MEDITARÉ EN TUS MANDAMIENTOS
“En tus mandamientos meditaré; consideraré tus caminos.
Me regocijaré en tus estatutos; no me olvidaré de tus palabras”
(Salmo 119:15-16)
      La meditación como el don divino que Dios ha dado a su pueblo debe ser ejercitado. El pensar recurrente y continuo, la fijación del corazón de manera constante y profunda en aquello que es objeto de meditación y que supone la meditación desde el punto de vista bíblico, es primeramente el don entregado por Dios. Aun y cuando es el creyente aquel que medita, lo hace primeramente gracias a la acción divina que lo permite. Es primeramente Dios quien debe hacer entender, quien debe enseñar, aquel que debe guiar e inclinar el corazón del creyente para que entonces pueda meditarse en aquello que Dios enseña y hace entender. Por tanto, todo creyente tiene el gran privilegio y al mismo tiempo la gran responsabilidad de poder ejercitar el don de la meditación que le ha sido dado por Dios. Es algo de vital importancia para la vida espiritual que nos ha sido dada. Sin duda alguna, aquello que debe ser objeto primario de la meditación de todo hijo e hija de Dios debe ser la palabra de Dios. La meditación del cristiano nunca consistirá en dejar la mente en blanco, tampoco en vaciar la mente de cualquier pensamiento. La razón y el pensamiento es algo entregado por Dios y, fue entregado para que así pudiese entenderse su revelación.


      La revelación de Dios, ya sea por medio de su creación o por medio de su Santa Palabra, debe ser comprendida. Las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad, se hacen plenamente visibles desde la creación, ahora bien, deben ser entendidas o meditadas por medio de las cosas hechas (Romanos 1:20). Por tanto, la revelación general y natural de Dios implica una meditación en ella, un uso de la razón para comprender las cosas invisibles de nuestros Dios hechas manifiestas en la creación. De la mismas manera la revelación especial de Dios en su Palabra. La meditación debe llenar la mente de las Santas Escrituras. La mente de todo creyente debe ser llenada de las santas palabras que quedaron escritas por inspiración en las Escrituras. Cuando Dios enseña lo hace para que pueda meditarse en los caminos revelados en su Santa Palabra. Cuando Dios inclina el corazón, lo hace para que aquello deseado y codiciado sean sus santos testimonios. Por ello, la Biblia supone el elemento central de la meditación cristiana. Meditando en la palabra de Dios se profundizará en el conocimiento de los caminos de Dios, en la persona de Dios y de manera última, en la belleza de aquel que es precioso para el alma de todo redimido, la persona de nuestro Señor Jesucristo. El salmista del salmo más largo de las Escrituras tenía clara la importancia de la meditación en las palabras de Dios; “en tus mandamientos meditaré; consideraré tus caminos. Me regocijaré en tus estatutos; no me olvidaré de tus palabras” (Salmo 119:15-16). Hay dos cosas que se desligan de las palabras del salmista en cuanto a la meditación en la palabra de Dios. Primero, los mandamientos de Dios son el centro de la meditación del creyente y segundo, las palabras de Dios son el centro de regocijo de todo creyente.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Dios mío, muchas gracias por tu palabra. Gracias porque en ella puedo conocerte a ti. Gracias porque en ella me das a conocer a mi Señor y Salvador Jesucristo. Gracias porque en tu palabra puedo conocer el camino de santidad que has marcado para mi vida redimida en Jesucristo. Dios mío, perdóname cuando mi meditación en tus caminos es pobre o nula. Enséñame, ayúdame para que medite en tu palara para que en ella halle regocijo y nunca me olvide de tus santas palabras. Amén.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

Salmo 119:1-15

MIÉRCOLES

Salmo 119:9-16

JUEVES

Salmo 119:73-80

VIERNES

Salmo 119:89-96

SÁBADO

Salmo 119:145-152
      El Salmo 119 aun y ser el salmo más largo de toda la Biblia presenta, si no un tema central, sí un tema unificador de todo el salmo. Dicho tema es la palabra de Dios. El salmista utiliza varios términos sinónimos para hablar de la palabra de Dios a lo largo del salmo; “estatutos”, “mandamientos”, “caminos”, “palabras”, “instrucción”, “juicios”, “decretos”, “estatutos”, “ley”, “preceptos”, etc. Todos estos términos son como un prisma que cuando la luz pasa a través de él divide en diferentes tonos y colores el mismo haz de luz. La palabra de Dios es presentada como la instrucción de Dios, los mandamientos y estatutos de Dios, el camino de Dios a seguir por parte del creyente pero, si hay algo que destaca en el salmo, es que la palabra de Dios se convierte en el objeto de la meditación del salmista.
       El salmista tiene claro que su “meditar” y su “considerar” estarán puestos en los mandamientos de Dios. El “meditar” y “considerar” son dos ideas paralelas y sinónimas en las palabras del salmista. Para el salmista meditar consiste en la profunda consideración de las palabras de Dios. La meditación del autor se centra en los “mandamientos” de Dios, ellos son el objeto donde el pensar recurrente del salmista está puesto. Ellos son el lugar sobre el cual se sitúa el corazón del salmista de manera continua. ¿Por qué? Porque entiende que meditar en los mandamientos de Dios es meditar en los propios caminos de Dios para su vida.


