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AFLICCIONES Y GLORIA
“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente
no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”
(Romanos 8:18)

      Una de las cosas que motiva a los alpinistas en sus ascensiones a las altas cumbres, es precisamente el poder hacer la cima deseada. Una gran cantidad de preparativos son hechos antes de llegar al ataque final a la cima. Generalmente, una vez se llega al pie de la montaña, se establece el campo base desde el cual se dirige toda la ascensión. Sucesivamente se van estableciendo diferentes campos a medida que se realiza el ascenso para finalmente estar en condiciones de poder atacar la cima y coronar la montaña. La experiencia de ascender a un gran pico no es algo carente de dificultades, para decirlo de otra manera, no es algo carente de aflicciones a medida que uno asciende. El descenso continuo y progresivo de la temperatura es algo que poco a poco va haciendo mella en el cuerpo, en especial en las extremidades de manos y pies. A medida que uno asciende la concentración y densidad de oxígeno es menor haciendo que el cuerpo tenga que incrementar su esfuerzo para poder hacer llegar el oxígeno necesario a los diferentes órganos y partes del cuerpo para su correcto funcionamiento. Estas circunstancias crean situaciones serias y que pueden llegar a poner en peligro la vida de los alpinistas. El mal de altura, las congelaciones, los desmayos, el cansancio continúo y creciente son algunas de la “aflicciones” a las que los alpinistas deben enfrentarse. A todas estas circunstancias tiene que sumárseles los peligros que la montaña puede esconder o tener preparados para ellos, avalanchas, desprendimientos, ventiscas, etc. No hay duda alguna que todas estas situaciones se incrementan a medida que el ascenso se produce. Posiblemente uno puede preguntarse ¿por qué estar dispuesto a sufrir todas esas aflicciones y penalidades en el ascenso a la montaña? ¿Qué es aquello que motiva a esos hombres y mujeres a ser capaces de soportar dichas situaciones y a seguir adelante? Lo cierto es que hay varias respuestas a esas preguntas.

      George H. L. Mallory un alpinista británico que falleció en su intento de ser el primero en coronar el Everest, comentó que la razón de querer coronar la montaña era simplemente “porque está ahí”. Edmund Hillary quien fue el primero en coronar el Everest y volver en vida de ella el 29 de Mayo de 1953, comentó que “no conquistamos las montañas sino a nosotros mismos”, su visión era la de un reto de conquista personal. Otros comentarán que el motivo es la necesidad de hacer los 14 picos de 8.000 metros que hay en el planeta, etc. De todas maneras, si verdaderamente hay algo que motiva al alpinista a ser capaz de sufrir todas las aflicciones que la montaña tiene preparadas, es simplemente el llegar a la cima. Una ascensión sin cima es como un cheque sin fondos, no vale la pena todos los sufrimientos que se han tenido que pasar.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
      La manifestación gloriosa es la manifestación de los hijos de Dios. Piensa en aquel que fue Hijo de Dios por excelencia. Jesucristo sufrió las aflicciones de un mundo caído. Hecho hombre estuvo sometido a las aflicciones y limitaciones de una raza humana finita y estuvo sometido al menosprecio, oprobio y la aflicción misma de la muerte, pero sufrió todo esto por la gloria puesta delante de él (Hebreos 12:2). Las aflicciones del Hijo de Dios todo y ser dolorosas y reales en manera que ninguno de nosotros seremos jamás capaces de sondear plenamente, fueron la antesala de la manifestación gloriosa del Hijo de Dios en su resurrección. No podemos olvidar que su gloriosa manifestación como el Hijo de Dios resucitado fue hecha - entre otras cosas - como primicia de aquellos que le seguiremos en esa manifestación y resurrección gloriosa (1ª Corintios 15:20). Por tanto, en el Hijo de Dios tienes tu primera evidencia de certeza. Pero es gracias al Hijo que nosotros tenemos adopción de hijos de Dios. Somos adoptados en el Hijo y evidencia de ello es el Espíritu de adopción que nos ha sido dado (Romanos 8:15). La evidencia explícita que Pablo nos da para que descansemos en que un día habrá esta manifestación gloriosa en nosotros y, por tanto, el fin de las aflicciones, es el mismo Espíritu, él es la primicia de lo que viene, v.23 “tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”.  El Espíritu es el Espíritu de creación y él - entre otras muchas cosas - nos ha sido dado como la primicia de la nueva creación que se manifestará en nosotros ¿qué más evidencia podrías desear? Dios se ha dado a él mismo en la tercera persona de la Trinidad como garantía y primicia.

