagen de la puerta, todo y darnos una visión de entrada, de acceso a una realidad determinada, su concepción es un tanto pasiva, es decir, parece como si Cristo, siendo la puerta de sus ovejas, solamente ofreciese la posibilidad de entrar a la vida abundante. Es bien cierto que existe la oferta de entrar por la puerta “yo soy la puerta; el que por mí entraré, será salvo; y entrará, y saldrá y hallará pastos” (v.9), pero dicha oferta debe ser entendida conjuntamente con el “yo soy el buen pastor,
el buen pastor su vida da por las ovejas” (v.10). La afirmación de “yo soy la puerta de las ovejas” y el ofrecimiento por parte de Cristo de entrar por la puerta nunca tiene que ser entendido como una obra pasiva de Cristo. El llamado a entrar por la puerta es posible porque Cristo como el buen pastor dio su vida por las ovejas, es decir, existió un obrar de aquel que es la puerta y el buen pastor al mismo tiempo. Cristo no vino para ofrecer la posibilidad de salvación, sino que vino para obrar y asegurar la salvación de sus ovejas mediante su obra redentora, él dio su vida y él la volvió a tomar (v.18).

      El “yo soy el buen pastor” retoma el tema presentado en la parábola en los vv.2-4. La identificación de Jesús como “yo soy el buen pastor” aparece asociada a otro aspecto importante, la realidad que el buen pastor da su vida por sus ovejas (vv.11, 15, 17, 18). La realidad que Jesús da su vida por sus ovejas es lo que hace que él sea no un pastor más sino “el buen pastor” por excelencia. La obra del buen pastor es lo que lo distingue de aquellos que son asalariados y por tanto no son el pastor de las ovejas. El buen pastor da su vida mientras que el asalariado huye frente al peligro dejando a las ovejas desprotegidas “yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa…” (vv.11-13). La función del pastor no era algo fácil sino que requería que el pastor pusiese su vida en lugar de sus ovejas frente a los peligros que pudiesen acechar al rebaño, leones, osos, lobos. El Salmo 23:4 habla de la “vara y cayado” del pastor, elementos para proteger y alentar. La vara solía ser un bastón con pedernales o clavos metálicos en un extremo para proteger a las ovejas. 1 Samuel 17:34-36 muestra la función del pastor poniendo su vida en riesgo para proteger a su rebaño “David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manda, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca…”. Lo que hace a Jesús ser “el buen pastor” es que a diferencia del asalariado él da su vida por sus ovejas. La idea de dar la vida “por las ovejas” significa “en lugar de las ovejas”, es decir, existe un carácter sustitutorio, el pastor toma el lugar de sus ovejas con su propia vida, implica un carácter de sacrificio, la vida de las ovejas está en peligro de muerte y solo la entrega de la vida del pastor salvará de esa muerte segura a las ovejas. Obviamente, dicha obra apunta al Calvario mismo donde el buen pastor dio su vida en sacrificio en lugar de sus ovejas, el sitio que debería haber sido un lugar de muerte para las ovejas, el sitio que debería haber sido el matadero para las ovejas, fue el lugar donde el buen pastor dio su vida en lugar de las ovejas. Quizás alguien que pueda estar leyendo el devocional pueda preguntarse ¿por qué el buen pastor tuvo que dar su vida en lugar de las ovejas? ¿Qué necesidad había de ello? Déjame que te diga que la Biblia da una respuesta amplia a dichas preguntas, pero Juan 10 da una respuesta gloriosa. El buen pastor dio su vida por el simple pero maravilloso hecho que las ovejas son su propiedad.
A lo largo de Juan 10 no hay duda que el buen pastor tiene unas ovejas determinadas en posesión, ovejas que le pertenecen, ovejas que son suyas. Conoce a las ovejas por nombre “las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre y las saca” (v.3), el pastor saca a las propias ovejas “y cuando ha sacado a las propias” (v.4), el buen pastor conoce a sus ovejas “yo soy el buen pastor y conozco a mis ovejas” (v.14). No hay duda alguna que el pastor tiene a unas ovejas en particular y es por ellas que él da su vida. Maravillosamente y por pura gracia hay ovejas que pertenecen al pastor y por ellas el buen pastor está dispuesto a dar su vida, ahora bien ¿cómo saber cuáles son?
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)