LA MEDITACIÓN
EL DON DIVINO
“Hazme entender el camino de tus mandamientos para que medite en tus maravillas”
(Salmo 119:27)
      Nuestra sociedad ha hecho de la meditación algo que está de moda. Pareciera que la meditación es uno de los ejercicios que debe practicar todo aquel que está al orden del día con las nuevas tendencias “espirituales” del momento. La meditación que nuestra sociedad ha situado como tendencia novedosa, realmente no es nada nuevo en absoluto, en realidad es una mezcla ecléctica entre técnicas orientales de meditación y ejercicios físicos que parecen ayudar en el proceso. La religiones orientales como el Hinduismo y el Budismo que se derivó de él, ya utilizaban la meditación como una técnica para encontrar la paz y la tranquilidad con uno mismo. Acompañada de técnicas de respiración y ejercicios físicos como el Yoga, la meditación servía, o bien para unirse en yugo con la divinidad - algo que está en la raíz de la palabra Yoga - o bien servía para conseguir un estado trascendente de tranquilidad y conocimiento personal más allá del plano de la vida diaria. En otras palabras, la meditación así entendida no era más que el esfuerzo personal de uno para conseguir un estado de conocimiento íntimo y de equilibro ordenado que le hiciese estar en paz. Nuestro tiempo ha tomado estas idea y conceptos y los ha reconstruido y adaptado a la sociedad del siglo XXI.


      La meditación hoy en día sigue siendo una forma de llegar a un conocimiento íntimo de uno mismo, a un estado de paz con uno y con aquello que le rodea. Sigue siendo el esfuerzo de uno para, centrado en la respiración, haciendo ejercicios físicos y dejando la mente en blanco llegar a un burbuja de remanso de paz y de crecimiento personal y supuestamente “espiritual” que le haga estar en perfecto orden con el mundo que le rodea. La meditación es la tendencia del momento en nuestro tiempo pero, este tipo de meditación dista mucho, por no decir que nada tiene que ver con la meditación que la Biblia sitúa como uno de los deberes que todo cristiano tiene.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Dios mío, gracias por el don de la meditación. Te pido que me hagas entender tu glorioso ser, tu maravillosa palabra y la preciosidad incomparable de tu Hijo Jesucristo. Hazme entender para que así pueda meditar en tus maravillas. Ayúdame a que sea disciplina diaria a mi vida el ejercicio provechos de la meditación en ti y en tu palabra. Amén.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

