MEDITAR EN DIOS
“Dulce será mi meditación en él; Yo me regocijaré en Jehová”
(Salmo 104:34)
      ¿Cuál debería ser el centro de la meditación del cristiano? ¿Qué debería ser aquello que centrase diariamente la meditación y reflexión profunda del cristiano? Ciertamente, la palabra de Dios debería centrar diariamente la meditación de los hijos de Dios. El cristiano debería estimar su deber el meditar en la palabra de Dios con gran frecuencia a lo largo del día. Esto debería ser así porque la revelación depositada en las Santas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, es inseparable del conocimiento del Dios que se revela. La Biblia es la revelación especial de nuestro Dios. Cierto es que, en ella Dios revela sus maravillas en la creación y sus maravillas en la redención. Meditar en las Escrituras nos trae el entendimiento de la necesidad de meditar en las grandes maravillas de la creación (Romanos 1:20). Meditar en las Escrituras nos trae la comprensión de la necesidad de meditar en las grandes maravillas redentoras que Dios ha obrado a lo largo de la historia. Podemos meditar y hablar de todos sus grandes actos y maravillas salvadoras que suponen los bloques de construcción que Dios, como un buen obrero, sitúa de manera conjunta para construir la historia de la redención. Ahora bien, hacer el deber diario la meditación de la palabra de Dios es porque, tal y como se ha mencionado, ellas es inseparable del conocimiento del ser más excelso y precioso que pueda existir, nuestro Dios. Las Escrituras son la revelación de Dios y en ellas Dios se revela para que así por medio de las cosas reveladas podamos conocerle y meditar en su persona. Sin lugar a dudas, no hay meditación más dulce, más edificante y más gozosa que la meditación en el ser de nuestro Dios. Así lo expresó el salmista cuando escribió por inspiración las palabras “dulce será mi meditación en él; Yo me regocijaré en Jehová” (Salmo 104:34).
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Dios mío, gracias quiero darte porque permites que tu ser y persona pueda ser el centro de la meditación en mi vida. Solo te pido que mi meditación en ti sea dulce y agradable para mi alma para que pueda hallar regocijo en ti. Sé tú el centro de mi meditación, sé tú la dulzura para mi alma, sé tú el regocijo de mi vida. Amén.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

Salmo 104:1-4

MIÉRCOLES

Salmo 104:5-13

JUEVES

Salmo 104:14-24

VIERNES

Salmo 104:25-35

SÁBADO

Salmo 105:1-45
      Cuando el salmista escribió las palabras del Salmo 104:34 mostró básicamente dos cosas vitales de la meditación en Dios. Primero, la meditación en el ser de Dios es dulce para el alma del cristiano y segundo, la meditación en Dios es de regocijo para el alma de todo cristiano. El salmista muestra que el meditar, el fijar el corazón y los pensamientos de manera continua en Dios es dulce para él.  El centro de la meditación del salmista es Dios “mi meditación en él”, “me regocijaré en Jehová”. Aquello en lo que el salmista pone toda su atención, todo su estudio y fija su corazón en ello es el ser de Dios. Precisamente por esto la meditación del salmista no es una meditación amarga sino todo lo contrario.
       Hay objetos, personas o situaciones en los que se puede meditar y que resultan tragos amargos para el alma de aquel que medita pero, no es así con Dios. La dulzura en la meditación del ser de Dios no proviene del acto mismo de meditar ni tampoco de aquel que medita sino que, proviene del objeto sobre el que uno medita, en este caso Dios. Dios es quien trae la dulzura en la meditación, es el ser de Dios lo que hace la meditación del salmista dulce y no amarga. Cuando el salmista se refiere a que su meditación en Dios es “dulce” equivale a decir que es agradable. Así como un comida dulce es agradable al paladar, la meditación en el ser de Dios es agradable al pensamiento, corazón y alma del salmista. No podría ser de otra manera. Cuando se mediata en Dios, se está meditando en el ser más precioso, perfecto y excelso que existe y que existirá ¿cómo podría haber una meditación que resultase amarga de un ser tan glorioso como Dios? Cuando se medita en el ser de Dios se profundiza en aquel ser que tiene las virtudes más preciosas y perfectas. Meditar en Dios es meditar en la belleza absoluta y perfecta, la justicia absoluta y perfecta, la santidad absoluta y perfecta, la bondad absoluta y prefecta, la ira absoluta y perfecta, el amor absoluto y perfecto, etc. En definitiva, meditar en Dios es meditar en las virtudes perfectas de Dios.  Sin duda alguna esto es lo que hace la meditación en Dios dulce y agradable. Ahora bien, cuando es salmista escribió “dulce será mi meditación en él; Yo me regocijaré en Jehová”, sus palabras cierran el Salmo 104, por tanto, sus palabras son la conclusión de todo lo dicho en el salmo. La dulzura en la meditación de Dios de alguna manera es descrita en el contenido del salmo. ¿En qué medita el salmista a lo largo del Salmo 104?


