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NO HAY MÁS CIEGO
QUE EL QUE NO QUIERE VER
“Entre tanto que estoy en el mundo, la luz del mundo soy” (Juan 9:5)
      La luz del sol puede ser tanto iluminadora como cegadora. Conducir por la autopista con la visión de la puesta del sol delante de nosotros y con luz del sol iluminando nuestro camino es algo que resulta precioso. De todas maneras, dicha belleza puede convertirse en peligro cuando ese mismo sol y su luz ciegan nuestra visión sin dejarnos ver el camino por el que estamos transitando. No hay duda que la misma luz que puede iluminar nuestro camino puede también convertirse en aquella que nos ciegue.

      La declaración de Jesús en Juan 9:5 “entre tanto que estoy en el mundo, la luz del mundo soy” continua el tema de la “luz del mundo” iniciado en el capítulo ocho del evangelio de Juan.

      La realidad que Jesucristo es la luz del mundo es desarrollada y ampliada en los acontecimientos posteriores y descritos en Juan 9. Juan 9:1-41 describe el milagro de la sanación de un ciego de nacimiento. Toda esta sección viene marcada por las ideas de “ceguera”, “los que no ven, vena”, “los que ven sean cegados”, etc.

      La conclusión del milagro y, por tanto, de la afirmación “entre tanto que estoy en el mundo, la luz del mundo soy” se encuentra en el v.39 donde Jesús establece “para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados”.

      Por tanto, la realidad que Jesús es la luz del mundo, puede obrar también a modo de juicio, puede iluminar para ver o puede iluminar para cegar, la misma luz que calienta y hace crecer las flores en primavera es también capaz de quemarlas, el mismo sol que es capaz de iluminarnos en nuestro camino es también capaz de cegarnos. Dicha verdad es vista en el evento de la sanación del ciego de nacimiento.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
      Jesús con sus discípulos encontraron un hombre ciego de nacimiento (v.1). La situación de dicho hombre desde su nacimiento era una profunda oscuridad, su única esperanza en dicha situación era mendigar (v.8) y estaba sujeto a la misericordia de la gente o al engaño y abuso de aquellos que le rodeaban. Al ser ciego de nacimiento no tenía categorías para poder entender la diferencia entre rojo, azul, verde, ¿cómo explicárselo si nunca había visto esos colores? No tenía categorías para discernir lo que era un cristal de un diamante ¿cómo explicárselo si nunca los había visto? La ceguera física era un impedimento que, en aquel tiempo, dejaba al ser humano hundido en la miseria misma. 
      Ahora bien, la ceguera de ese ciego de nacimiento es el bastón que nos guía a discernir que existe una ceguera que acompaña a todo ser humano sin excepción desde el nacimiento mismo y esta es la ceguera espiritual. Una ceguera que es incapaz de discernir la oscuridad y miseria que acompaña al ser humano.

      Los discípulos de Jesús le preguntaron v.2 “Rabí ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” La suposición de los discípulos fue pensar que la ceguera del hombre se debía o bien a un pecado o bien a un pecado de sus padres, del árbol caído todo el mundo hace leña, menos Jesucristo. La respuesta de Jesús muestra que la causa de la ceguera de dicho hombre no fue ni su pecado ni el de sus padres, sino que dicha situación no es tanto para determinar las causas sino para manifestar “las obras de Dios” (v.3). Cristo estableció que la única esperanza para dicho hombre residía fuera de él, residía en la obra de Dios realizada a su favor y esto es lo que verdaderamente sucedió.

      Aquel ciego de nacimiento recibió la vista por el milagro obrado por Jesús (vv.4-7), la luz brilló en medio de las tinieblas. Aparentemente esta era la obra de Dios que había de ser realizada. Dicho milagro no sucedía todos los días, no era normal que un ciego de nacimiento volviese a ver, esto generó un proceso de investigación que consistió en el interrogatorio al ciego por parte de sus vecinos (vv.8-12) y por parte de los fariseos quienes interrogaron primero al ciego (vv.13-17) segundo a sus padres para confirmar que verdaderamente era el ciego de nacimiento (vv.18-23) y tercero nuevamente al ciego que había recibido la vista (vv.24-34).

