Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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EL MENSAJE
DE LA CORTE CELESTIAL
“Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gálatas 1:11-12 )
      Uno de los aspectos fundamentales de la comunicación es la transmisión de un mensaje. En el acto de la comunicación es el mensaje aquello que el transmisor quiere que el receptor reciba y entienda. La historia de la humanidad ha estado y sigue estando llena de mensajes que han sido comunicados. Situándonos en la cultura greco-romana del primer siglo, era bien característico que los filósofos tuviesen su grupo de discípulos los cuales recibían las enseñanzas de los principios y filosofías del mensaje que les era transmitido. Ahora bien, sea el tiempo que sea, los mensajes comunicados han tenido algo en común, eran mensajes que encontraban su origen en el ser humano.  Las filosofías del primer siglo tenían su origen en el ser humano, las teorías del siglo XIX igualmente tuvieron su origen en el ser humano. Dicha realidad es una diferencia notable con el mensaje del evangelio que como creyentes y como iglesia se nos ha anunciado, hemos recibido, hemos creído y tenemos la responsabilidad de mantener y anunciar. Sin lugar a dudas, nos ha sido anunciado por voces humanas pero, su origen nunca ha estado en el ser humano. El origen del mensaje del evangelio de gracia y fe en Jesucristo no es un mensaje cuyo origen sea el hombre, es el único mensaje cuyo origen se encuentra en la corte celestial. Es precisamente dicha realidad lo que hace al evangelio único y es esto lo que Pablo quería que los Gálatas entendiesen, “mas os hago saber hermanos”. Hay un conocimiento que los Gálatas debían recuperar. Esas iglesias se estaban alejando del mensaje del evangelio que Pablo y sus colaboradores les habían predicado (Gálatas 1:7). Alejarse de ese evangelio era alejarse del único mensaje de salvación dado al ser humano, era manifestar que habían creído en vano, es decir, era mostrar que nunca habían creído. Por ello Pablo les dice que el evangelio anunciado por él “no es según hombre, pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno”. Pablo es claro, el origen del evangelio para él nunca procedió del ser humano, no fue “según hombre”. Su formación judía había sido recibida por haberse sentado durante tiempo a los pies de Gamaliel pero su formación en el evangelio de Cristo no había venido de voz humana. Pablo muestra cómo recibió y aprendió dicho evangelio, “ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno sino por revelación de Jesucristo”. No fue revelación humana sino divina. Jesucristo fue la fuente, el origen, el Maestro que le enseñó a Pablo el evangelio de gracia y fe en Jesucristo, el maravilloso evangelio que nos dice que somos justificados no por obras sino por la fe de Jesucristo. Ciertamente hay aquellos que nos enseñaron el evangelio pero nunca puedes olvidar que el evangelio es mensaje divino. Cuando el evangelio llega a ti, llega la revelación misma que Cristo le enseñó a Pablo. Tenemos la perla de gran precio en nuestras vidas, no hay mensaje como el evangelio, su origen divino lo hace único y, por ello, innegociable e incambiable. No debes perder nunca, ni avergonzarte nunca, del mensaje de la corte celestial.
INICIO DE SEMANA
Martes  
Miércoles  
Jueves  
Viernes  
TEXTOS DE MEDITACIÓN PARA LA SEMANA
Gálatas 1:3-24
Romanos 1:16-21
2ª Timoteo 1:3-10
Mateo 13:44-46
FINAL DE SEMANA
SIN VERGÜENZA DEL EVANGELIO
“Porque no me avergüenzo del evangelio porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, también al griego”
(Romanos 1:16)

      Posiblemente en esta vida hay muchas cosas por las cuales avergonzarse pero, el evangelio no es una de ellas. El apóstol Pablo tenía bien claro que el evangelio no era motivo de vergüenza en su vida. En lo que ha sido considerada la tesis central del apóstol en la carta a los Romanos (Romanos 1:16-17), dejó claro a una congregación que él no fundó y que, posiblemente pocos le conocían, que el evangelio no era ni fuente ni causa de vergüenza en su vida. Pablo estaba ansioso de llegar a Roma y poder anunciarles el evangelio (v.15) y la razón de ello era porque en él no había vergüenza de ese mensaje tan glorioso que ni lo había aprendido ni lo había recibido de hombre alguno sino por revelación de Jesucristo (Gálatas 1:11-12). Pablo les dijo a los Romanos “porque no me avergüenzo del evangelio”. La afirmación del apóstol no es de menor importancia. En la cultura greco-romana el honor era algo importante, la reputación social era un aspecto a considerar en la escala de la sociedad. La vergüenza a la que apunta posiblemente el apóstol, es esa vergüenza que podía venir dada por el evangelio en medio de la sociedad en la que se encontraba. ¿Qué pensarían de él sus compatriotas judíos? ¿Qué pensarían de él aquellos ciudadanos romanos pluralistas en sus creencias y valores? ¿Cómo afectaría el evangelio a la reputación social del apóstol? Poco le importaba a Pablo, poco le importaba poder sufrir ese sentimiento de indignidad o de incomodidad a causa del evangelio. Para Pablo el evangelio no era ni contenido ni motivo de indignidad ni incomodidad en su vida, estaba dispuesto a ir a la capital del primer imperio del mundo conocido para compartir el evangelio. Ciertamente hay muchas cosas en la vida por las que debería sentirse vergüenza, errores cometidos, palabras dichas que no deberían haber sido pronunciadas. Hay situaciones ajenas que nos avergüenzan pero, el mensaje del evangelio nunca debería ser de vergüenza en la vida del cristiano. Tal y como dice el viejo himno “he decidido seguir a Cristo”, por causa del evangelio “aunque me llamen lo que me llamen no vuelvo atrás, no vuelvo atrás”. La razón básica pero fundamental por la cual Pablo no se avergüenza del evangelio es “porque es poder de Dios para salvar”. El ser humano podía considerar el evangelio como locura o tropezadero. Algunos podían mofarse del mensaje y del mensajero pero, Pablo sabía algo, ese mensaje era “poder de Dios”. En el evangelio de gracia y fe en Jesucristo, el poder de Dios fue mostrado en la cruz y la resurrección de Jesucristo llamándolo de entre los muertos. En el evangelio el poder de Dios era desplegado perdonando los pecados, declarando justo al culpable. En el evangelio el poder de Dios que en el principio creó los cielos y la tierra era manifestado dando vida a los muertos. En resumen el evangelio es poder de Dios para salvar “a todo aquel que cree; al judío primeramente, también al griego”. ¡Qué maravilloso! El poder de Dios no hace distinción de personas. Su poder para salvar en Jesucristo alcanza a las naciones. Existe en el evangelio el principio de no vergüenza, Cristo no se avergüenza de llamarnos sus hermanos y no debemos avergonzarnos nosotros de aquel que es el corazón mismo del evangelio. Hay muchas cosas por las que avergonzarse pero el evangelio no es una de ellas. La sociedad puede buscar avergonzarnos con un mensaje que para ellos es locura o tropiezo pero, nuestro honor y reputación están ligado al mensaje más honroso y glorioso que existe, el mensaje del evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Que las palabras del apóstol Pablo puedan ser también las tuyas “porque no me avergüenzo del evangelio”.