Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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LO MALO DE SER COMO NIÑOS
“Os di a beber leche, y no vianda, porque aún no erais capaces, ni sois capaces ahora”
(1ª Corintios 3:2)
      Es algo normal y natural que los recién nacido tomen leche. Forma parte de su desarrollo biológico el alimentarse con leche, si es posible materna, especialmente durante los primeros siete meses de vida. Sería algo contra natural y dañino para el recién nacido alimentarlo con comida sólida antes de tiempo. Aun y cuando la comida tuviese un gran valor nutritivo, para el recién nacido sería contraproducente ya que su organismo sería incapaz de digerir y de descomponer los nutrientes de esa comida para el beneficio de su cuerpo. El crecimiento y la madurez biológica son esenciales para que el recién nacido pase de tomar leche a tomar vianda sólida. Ahora bien, al igual que dar vianda antes de tiempo sería dañino, también lo sería quedarse permanentemente con la leche materna. ¿Qué supondría el tomar permanentemente leche? Supondría un problema de desarrollo y madurez biológica. Lo mismo sucede con el cristiano cuya vida sigue siendo incapaz de digerir verdades más profundas del evangelio de Jesucristo. El crecimiento y la madurez espiritual es algo que la Escritura no contempla como opcional sino como algo normal que debe darse en el cristiano. Desde sus primeros pasos en el evangelio, el cristiano y la iglesia debe crecer y madurar en el evangelio de Jesucristo, así se lo hizo saber Pablo a los Corintios. Existe en la vida de todo cristiano y en la vida de toda iglesia un tiempo para ser recién nacidos en el evangelio. Cuando el apóstolo Pablo fundó la iglesia en la ciudad de Corinto fue para ellos como un padre que les alimentó con los rudimentos básicos del evangelio, les dio a beber la leche básica pero tan necesaria de la proclamación de Jesucristo y a éste crucificado (1ª Corintios 2:2). Como buen ministro de Cristo, el apóstol Pablo sabía que no podía darles al inicio de su vida cristiana las viandas sólidas y nutritivas del evangelio por ello les dice “os di a beber leche y no viandas porque aun no eráis capaces”. La vida cristiana debe entenderse que tiene su madurez y existe una etapa de recién nacidos en los que el alimento de los rudimentos de Cristo, como diría el autor de Hebreos (Hebreos 6:1), es lo necesario y adecuado. En esa etapa no puede esperarse ni demandarse una madurez que todavía no está allí (1º Corintios 13:11). Ahora bien, la tristeza de las palabras de Pablo residen en la parte final del versículo; “ni sois capaces todavía”. Después de tanto tiempo los corintios no habían madurado en nada, seguían siendo “niños en Cristo” o mejor dicho “infantes en Cristo” (v.1). Esa falta de crecimiento y madurez se veía no solamente en su falta de crecimiento doctrinal en el evangelio sino también en su falta de crecimiento vivencial. Su vida era una vida de inmadurez, seguían con divisiones entre ellos, seguían con contiendas incapaces de resolver, seguían con personalismos e intereses propios, seguían con el orgullo de pensarse que eran los más espirituales sin darse cuenta del orgullo espiritual que tenían. Todo ello era una muestra de inmadurez espiritual aun y el paso de los años. Por la gracia de Dios como cristianos y como iglesia de Cristo estamos llamados a madurar en el evangelio, tanto a nivel doctrinal como a nivel vivencial. La madurez espiritual es la obra de la gracia del glorioso evangelio de Cristo en nosotros pero también nuestra responsabilidad de madurar en él. Debemos mirar nuestra vida en el evangelio después de años y años y preguntarnos; ¿he madurado en el evangelio de mi Señor Jesucristo? ¿Ha madurado más y más el fruto del Espíritu en mí? La vida espiritual demanda crecimiento y madurez, por ello, pide que Dios te ayude a madurar en su glorioso evangelio. 