      Sin lugar a duda es comprensible como el apóstol puede acabar este fantástico capítulo de una manera gloriosa, una manera que deseo y oro que sirva de consuelo para tu vida en tus aflicciones. Pablo puede decir que v.28 “y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien [incluso las aflicciones en la vida], esto es a los que conforme a su propósito son llamados”. Aquellos que Dios ha conocido, predestinado, llamado, justificado, glorificado, éstos son los que pueden decir que incluso las aflicciones les ayudan a bien para que el plan de Dios llegue a su fin sin duda alguna (vv.29-30). Por tanto, podemos decir que ni tribulación, ni angustia, ni persecución, ni hambre, o desnudez, o peligro, o espada […] nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro (vv.35-39).

      Ahora bien, si se corona la cima, uno es capaz de contemplar la majestad de la montaña, uno es capaz de contemplar la gloria de la creación, la cima y la realidad que en ella se esconde cuando se hace manifiesta genera que todas las aflicciones de la ascensión no sean comparables con la gloria que se manifiesta en la cima.

       Dicha realidad es lo que Pablo comenta en Romanos 8:18 en relación a las aflicciones que el creyente pasa en el mundo presente. Cuando éstas aflicciones son comparadas o vistas a la luz de la gloria venidera, las aflicciones palidecen frente a esa gloria que se espera.
      A lo largo de Romanos 8 el apóstol ha establecido la comparación entre las obras de la carne y el vivir en el Espíritu (vv.1, 4, 5, 6, 9, 12, 13), los hijos de Dios son aquellos que viven en el Espíritu por la simple razón que tienen el Espíritu de Cristo en ellos, v.9 “mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo no es de él”. La presencia del Espíritu en la vida del creyente es la bendición y promesa que Dios anticipó en el antiguo pacto (Ezequiel 36:26-28). La presencia del Espíritu implica posesión y pertenencia a Cristo y cumple de una manera gloriosa la realidad que ahora ellos son templo del Dios Altísimo, 2ª Corintios 6:16 “porque vosotros sois templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré en ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”. Dios en cumplimiento del nuevo pacto no entregó algo carente de importancia, no entregó algo pudiese ser obviado, sino que se entregó a él mismo en la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu. Este Espíritu es la evidencia de nuestra adopción como hijos y es central para entender que nuestras aflicciones en este mundo presente, por muy duras, difíciles, amargas y dolorosas que sean, las podemos contemplar con toda seguridad y certeza a la luz de lo que será hecho en nosotros en la gloria eterna. En otras palabras, Dios ha dado a su Espíritu por el cual clamamos Abba Padre (Romanos 8:15) pero también como primicia que las aflicciones de este mundo no podrán jamás anular lo que Dios tiene preparado que sus hijos lleguen a ser en gloria.

      En Romanos 8:18-23 Pablo continuamente establece la comparación entre la realidad de las aflicciones en el creyente y en toda la creación con la realidad de la manifestación eterna de los hijos de Dios. Por un lado, el apóstol determina que las aflicciones son reales v.18 “pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente”, en cierta manera, Pablo liga la realidad de las aflicciones al tiempo presente. En el esquema de Pablo el “el tiempo presente” se refiere a toda esta creación caída y hundida en pecado desde la rebelión del ser humano en Génesis 3. Los espinos y cardos hicieron acto de presencia en la realidad del ser humano y de toda la creación (Génesis 3:19). Sufrimos aflicciones porque vivimos en un tiempo, en un mundo que no es lo que debería ser, nunca éste fue el ideal de Dios en la primera creación. El ser humano cayó de la gloria del Creador y cuanto de más alto se cae más graves son las consecuencias. La caída del ser humano conllevó la realidad de las aflicciones en nuestras vidas y en toda la creación. Aquel que fue hecho la imagen y representante de Dios arrastró a toda la creación a ser partícipe de aflicciones y gemidos y así lo expresa el apóstol, Romanos 8:22 “porque sabemos que toda la creación gime a una y a una está con dolores de parto hasta ahora, y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos”. Nosotros gemimos con aflicciones en el tiempo presente, la creación gime con dolores de parto, lo cierto es que la realidad que Pablo presenta no es muy alentadora aparentemente. Ahora bien, así como cuando se hace de noche en una parte del mundo no significa que el sol haya desaparecido o dejado de brillar, sino que está brillando con su misma fuerza en otra parte del mundo, así también sucede con las aflicciones. Que ellas sean reales no significa que el brillo de la gloria eterna haya dejado de resplandecer.