      El salmista medita en la magnificencia que reviste el ser de Dios (v.1-2). Medita en el poder creador de Dios como Creador. El salmista medita en lo maravilloso que Dios como Creador. Medita en el gran poder soberano y en la gran autoridad desplegada por Dios en la creación. Su meditación se centra en ver como Dios fundó la tierra y sus cimientos (v.5), en la autoridad soberana de Dios poniendo límites y término a las aguas que cubrían la tierra (vv.6-9). El salmista centra su corazón en la meditación de la gran provisión de Dios para todas su criaturas (vv.10-13). Su meditación considera la gran providencia de Dios que preserva, sustenta y controla todo lo que ha creado. Medita cómo Dios hace producir heno para las bestias (v.14) vino que alegra el corazón (v.15), aceite que hace brillar el rostro y pan que sustenta la vida del hombre (v.15). Incluso en salmista medita en el juicio justo de Dios que acabará con el impío y pecador (v.35). En definitiva, el salmista medita sobre las innumerables obras de Dios (v.24). El salmista nos enseña algo importante. La meditación que es dulce es aquella que tiene como centro a Dios y medita en sus maravillosas e innumerables obras. Las obras de Dios son la revelación del Dios y, por tanto, meditación en Dios nunca tendría que estar separada de sus innumerables obras. No hay duda que podemos y debemos meditar en los atributos de Dios, su bondad, su santidad, su omnipotencia, etc. Ahora bien, estos atributos vemos que son maravillosas virtudes en el ser de nuestro Dios cuando meditamos en ellos conjuntamente con sus innumerables obras. Así como el pianista muestra sus grandes virtudes cuando sus dedos tocan el piano e interpretan una obra musical, podemos ver las grandes virtudes de nuestro Dios cuando meditamos en las obras de sus manos y sin duda alguna cuando meditamos en la persona y obra de nuestro Señor Jesucristo.
      La meditación en Dios y en el atributo de su amor es dulce pero ¡cuánto más dulce se torna esta meditación cuando meditamos en la demostración histórica del amor de nuestro Dios! ¡Cuán dulce se vuelve nuestra meditación en él cuando vemos que su amor supuso que el Padre envió a su Hijo, Jesucristo, para nuestro perdón y salvación! Ciertamente la meditación en Dios y su justicia es dulce pero ¡cuánto más dulce se convierte nuestra meditación en él cuando vemos que esa justicia nos fue dada por medio de la fe en Jesucristo declarándonos perdonados y no culpables!
      La meditación en Dios y su sustento es dulce y agradable pero ¡cuánto más dulce es meditar en cómo Dios sustenta los pajarillos del campo y sustenta nuestras vidas dándonos el pan diario que necesitamos! Es dulce meditar en los atributos de nuestro Dios pero ¡cuánto más dulce y agradable es meditar en la plenitud de la deidad vista en la persona de nuestro Señor Jesucristo! ¡Cuánto más dulce se torna la meditación en nuestro Dios cuando vemos su bondad ejercida en la innumerables obras de Cristo hacia aquellos que todo el mundo rechazaba! ¡Cuánto más dulce es nuestra meditación en él cuando vemos su amor hacia aquellos que no lo merecían! ¡Cuánto más dulce es nuestra meditación en nuestro Dios cuando vemos el poder del Creador desplegado sobre la creación cuando Cristo detuvo los vientos y las tormentas! ¡Cuánto más dulce es meditar en nuestro Dios cuando contemplamos la soberana autoridad de Cristo sobre todos y cada uno de los eventos acontecidos! Sin duda alguna, nuestra meditación en Dios no podemos hacerla a parte de sus maravillosas e innumerables obras. Es entonces cuando nuestra meditación en él es dulce y agradables para nuestras vidas. Es así también que uno halla regocijo en Dios “yo me regocijaré en Jehová”.
      El paralelo que el salmista establece es explicativo, es decir, “dulce será mi meditación en él” conlleva la idea de “yo me regocijaré en él”. La dulzura en la meditación del ser de Dios visto no únicamente en su ser sino en la revelación de su ser en sus innumerables obras es de regocijo para el salmista. Es importante destacar que el salmista no se regocija en la meditación ni tampoco se regocija en las obras que Dios realiza. Ciertamente puede haber regocijo cuando se consideran las obras de Dios pero, en primer y último término el gozo no debe ser hallado en las obras en sí mismas sino en el Autor de las obras.
      Posiblemente esta es la gran diferencia cuando uno contempla una obra artística. En último término el que contempla una obra de arte no se regocija en el artista sino en la belleza de la obra. Ahora bien, no es así para el salmista. La meditación es dulce porque es centrada en Dios, una meditación que conlleva el considerar las innumerables obras de Dios. Pero, en último término es sobre Dios, en último término el regocijo no está en la obra en sí sino en el Dios que la lleva a cabo. Es por esto que el regocijo de salmista está en Jehová. Esto debería ser el resultado de nuestra dulce meditación en Dios. Debería producir regocijo en nuestra vida en la persona de nuestro Dios. Cuánto más meditásemos en él, nuestro regocijo debería ser mayor en él. Cuánto más meditásemos en Jesucristo aquel que es precioso para los que hemos creído y en su obra gloriosa, nuestro regocijo en él, fuese cual fuese la situación de nuestra vida, debería crecer diariamente. La dulzura de nuestra meditación en Dios debe llevarnos al regocijo en aquel que es nuestro Dios.