EL SELLO PROMETIDO
“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad,
el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él,
fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria”
(Efesios 1:13-14)
      Si el sello llegaba entero, entonces, esto era muestra que nadie había abierto y leído la carta antes de su destino. Ahora bien, si el sello había sido roto, esto era indicación de que alguien, que no era su destinatario, había leído la carta. Ante esto, ¿qué seguridad había entonces de que el mensaje no había sido adulterado o cambiado? El sello era esencial para salvaguardar el contenido de las cartas intacto, genuino e inalterable al tiempo que era indicación de pertenencia y seguridad para el destinatario. Aun y cuando el apóstol Pablo escribió a los Corintios y les dijo que ellos eran sus cartas de recomendación abiertas para ser leídas por todos los hombres (2ª Corintios 3:2), fue escribiendo a los creyentes en Éfeso que Pablo les habló del precioso sello con el que todo creyente sin excepción y sin distinción ha recibido por la gracia de Dios en su vida. Un sello imposible de romper que no solamente hablaba y habla de la pertenencia de todo cristianos sino también de la seguridad para los mismos: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14).


     
Las palabras del apóstol Pablo son dirigidas primeramente a los gentiles que vivían en Éfeso y es a ellos, juntamente con los cristianos judíos, que les dice primero, que como creyentes han sido sellados en sus vidas. Segundo, les descubre el sello prometido con el que han sido sellados y tercero, les muestra la seguridad y esperanza gracias al sello con el que han sido sellados. Sin duda alguna, el apóstol Pablo está escribiendo a creyentes en Cristo Jesús, específicamente está escribiendo a gentiles que habían escuchado y creído el evangelio de salvación, “en él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él”. Aquellos gentiles escucharon la palabra cuyo contenido mismo es la verdad. Esa palabra que fue escuchada por ellos no fue una filosofía más del primer siglo como tantas otras que caracterizaban al mundo y sociedad greco-romana. La “palabra de verdad” que aquellos gentiles escucharon fue “el evangelio de vuestra salvación”. Escucharon el verdadero mensaje de la muerte y resurrección de Jesucristo, el mensaje de salvación por gracia y fe en Jesucristo para la alabanza de la gloria de la gracia de Dios. Pero, aquellos gentiles hicieron mucho más debido a esa gracia. No solamente escucharon el evangelio sino que creyeron en él “y habiendo creído en él”. El evangelio no es un mensaje para ser oído únicamente, el evangelio llama a todo aquel que lo escucha a una repuesta, y es la obra de Dios que dicha respuesta sea creer en el evangelio que trae perdón de pecados en Cristo y salvación eterna. Fue después que oyeron y creyeron en el evangelio de salvación que fueron sellado en Cristo con el Espíritu Santo de la promesa “fuisteis sellados en él, con el Espíritu Santo de la promesa”.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Dios Trino, te bendigo por ser el único Dios vivo y verdadero. Padre, te bendigo por haberme amado y sellado con el Espíritu Santo. Dios Hijo, te bendigo por haber dado tu vida para mi redención, esto es, para otorgarme el perdón de mis pecados. Dios Espíritu Santo, te bendigo por ser el sello que clama que al Padre Eterno pertenezco. Gracias por ser el sello que salvaguarda de manera segura y definitiva la salvación y herencia que tengo en Cristo. Dios Trino, recibe la gloria, alabanza y adoración. Amén.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

Números 11:24-29

MIÉRCOLES

Ezequiel 36:24-29

JUEVES

Jeremías 31:31-34

VIERNES

Juan 14:15-31

SÁBADO

Lucas 24:44-49; Hechos 2:1-8
      Antiguamente era mucho más común el usar sellos para sellar cartas y salvaguardar así el contenido de las mismas. Una carta sellada solía ser una carta privada cuyo contenido estaba reservado para los ojos de aquella persona para la que había sido escrita. A diferencia de las cartas abiertas que estaban destinadas para los ojos y oídos de cuánto mayor gente mejor, las cartas que solían venir selladas eran cartas oficiales cuyo contenido no podía y no debía ser conocido por todo el mundo y el sello aseguraba dicha realidad. El sello en las cartas muchas veces solía ser un sello oficial que indicaba la pertenencia y procedencia de dicha carta al tiempo que garantizaba que su contenido llegase intacto al destinatario para el cual la carta había sido escrita.
      El evangelio trajo algo que ninguno de ellos hubiese podido imaginar, trajo primeramente el ser sellados en su vida. En cierta manera, sus vidas se convirtieron en cartas que indicaban una posesión bien concreta, cartas cuyo contenido fue salvaguardado para mantenerse inalterable ¿por qué les diría algo así el apóstol Pablo? Éfeso era una ciudad que tenía un gran contexto relacionado con el mundo espiritual. El gran templo de la diosa Diana se encontraba en Éfeso hasta el punto que todo un negocio de templecillos, imágenes y estampitas se había montado alrededor de la diosa Diana (Hechos 19).
      La gran diosa Diana era la propietaria de esa ciudad y toda la ciudad tenía un marcado ambiente espiritual que el apóstol Pablo recoge en su carta cuando habla de los dominios, las potestades, las huestes espirituales y la lucha que todo cristiano tiene contra ese mundo espiritual  (Efesios 3:10; 6:12). Es en este contexto que el sellado de aquellos gentiles creyentes tomar relevancia. Cuando Pablo les dice que “fuisteis sellados”, les está indicando que como creyentes ahora son pertenencia no de Diana sino de otro mucho más alto e importante. Ya no pertenecen a ese mundo espiritual sino que su dueño es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, ahora son posesión y pertenencia de Dios. El sello, entre otros significados que poco a poco van saliendo en las palabras del apóstol, indicaba que esos creyentes por la gracia de Dios ya no pertenecía a nadie más salvo a Dios. Es algo maravilloso el saber que después de haber creído en el evangelio, Dios ha puesto en todo creyente su sello que indica que ahora el creyente es pertenencia y posesión de él.


