NO VOLVERÁ VACÍA
“Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mi vacía, sino que hará lo que yo quiero,
y será prosperada en aquello para que la envié”
(Isaías 55:10-11).
      Algo que muchos están de acuerdo en la sociedad de nuestro siglo XXI, es que el valor de la palabra se ha perdido. Una de las grandes diferencias que suele ser resaltada por aquellas generaciones más antiguas, es que en los años pasados la palabra tenía valor. Dar la palabra a alguien era realizar el compromiso firme de que, aquello que había sido dicho se cumpliría. Romper la palabra de uno era casi como romper un compromiso sacrosanto. Uno podía confiar en la palabra ya que uno podía estar seguro que se haría lo que se había dicho. Hoy en día esta realidad ha quedado francamente diluida. Muchas palabras son dichas y muy pocas hacen aquello para lo que fueron dichas. Posiblemente un dicho que refleja la poca fiabilidad y fidelidad de muchas de las palabras dichas hoy en día es el dicho de: “donde dije digo, digo Diego”. Las palabras salen de la boca pero la pregunta es ¿cuántas de ellas son sinceras y honestas? ¿Cuántas de ellas uno pude tener la certeza firme y absoluta de que cumplirán aquello para lo que fueron dichas?
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
      Aquellos que nos subimos todos los domingos a un púlpito - aunque ciertamente no puedo generalizar - sufrimos de la depresión “postsermónica” ¿Qué es exactamente esto? Es la sensación de que después de haber proclamado la Palabra de Dios, ésta ha caído en un inmenso vacío. Es la sensación de haber proclamado la Palabra de Dios frente a un gran agujero negro que absorbe el mínimo haz de luz que podía haber en ese sermón. Es la sensación de bajarse del púlpito diciéndose a uno mismo “miserable de mí que patético ha sido hoy, tanto trabajo y dedicación para llegar aquí y hacerlo miserablemente, seguro que la mula de Balaam habló mejor que yo hoy ¡¿hasta cuándo esta paciente congregación seguirá aguantándome?!”
      Ahora bien, hasta cierto punto, no importa la sensación que uno pueda tener, porque la eficacia de las Escrituras no depende de la pereza del predicador y mucho menos de las sensaciones que, tanto el predicador como la congregación, puedan tener. La eficacia de la Biblia cuando es expuesta reside en que no es nuestra palabra sino la Palabra de Dios. Es viva y eficaz y depende únicamente del propósito de Dios que la envía. Dios mismo así nos lo dice a través del profeta Isaías.


      Las palabras de Isaías nos muestran la gloriosa realidad de que la Palabra de Dios es una palabra que no falla. Es una palabra totalmente confiable, eficaz y certera que siempre llevará a cabo la obra para la que Dios la ha enviado:
“Porque como desciende
de los cielos la lluvia y la nieve,
y no vuelve allá
sino que riega la tierra,
y la hace germinar y producir,
y da semilla al que siembra,
y pan al que come,
así será mi palabra
que sale de mi boca;
no volverá a mi vacía,
sino que hará lo que yo quiero,
y será prosperada en aquello
para que la envié”

(Isaías 55:10-11).
 
      Primero, debemos preguntarnos ¿cuál es esa palabra? y segundo ¿cómo es esa palabra? La primera pregunta ¿cuál es esa palabra? puede parecer simple pero resulta esencial responderla. El texto de Isaías Dios es quien habla y claramente nos muestra que la palabra a la que se refiere es “mi palabra que sale de mi boca”, “hará lo que yo quiero”. Dios utiliza toda una serie de pronombres posesivos “mi” y personales “yo” para indicar que la palabra de la cual se habla es la suya. No es palabra humana sino divina, no es primeramente mensaje humano sino divino. Es la palabra de Dios proclamada a través de los labios humanos del profeta. Ahora bien, hay algo más a considerar. Todo el contexto de Isaías 55 habla del nuevo pacto, el día en que Dios llamará a todas las naciones a “venid, comprad sin dinero”, (v.1) el día en que Dios llamará a escuchad atentamente el pacto eterno que Dios hará y las misericordias firmes a David (v.3), el día en que Dios llamará al impío a arrepentimiento, a dejar su camino, a volverse a Jehová para misericordia y perdón (v.7). Dentro de este contexto es que se encuadra la palabra que saldrá de la boca de Dios y que no volverá a él vacía. Si uno tuviese que resumir en una única palabra el mensaje que llamará a arrepentimiento al impío, que pregonará amplio perdón y que invitará a poder comparar sin dinero alguno, es decir, por pura gracia, es el evangelio mismo. ¿Cuál es la palabra que sale de la boca de Dios? El evangelio de gracia y salvación para todo aquel que es llamado. Este es el mensaje del profeta y es el mensaje de todo siervo de Cristo. La palabra proclamada desde el púlpito y escuchada por la congregación domingo tras domingo debe de ser todo el consejo de Dios centrado en este glorioso evangelio en toda su anchura, longitud, profundidad y altura. El púlpito debe rugir o dar el bálsamo apacible del evangelio de Cristo. La congregación debe de tener las mentes, corazones y almas llenas del mensaje de Cristo en el evangelio. Ahora bien, ¿cómo es esta palabra?