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
1ª Corintios 3:1-7
1º Corintios 13:1-12
Efesios 4:11-16
1ª Pedro 1:22-25; 2:1-3
FINAL DE SEMANA
LO BUENO DE SER COMO NIÑOS
“Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada,
para que por ella crezcáis para salvación”
(1ª Pedro 2:2)

      La Biblia utiliza la imagen de la “leche” para referirse al alimento espiritual necesario para la vida del cristiano. En algunas ocasiones la imagen conlleva aspectos negativos tal y como Pablo mencionó a los corintios. El apóstol les había dado leche cuando eran recién nacidos en el evangelio pero, tristemente se habían quedado niños en Cristo, fueron incapaces de crecer y madurar para pasar de la leche del evangelio a las viandas nutritivas del mismo. Ahora bien, la imagen de la “leche” también comporta un aspecto positivo. El apóstol Pedro escribió a los creyentes dispersos en la diáspora que deseasen como recién nacidos la leche espiritual; “desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada”. No hay mejor leche para el crecimiento del recién nacido que la leche materna. Una leche cargada de las proteínas y nutrientes necesarios para la madurez del recién nacido. Una leche no adulterada, no hay mezcla en la leche que proviene del seno materno. Una leche preparada con la cantidad de proteínas, carbohidratos y grasas adecuadas y suficientes para el neonato. Una leche que proporciona las proteínas digestivas, vitaminas, minerales y hormonas del crecimiento que ayudan al niño en su desarrollo. Una leche que presenta anticuerpos que evitan un incremento de las enfermedades en el recién nacido. La leche materna en la sabiduría de nuestro Dios ha sido creada como la fórmula adecuada para la madurez del niño. Por ello, en la sabiduría divina, Dios ha creado en el recién nacido el deseo casi constante y continuo de desear esa leche que es de bien para su vida. Sin duda alguna, ¡grande es la sabiduría de nuestro Creador! Es precisamente este deseo constante y continuo que presenta el recién nacido por la leche materna, el deseo que debe estar en todo cristiano en cuanto a desear “la leche espiritual no adulterada”. En todo cristiano debe existir un deseo incesante que desee todo aquello que sea beneficioso para su crecimiento espiritual. Las palabras del apóstol Pedro se refieren primeramente y sin duda alguna la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre (vv.23-24) el evangelio que les fue anunciado y por el cual fueron renacidos (v.25). Es bueno quedarnos como niños si esto se refiere a desear de manera incesante y creciente el alimento del evangelio de nuestro Dios. Debemos desear la palabra de Dios “no adulterada” tal y como establece Pedro. Para el apóstolo el deseo de la palabra de Dios debe darse desechando toda malicia, todo engaño, toda hipocresía, toda envidia y todas las detracciones (v.19. De poco sirve desear la buena palabra de Dios cuando está mezclada en nuestra vida con malicia y engaño. De poco sirve desear el evangelio de Cristo cuando en nosotros hay hipocresía y envidias. Estos son elementos que adulteran la leche espiritual que debemos desear como recién nacidos. El deseo que debe existir en todo cristiano es el de un evangelio puro, el de una palabra divina que es suficiente en sí misma sin necesidad que nada le sea añadido ni nada le sea quitado. Pero, al mismo tiempo, este anhelo por la “leche espiritual no adulterada” debe darse con la responsabilidad de desechar en nuestra vida todo aquello que adultera esta palabra. Una mezcla que se producirá, no solamente por desviaciones doctrinales sino por desviaciones morales tales como malicia, engaño, hipocresía, envidia. Si hay algo que los recién nacidos todavía no tienen la capacidad de expresar es precisamente la malicia, el engaño, la hipocresía. Cuando lloran demandando la leche materna no lo hacen con hipocresía sino con sinceridad. Esta misma actitud debe estar en todos nosotros. Tal deseo constante y sincero del evangelio tiene el propósito de crecer en salvación; “para que crezcáis para salvación”, es decir, no para que adquiramos nuestra salvación pues ella nos ha sido dada por la sola gracia y la sola fe solamente en Jesucristo, pero sí, nuestra salvación genuina debe creer en santificación y madurez y el evangelio produce esto en nosotros. ¡Qué gran paradoja la de la vida cristiana! Por un lado, no debemos ser como niños quedándonos con la leche. Por otro lado, debemos ser como niños deseando la leche espiritual que nos hace madurar. Sproul tenía razón cuando decía que: “existe una diferencia importante entre ‘como niños’ e ‘infantiles’”. Por ello, seamos como niños deseando el evangelio de nuestra salvación para no quedarnos infantiles en Cristo.