      Todo creyente ha sido sellado por Dios Padre indicando así que por gracia y por medio del evangelio es posesión de Dios en Jesucristo, es propiedad del Altísimo. Diana de los Efesios ya no era más la que tenía ningún derecho ni clamor sobre esos creyentes, ahora eran posesión de Dios. El creyente después de haber oído y creído el evangelio es sellado por Dios indicando así que ahora a él le pertenecemos. Pero, no somos propiedad y posesión de Dios como si de objetos se tratase. Somos su posesión como hijos adoptados y amados en Cristo. Ni el mundo ni el maligno tiene a los creyentes en Cristo como su posesión, la pertenencia es de Dios, somos su especial tesoro con sello de propiedad y marca registrada del Dios y Padre. Y, para que esa posesión y propiedad quedase sellada de manera eterna, el sello que Dios Padre usó “el Espíritu Santo de la promesa”. El Espíritu Santo no es el agente que sella sino el sello mismo con el que Dios Padre sella a todos aquellos que han oído y creído en la palabra de salvación del evangelio de Cristo. Sin duda alguna, esto era algo que ya fue dicho con anterioridad en la historia de la salvación. Cuando Pablo habla del “Espíritu Santo de la promesa” está hablando del “Espíritu Santo prometido”.
      Bajo el antiguo pacto Dios anunció y prometió que cuando llegase el nuevo pacto haría algo que nunca antes se había visto y conocido en la historia de la salvación. Dios daría su Espíritu a cada uno de aquellos que perteneciesen al pueblo de Dios. Dios daría un nuevo corazón de carne y pondría su Espíritu en su pueblo para amarle y obedecerle (Ezequiel 36:24-27). La entrega del Espíritu en el nuevo pacto sería la razón por la cual aquellos que formasen parte del pueblo de Dios no tendrían necesidad que ninguno enseñase al otro para conocer a Dios debido a que todos le conocerían (Jeremías 31:34), su Espíritu sería la bendición entregada que sellaría a aquellos conocidos por Dios, salvados por Dios y que conocen a su Dios. Esta promesa y bendición es entregada a todo creyente sin excepción y sin distinción. El Espíritu Santo es el sello con el que somos sellados. Dios hubiese podido entregar otro tipo de sello. Hubiese podido sellar a los suyos con uno de los cuatro seres vivientes que rodean el trono celestial. Hubiese podido sellar a los suyos con la presencia de uno de los veinticuatro ancianos que se postran delante del trono en las alturas. Dios hubiese podido sellar a los suyos con la presencia de uno de los querubines que guardó las puertas del Edén para así guardar a los suyos. Pero, lo cierto es que ninguno de ellos hubiese sido un sello suficiente, seguro y permanente. Dios selló a los suyos con su propia presencia, con su propia persona, con la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo.


      En el ser de Dios existe la continua disposición de darse a sí mismo. Dios se dio a sí mismo cuando el Padre nos entregó a su Hijo para que en él pudiésemos tener salvación y vida eterna. Pero, Dios también se entregó cuando fuimos sellados con el Espíritu Santo prometido. La presencia de Dios pasó a morar en nuestras vidas por medio de la tercera persona de la Trinidad. Este sello prometido y precioso del Espíritu es lo que a aquellos creyentes y a todo creyente aporta confianza y seguridad última. Pablo describe al Espíritu no únicamente como prometido sino aquel “que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria”. El Espíritu es la garantía, la pague y señal de una herencia que en Cristo nos ha sido ya dada. Para aquellos creyentes en Éfeso escuchar esto era de gran importancia. El Espíritu era el sello que, no solamente indicaba que eran propiedad de Dios, sino que siendo sellados con el Espíritu, su salvación era inalterable, segura y genuina. Así como el sello en las cartas aseguraba que el contenido de la misma no hubiese sido alterado y por tanto fuese plenamente seguro y genuino, aquellos creyentes sellados con el Espíritu podían estar seguros que su salvación, quienes eran en Cristo y su herencia eterna permanecía inalterable, segura y genuina hasta el fin. Si Diana de los Efesios o cualquier otra cosa hubiese podido altera la salvación y herencia que les fue dada implicaría entonces que el sello del Espíritu habría sido roto en la vida de esos creyentes, algo totalmente impensable.  El Espíritu como sello en nuestra vida salvaguarda la identidad de quien somos como cristianos en Cristo y a quien pertenecemos. El Espíritu es la garantía segura de lo que en Cristo ya tenemos y un día gozaremos. Nada ni nadie podrá cambiar esto en aquellos sellados por el Dios y Padre con el Espíritu Santo en la persona de Cristo Jesús. El Dios Trino al completo vela por nuestra seguridad de salvación y por nuestra herencia eterna. Es por ello que todo esto únicamente puede ser “para la alabanza de su gloria”.