Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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CONTEMPLAR LA SALVACIÓN
“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos”
(Lucas 2:29-31 )
      En esta vida hay muchas cosas por contemplar pero quizás, aquellas que deberían poder visitarse en vida serían las conocidas como las “siete maravillas del mundo moderno”. Dichas maravillas son una lista de monumentos a lo largo y ancho de este mundo que han sido clasificadas como maravillas que deben ser vistas o contempladas en algún momento de la vida. Entre estas maravillas se incluyen: Chichén Itza, La Gran Muralla China, Petra, el Coliseo, el Taj Mahal, el Cristo Redentor y Machu Picchu. En algún momento de la vida dichas maravillas deberían visitarse, sino todas ellas por lo menos alguna de ellas. Son monumentos que, aun y cuando fueron diseñados en el pasado con propósitos muy distintos a los usados hoy en día, las siete maravillas del mundo moderno son lugares que todo ojo debería poder contemplar. Ahora bien, todas ellas pierden su maravilla y encanto cuando son comparadas con aquello que todo ser humano debe contemplar en vida. Todas ellas palidecen cuando son comparadas con la maravilla de la salvación que Simeón, un sacerdote que cumplía su turno en el templo de Jerusalén, llegó a ver y contemplar con sus propios ojos. Simeón era un hombre piadoso y justo a quien el Espíritu de Dios le había prometido que vería la consolación de Israel antes de que muriese (Lucas 2:25). No hay duda alguna que la promesa del Espíritu a Simeón era de gran relevancia. Poder ver la consolación de Israel antes de que muriese era igual a decir que Simeón contemplaría la salvación del pueblo de Dios antes que sus ojos se cerrarán en esta vida, podría contemplar la salvación que Dios había anunciado en el pasado a través de sus profetas (Isaías 40:1). Es en este contexto que José y María llevaron a Jesús al templo cumplidos los ochos días de vida para poder dedicarlo. Fue en un acto de soberana providencia divina que el Espíritu movió a Simeón a servir aquel mismo día en el templo y fue al tomar a Jesús en brazos que Simeón dijo: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz conforme a tu palabra”. Con el pequeño Jesús en brazos Simeón sabía que su tiempo en este mundo se había cumplido. Por un lado, hay una nota de tristeza, Simeón sabía que su tiempo llegaba a su fin. Por otro lado, hay una nota de gran gozo y alegría, Simeón era despedido en paz tal y como Dios le había dicho conforme a su palabra. Simeón no vería muerte hasta que contemplase la salvación y así fue. Dios podía despedir a Simeón en paz conforme a su palabra por una razón clara; “porque mis ojos han visto tu salvación”. ¡Que glorioso es poder ser despedido de este mundo en paz porque nuestros ojos han contemplado la salvación de Dios! Solo contemplando la salvación de Dios en vida es que uno puede ser despedido de este mundo en paz. Es en vida que uno debe contemplar la salvación que Dios ha preparado. Es en vida que nuestros ojos deben ver la salvación de Dios. El día que Dios tenga determinado despedirnos de este mundo, lo que marcará la diferencia de despedirnos en paz o no será el haber contemplado la salvación de nuestro Dios en vida. Ahora bien ¿qué contempló Simeón? Contempló al pequeño Jesús en sus brazos. Contemplar la salvación no es ver algo abstracto, ni contemplar una filosofía, es contemplar y ver a nuestro Señor Jesús, es contemplar su obra histórica en la cruz y la tumba vacía.  En Jesucristo vemos todo la salvación de Dios la cual él “ha preparado en presencia de todas las naciones”. En Jesucristo contemplamos todo el perdón, toda la reconciliación, toda la justicia por la fe, toda la misericordia, todo el amor, toda la salvación contenida, focalizada y vista en nuestro Señor Jesús.
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Lucas 1:26-38
Lucas 1:39-56
Lucas 157-80
Lucas 2:1-39
FINAL DE SEMANA
GLORIA Y PAZ
“Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de huestes celestiales,
que alababan a Dios y decían:
¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!”