      La pregunta común de todos los interrogatorios fue el ¿cómo? (vv.10, 15, 19, 21, 26) mientras que la diferencia entre los vecinos y los fariseos fue el ¿quién? Mientras los vecinos se preguntaban si ese era el ciego que mendigaba (vv.8-9) los fariseos en su interrogatorio preguntaban al ciego ¿quién le había sanado? (vv.16, 17, 21, 22, 24, 29, 30, 31), por tanto, el milagro debería servir para desentrañar la verdad de quien era aquel que sanó al ciego.

      Esta verdad es vista a lo largo del proceso del interrogatorio de los fariseos. A medida que las preguntas avanzaban algo bien curioso sucedía. Las preguntas de los fariseos llevaron al ciego de v.11 “aquel hombre que se llamaba Jesús”, v.17 “que es profeta” a reconocer y creer en Jesucristo como el Hijo de Dios v.38 “creo Señor y le adoró” Para los fariseos las mismas preguntas y la misma verdad les llevó de v.16 “ese hombre no procede de Dios”, v.18 “no creían” a finalmente determinar antes de que el interrogatorio llegase a su fin v.22 “ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga”.
      La misma verdad obró para uno en identificar a Jesús como el Hijo de Dios (vv.35-38) mientras que la misma verdad para otros les llevó a establecer que Jesús no podía ser el Cristo (v.22) ¿dónde está la diferencia? ¿Por qué la misma verdad puede tener resultados tan distintos?

Lo cierto es que el problema no está en la verdad sino en que no hay mas ciego que el que no quiere ver.      
      Los fariseos eran aquellos que debían haber visto, no solo físicamente sino espiritualmente - ya que tenían todo el conocimiento necesario para poder hacerlo - que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios y, por tanto, haber creído en él, pero su incredulidad, su corazón de piedra y su idea de cómo debía de ser el Cristo fue la losa que selló su ceguera, los que veían fueron cegados.

      El postmodernismo sitúa el énfasis en que uno puede creer lo que quiere en la realidad de que no hay verdad absoluta. Es la sociedad la que determina el sistema educativo de qué creer y cómo creerlo. Nuestra sociedad establece la formación y el conocimiento para prosperar y llegar al conocimiento de lo importante.

      No es para despreciar la importancia del conocimiento y formación, ya que ambos son importantes, pero la sabiduría del evangelio funciona bien distinta a la sabiduría del hombre. El ciego recibió la vista, no solo física sino espiritual, fue capaz de ver con los ojos de la fe y creer que Jesús es el Hijo de Dios, el único conocimiento que tenía era v.25 “una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo”, el que no veía acabo viendo lo más importante en la vida de un ser humano.

      La realidad que Jesús es “la luz del mundo” implica también que para juicio Cristo ha venido, para que los que no ven, vean, y para los que ven, sean cegados. Que Cristo es la luz del mundo implica la grandiosa realidad que él ilumina corazones hundidos en tinieblas, en debilidad, en miserias para que vean que Jesús es el Hijo de Dios quien mediante su obra en el Calvario hace algo nuevo de esas vidas. Implica que ver esto no depende primeramente de un gran conocimiento intelectual o posesiones sino de la obra de Dios manifestada en la vida del ser humano.

      Ahora bien, que Cristo es la luz del mundo también implica que aquellos corazones que sometidos a la verdad del evangelio están marcados por una constante incredulidad y rechazo puedan ser cegados por esa misma luz y verdad del evangelio. ¿Cuál es tu respuesta a la verdad presentada por Juan? ¿Cuál es tu visión de que Cristo es la luz del mundo? ¿Cuál es tu respuesta a la pregunta crees tú en el Hijo de Dios.

"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)