      Todo y la presencia de las aflicciones en el tiempo presente, esta realidad siempre es puesta en comparación con una realidad que como hijos de Dios no podemos perder de vista. Las aflicciones siempre son puestas en comparación con la manifestación gloriosa de los hijos de Dios, v.18 “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”, v.19 “porque el anhelo ardiente de la creación es aguardar la manifestación de los hijos de Dios”, v.21 “porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios”, v.23 “nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”. Uno solamente tiene que escuchar estas palabras “la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”, “aguardar la manifestación de los hijos de Dios”, “a la libertad gloriosa de los hijos de Dios”, “esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”. Estas palabras del apóstol son el resonar de la misma, gloria son las palabras procedentes de la nueva creación cuyo eco resuena en el tiempo presente que debemos vivir lleno de aflicciones y sufrimiento. Las aflicciones de este mundo, el gemir de toda una creación caída espera la manifestación gloriosa de los hijos de Dios y ¿qué es esto? Hay dos imágenes que nos lo muestran.

      Primero, la creación “gime con dolores de parto”, la imagen es la de una mujer en contracciones de parto para dar a luz. La creación gime no solamente por ser una creación sujeta a vanidad, una creación caída, sino que gime para dar a luz a la nueva creación donde la gloria será el sello de cada rincón de esa nueva creación y donde los dolores de parto y las aflicciones serán recuerdo del pasado. Si el tiempo presente trae aflicción, la nueva creación esperada trae libertad de esas aflicciones. La pregunta es ¿cuándo la creación dará a luz a la nueva creación que ponga fin a todos estos dolores? De manera sorprendente el apóstol nos dice que esa nueva creación se dará cuando primero se produzca la manifestación gloriosa de los hijos de Dios v.19 “porque el anhelo ardiente de la creación es aguardar la manifestación de los hijos de Dios”, v.21 “porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. Si en la primera creación Dios lo creó todo y después colocó al ser humano sobre toda la creación, ahora en la nueva creación Dios lo está haciendo al revés. Primero será la nueva creación de los hijos de Dios y luego irrumpirá la nueva creación al completo. La “manifestación gloriosa de los hijos de Dios” es la nueva creación que será hecha en nosotros, es cuando finalmente nuestros cuerpos serán glorificados y las aflicciones serán recuerdo del pasado y las lágrimas por el dolor serán enjuagadas y esta es la segunda imagen que el apóstol nos da. Esperamos la “adopción, la redención de nuestros cuerpos” (v.23), es decir, la resurrección final. Estos cuerpos que ahora sufren aflicciones, estos cuerpos sujetos al dolor de la enfermedad, al dolor de la vejez, al dolor de la crítica y engaño, serán hechos nuevos en la resurrección final.
      Si hay consolación frente a las aflicciones ahí está. Las aflicciones son vistas a la luz de lo que seremos hechos cuando la trompeta final suene y en cierta manera, esas aflicciones son el gemido en nosotros mismos que algo nuevo está por nacer, algo nuevo está por ser hecho. Así como los gemidos de dolores de parto en la mujer anuncian el momento glorioso del nacimiento y esto hace que las aflicciones no sean comparables con el resultado final, igualmente las aflicciones en nuestra vida deben de ser entendidas, debes entenderlas como el gemido que es evidencia de aquello nuevo que será hecho en nosotros. Siendo así, ciertamente podemos decir con el apóstol Pablo,
“pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”.
      Pero quizás te preguntas ¿qué evidencia tengo de que esto es será así? ¿Qué evidencia me es dada para que en mis aflicciones puede anclar mi esperanza en esa manifestación gloriosa que ha de ser hecha en mí? Déjame que te de dos razones provenientes de la Escritura, una de ellas implícita en la teología de Pablo y la otra explícita en nuestro texto del devocional de hoy.
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)