(Lucas 2:13-14)

      Jonathan Edwards, el famoso pastor, predicador y teólogo del silgo XVIII escribió un mensaje titulado: “El cielo un mundo de amor”. Edwards argumenta que el cielo es un sitio de amor porque es la morada de Dios quien es amor en sí mismo. Por ello, Edwards determina que todos aquellos que están en el cielo deben ser sujetos destinados a ser receptores del amor de Dios. Sin duda alguna, el cielo no puede ser más que un lugar de amor puro y eterno pero, también es un lugar de alabanza continua a Dios. No sabemos aquello que el apóstol Pablo llegó a ver y oír cuando fue llevado al tercer cielo, no sabemos cuáles fueron esas palabras inefables que no le es dado a hombre expresar (2º Corintios 12:5) pero, muy posiblemente Pablo pudo ser testigo de la continua alabanza dada a Dios en el cielo mismo. El cielo es un mundo de alabanza en el cual todo lo que en él hay alaba al que está sentado en el trono y al Cordero (Apocalipsis 5:13). Parte de esta alabanza celestial escondida detrás del velo de la eternidad irrumpió en este mundo el día que nuestro Señor Jesucristo, el Salvador nació. Uno de los ángeles celestiales se presentó a unos pastores que estaban velando a sus ovejas en las vigilias de la noche. La gloria del Señor les rodeó con todo su resplandor y el mayor anuncio jamás dado a unos hombres, les fue dado a esos pastores, “os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os será de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (Lucas 2:11-12). Este anuncio que les fue dado mientras estaban rodeados de la gloria del Señor, fue acompañado con una multitud de huestes celestiales que se unieron en alabanza a Dios; “y repentinamente apareció con el ángel una multitud de huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían”. El nacimiento de Cristo Jesús nuestro Salvador es el hecho histórico que mayor alabanza trae a nuestro Dios. Entender que el Cristo el Señor, el Salvador del mundo nació como un niño como cualquier otro sin duda alguna es un hecho que, así como abrió el cielo en alabanza, debería abrir nuestros corazones a alabar a nuestros Dios. El Salvador anunciado a lo largo de la historia de la redención, el Salvador del linaje de David, el Ungido de Dios ahora llegaba no como un general condecorado comandando a sus ejércitos para salvar. Mas bien llegaba como un niño, como un ser humano nacido de mujer y nacido bajo la ley para poder ser así nuestro perfecto representante y poder salvarnos. Sin duda alguna, tal hecho es de alabanza a Dios porque ¿quién hubiese sido capaz de imaginar o diseñar la llegada del Salvador del mundo de esta manera? ¿Quién hubiese podido pensar en el misterio de la encarnación para la llegada del Salvador a este mundo? ¿Quién hubiese podido mover providencialmente toda la historia para el cumplimiento de ese momento? Nadie salvo nuestro Dios, por ello las huestes celestiales cantaron alabando a Dios. El cielo un lugar de alabanza cantó y alabó aquí en la tierra dando toda la gloria a Dios y anunciando paz al ser humano. El contenido de la alabanza de los ángeles fue “gloria a Dios en las alturas”. No podía ser de otra manera. En el cielo mismo, en las alturas en las cuales mora el Dios Altísimo, lo único que podía cantarse por la venida del Salvador es “gloria a Dios”. El cántico de los ángeles pone algo en perspectiva que no podemos perder de vista. El nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, el anuncio del Salvador y la salvación es primeramente para la gloria de nuestro Dios. El evangelio de salvación es primeramente para atribuir todo el peso de reverencia y honor a nuestro Dios. Es su salvación, es su evangelio, es a su Hijo a quien él nos dio por ello el nacimiento del Salvador es primero de todo para la gloria de Dios. Puesto de otra manera, no hay nada que traiga mayor gloria y honor a Dios que la salvación de pecadores. El nacimiento del Salvador anunció la gloria de Dios en las alturas pero aquí en la tierra supuso “paz, buena voluntad para con los hombres”. Jesucristo el Salvador traía el perdón de nuestros pecados, la reconciliación con Dios, el darnos esa paz con Dios por haber sido justificados por medio de la fe en Jesucristo. Ciertamente el Salvador nos nació a nosotros para darnos paz pero, por encima de todo nació para la gloria de nuestro Dios quien salva al pecador.