      Preguntarse cómo es el evangelio es preguntarse ¿verdaderamente funciona? ¿Vale la pena proclamarlo dentro de todo el consejo de Dios domingo tras domingo? ¿Vale la pena escucharlo una y otra vez? El profeta Isaías nos explica con una comparación como es esa palabra que sale de la boca de Dios y lo hace usando la imagen de la lluvia y la nieva. Nadie puede negar que cuando la lluvia y la nieva caen del cielo no vuelven a él. Ante esto alguien podría aducir que esto no es así. Dentro del ciclo meteorológico la lluvia y la nieve cuando se evaporan vuelven al cielo, pero esto sería un anacronismo en la historia para el tiempo de Isaías. El profeta con la imagen de la lluvia y la nieve muestra que una vez caen del cielo no vuelven a él sino que realizan su función. Riegan los campos, hacen germinar la tierra, hacen que la tierra dé semilla y el ser humano pueda aprovecharla para hacer pan y alimentarse. Diversas personas pueden tener diversas opiniones y sensaciones en relación a la lluvia y la nieve. Hay aquellos que tienen la sensación de paz y tranquilidad en los días de lluvia mientras que hay otros que su sensación en esos días es de depresión y fastidio. No es la misma sensación el ver la nieve cubrir con su manto blanco las montañas de los Pirineos que tener que sufrir la nieve en medio de la ciudad de Toronto con todo el tráfico colapsado por la nevada. De todas maneras, la sensación que uno pueda tener frente a estos fenómenos no cambia en absoluto el hecho que la lluvia y la nieve siguen cayendo y produciendo su trabajo sobre la tierra. Así es la palabra de Dios, así es todo el consejo de Dios, así es el evangelio de gracia y salvación “así será mi palabra que sale de mi boca”.
      La palabra de Dios, cómo la lluvia y la nieve que no vuelve al cielo sino que produce su trabajo, no volverá vacía a Dios sino que realizará el trabajo para el cual él mismo la ha enviado. No dependerá en absoluto de la sensación que el predicador pueda tener después del sermón, no dependerá en absoluto de la sensación de la congregación. La palabra es viva, eficaz y suficiente y su suficiencia nunca reside en el orador sino en Dios. Cuantas veces un sermón que parecía pobre, sin una introducción que captase la atención, sin ilustraciones bien pensadas, sin aplicaciones impactantes ha caído como lluvia torrencial por la voluntad de Dios desde púlpito -obviamente esto no quita la responsabilidad de hacer un trabajo excelente en la predicación -. No puede olvidarse que como la lluvia y nieve hacen lo que quieren en la tierra así es la palabra de Dios; “no volverá a mi vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” La palabra hará lo que Dios quiere y prosperará en aquello que él la envió. No hará lo que uno quiere, no hará lo que cómo congregación queremos, hará lo que Dios ha determinado. El evangelio actuará para salvación o juicio pero sí que hay algo cierto, el evangelio actuará, la palabra será prosperada por Dios. Como la lluvia y la nieve la palabra expuesta no falla, no vuelve vacía a Dios. ¡Qué gran confianza y consuelo tiene que ser esto para nosotros! Como predicadores en los momentos de depresión “postsermónica”, como congregaciones que domingo tras domingo nos sentamos a los pies de la Palabra de Dios, no debemos poner la confianza de la eficacia de esta Palabra en nuestra sensaciones sino en la misma Biblia. Debemos creer y confiar que Dios hará su propósito con la Palabra proclamada.
Pregúntate ¿en qué confías cuando escuchas las Escrituras proclamadas? ¿Confías en el predicador, en lo que sientes o en que la Palabra es viva y eficaz? Ten la confianza que la Biblia no falla, confía en que el evangelio es palabra digna de ser oída y recibida por todos. Orar para que esta Palabra domingo tras domingo dé su fruto en medio de la congregación.
MARTES

Isaías 55:1-13; Hechos 13:34

MIÉRCOLES

Ezequiel 37:1-11

JUEVES

Nehemías 8:1-9

VIERNES

2ª Timoteo 3:13-4:1

SÁBADO

1ª Corintios 2:1-5
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
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