      Los mandamientos de Dios revelados en la palabra de nuestro Dios suponen el camino que Dios ha marcado para una relación de fidelidad y lealtad a él. Bajo el antiguo pacto los mandamientos entregados por Dios y que quedaron escritos en la palabra de Dios, en concreto, en el “libro del pacto” (Éxodo 24:4, 7) y posteriormente en toda la Tora, suponían el camino que Dios había marcado para su pueblo Israel. Ellos eran no solamente la expresión revelada y escrita de la santidad misma de Dios, sino el camino que debía seguirse para vivir fiel y lealmente a Dios. Una vida que era el reflejo de la vida de lealtad y comunión que se tenía en el primer Edén. De la misma manera los mandamientos de Dios funcionan en el nuevo pacto. Sus mandamientos son dados para que así el amor de aquellos que decimos que amamos a Dios pueda ser mostrado (1ª Juan 2:5), la obediencia es muestra de la permanencia en Dios (1ª Juan 3:23). Cuando el salmista expresa “en tus mandamientos meditaré; consideraré tus caminos”, muestra su intención deliberada de meditar en la palabra de su Dios. La palabra de su Dios es lo único que permitirá limpiar el camino de su vida para no pecar contra su Dios. La palabra de su Dios será aquello que guiará su corazón de manera recta sin desviarse del camino marcado por Dios en su palabra (Salmo 119:9-11), para ello, la meditación en esa palabra debe ser una constante en su vida. De igual manera para nosotros. La meditación en la palabra de nuestro Dios debe ser una constante diaria. Si conocemos de la importancia de la palabra de nuestro Dios. Si verdaderamente entendemos, como el salmista, que su palabra es aquello que limpia nuestro camino en rectitud, amor y lealtad a nuestro Dios, entonces, ella debe ser el centro y foco de nuestro meditar diario. La consideración de nuestro corazón debe inclinarse a su palabra día tras día. Nuestros pensamientos deben de manear recurrente, profundizar y entender los caminos que nuestro Dios ha dejado revelados en su palabra para nuestra vida y nuestra relación con él. Hoy en día nuestro mundo nos ofrece mucho sobre lo que meditar.
      En el tiempo presente hay aquellos que meditan y consideran todos los posibles caminos que este mundo ofrece, todas las nuevas modas e ideologías que nuestra sociedad presenta pero, sin quitar la importancia de tener un pensamiento crítico de aquello que el mundo nos ofrece, la meditación de todo cristiano debe ser la palabra de su Dios. En ella conocemos el camino de santidad marcado por Dios. En ella conocemos al Dios que se revela. En ella conocemos más quien somos nosotros y en ella conocemos y contemplamos por fe, esa fe que surge de la meditación de la palabra de Dios, a Jesucristo aquel que debe ser la delicia de nuestra meditación y la dulzura para nuestras almas. La palabra de Dios es el centro de nuestra meditación pero también el centro de nuestro gozo. La meditación del salmista en los caminos de Dios no era algo gravoso para su vida sino todo lo contrario, era el gozo en su caminar diario “me regocijaré en tus estatutos; no me olvidaré de tus palabras”. ¿Qué trajo la meditación de los caminos de Dios a la vida del salmista? Trajo regocijo y un constante recuerdo de los mismos.


      La meditación en la palabra de Dios supuso para el salmista el regocijo en los estatutos de su Dios. Para el salmista los estatutos de Dios no fueron algo que intentaba limitar su vida y libertad, todo lo contrario. El salmista llegó a la comprensión que esa instrucción de Dios marcada en su palabra era lo que verdaderamente traía plenitud a vida. Una vida santa alejada del pecado, una vida cuyo caminar era limpio y recto delante de su Dios ¿cómo llegaría a tal conclusión? Únicamente por la meditación seria y profunda de la palabra. El salmista había contado los juicios de Dios, había meditado en sus mandamientos, considerado sus caminos y concluido que eran deseables para gozarse en ellos más que todas las riquezas de este mundo. En muchas ocasiones la falta de compresión del camino de nuestro Dios y lo gravoso que puede ser en nuestras vidas no se debe a que los mandamientos de nuestro Dios sean gravosos (1ª Juan 5:3) sino porque falta meditación seria de la palabra de nuestro Dios que nos traiga el conocimiento del regocijo que existe en ella y en lo que ella nos revela. La meditación en la palabra de Dios traerá sí o sí regocijo en los caminos de nuestro Dios y por ello la actitud deliberada por la gracia de Dios de poder decir como el salmista “no me olvidaré de tus palabras”. Olvidarse de las palabras de Dios quizás pueda darse porque no se encuentra regocijo en ellas y la falta de dicho regocijo puede venir dado por la falta de una meditación deliberada e intencional de la palabra de Dios. Meditar en la palabra de Dios es adentrarse en una mina llena de pierdas preciosas. Es como el minero que ciertamente se requiere esfuerzo de él pero que cuando extrae de ella las piedras preciosas hay regocijo en su vida y no puede olvidarse de lo que esa mina contiene.  Meditar en la palabra de nuestro Dios es adentrarse en las maravillas y riquezas de su ley. Meditar en esas riquezas trae gozo y regocijo que hace que nunca puedan olvidarse esas palabras tan preciosas de nuestro Dios. Por ello, la meditación en su palabra es de vital importancia para nuestra vida cristiana.