Salmo 119:25-32

MIÉRCOLES

Salmo 63:1-11

JUEVES

Salmo 77:1-20

VIERNES

Salmo 119:9-16

SÁBADO

Salmo 1:1-6
     La meditación bíblica es algo muy distinto y mucho más sublime que la meditación que nuestro tiempo ha tomado como moda y tendencia. En la Biblia, la meditación es algo que todo hijo de Dios tiene el privilegio y deber pero, es primeramente el don ejercido por el obrar de Dios en la vida. La meditación nunca será el buscarse a uno mismo sino el meditar en las grandezas del ser del Dios Trino, en su palabra y en sus grandes maravillas. El salmista sabía que primeramente era Dios quien debía hacerle entender para así poder meditar “hazme entender el camino de tus mandamientos, para que medite en tus maravillas” (Salmo 119:27).
      En las palabras del salmista hay varias cosas a destacar. Primero, el propósito de la meditación en la vida del creyente. Segundo, la meditación como el don divino y tercero, el objeto de la meditación del creyente. Las palabras del autor del salmo más largo de las Escrituras muestra el propósito claro de meditar en las maravillas de Dios “para que medita en tus maravillas”, por tanto, la meditación no era una opción para el salmista sino un propósito deseado en él. Es más, la meditación es algo que la Biblia repite una y otra vez como una de las disciplinas espirituales que todo creyente debe tener como propósito. Es por ello que primeramente conviene aclarar a qué se refieren las Escrituras por meditación. La palabra “meditar” o el verbo “meditación” en las Escrituras no tiene nunca el significado de dejar la mente en blanco. Tampoco es la idea de encontrarse con uno mismo ni tampoco el simple hecho de pensar en algo. El término “meditación” tiene que ver con un constante y recurrente pensar. Aun y cuando la ilustración pueda parecer un tanto extraña, la meditación del creyente es similar al remugar de las vacas. Las vacas cuando comen, mastican una y otra vez la comida, la tragan y regurgitan para nuevamente volverla a masticar. Le dan vueltas una y otra vez para sacar todos sus nutrientes hasta que finalmente es tragada para ser asimilada por su organismo. La meditación es el remugar del creyente de manera solemne y seria en Dios y en su palabra. Thomas Watson decía que “meditar significa recordar y juntar con intensidad los pensamientos. La meditación no es un trabajo superficial con pensamientos fugaces acerca de la religión como los perros del Nilo que lo lamen y huyen. Sino que en la meditación debe haber una fijación del corazón en el objeto, una inmersión de los pensamientos” (Thomas Watson, ¿Qué es la meditación? En Portavoz de la Gracia, número 40, 7). Por tanto, la meditación tal y como aparece en la Biblia es la pensar serio, recurrente, profundo, continuo en aquello que es el objeto de nuestra meditación. Primeramente la dulce meditación en nuestro Dios “dulce será mi meditación en él” (Salmo 104:34). La bienaventurada meditación en su palabra “sino que en la ley de Jehová está su delicio y en su ley medita de día y de noche” (Salmo 1:2), y la profunda y continua meditación de las grandes maravillas de nuestro Dios en su creación, providencia y redención “para que medita en tus maravillas” (Salmo 119:27). El ejercicio y deber de la meditación es de vital importancia en la vida de todo creyente. Spurgeon explicaba la meditación comparándola con un lagar de uvas; “leyendo, investigando, estudiando, recogemos las uvas pero es en la meditación que extraemos su jugo y obtenemos el vino” (C.H. Spurgeon, “Un ejercicio muy provechoso”. En Portavoz de Gracia, número 40, 2). El salmista clamó a Dios “para que medite en tus maravillas” y este es el deber, ejercicio o propósito provechoso en la vida de todo creyente. Estamos llamados a remugar constante, continua y profundamente en Dios y su palabra. Ahora bien, aun y cuando es propósito en la vida del creyente, primeramente es el don de Dios.
      El salmista antes de establecer el propósito de meditar en las maravillas de Dios, clama a Dios “hazme entender el camino de tus mandamientos”. El alma del salmista estaba abatida hasta el polvo. Bien podía ser por circunstancias de peligro o de pecado en su vida. Fuese cual fuese la razón, su situación era similar a estar muerto. Por ello el salmista clama a Dios “vivifícame según tu palabra” (v.25). El salmista reconoce que Dios ha respondido a la manifestación de sus caminos (v.26) y es entonces cuando el salmista clama “hazme entender el camino de tus mandamientos”.
      La petición del salmista es que sea Dios quien le enseñe y le haga entender. El salmista sabe que el conocimiento de las cosas divinas viene dado primeramente no por un esfuerzo humano sino por la obra de Dios en la vida de uno. El autor tenía el deseo de conocer los mandamientos de Dios, la instrucción y la palabra de su Dios para su vida ¿para qué? “para que medite en tus maravillas”. La meditación en las maravillas de Dios venía precedida del obrar de Dios en la vida. La meditación vendría dada si primero Dios enseñaba al salmista el camino de sus mandamientos. Esto hace que la meditación sea posible primeramente como don divino. Aun y ser el ejercicio provechoso para todo cristiano, no es primeramente su obra sino la clemente obra de Dios de enseñar y hacer entender sus caminos para poder entonces meditar en ellos. Meditar en Dios y en su Palabra es meditar en la revelación de Dios algo que únicamente puede ser entendido si Dios lo hace entendible. Sin la obra de Dios primeramente la meditación en las maravillas de su ser y de su obrar sería semejante a aquel que está delante de un cuadro de arte abstracto. Por mucho que lo contemple y en él medite sigue viendo líneas y manchas sin sentido y sin significado a menos que primeramente el autor de la obra le haga entender los caminos de sus trazos. Es por esta razón que el salmista clama “hazme entender el camino de tus mandamientos”. Dios debía obrar con conocimiento, Dios debía ser el agente activo que trajese la compresión de sus mandamientos para así poder meditar en sus maravillas. El salmista tenía el deseo de vivir en los mandamientos de Dios, para que su fe no menguase debía meditar en las maravillas de Dios pero sabía que primeramente Dios debía hacerle entender los caminos de sus mandamientos. Esta es la razón por la cual el punto de partida de la meditación en la vida de todo creyente no se encuentra en uno mismo sino en Dios. La oración es la antesala en la que la meditación se prepara y por ello la meditación es el don divino. Son dos compañeros inseparables, la oración y la meditación en las maravillas de nuestro Dios. ¿Por qué es Dios quien debe hacer entender para poder meditar? Porque el objeto de la meditación del creyente es Dios y sus maravillas.
      La meditación del salmista se centraba en “tus maravillas”. Aun y cuando no especifica, las maravillas de Dios están relacionadas con sus mandamientos y sus caminos (vv.26-27) pero sin lugar a dudas podrían incluirse las maravillas de la revelación de Dios y de su ser en la bella revelación de su palabra. Las maravillas del obrar de Dios en su creación, en su continua y diaria providencia en nuestra vida y en su gran redención. Dios es quien mejor se explica a sí mismo y quien mejor explica sus maravillas, es por esto que Dios debe hacer entender para poder entonces meditar porque el objeto de la meditación de todo creyente es Dios y sus maravillas reveladas en su palabra.
      La meditación del creyente no es dejar la mente en blanco, no es un ejercicio de tabula rasa. La meditación bíblica como don divino es el meditar profundo y continuo que llena nuestra alma de la belleza y grandeza del conocimiento del ser de nuestro Dios. Que hace descansar nuestra alma en la grandeza de las maravillas de su palabra y que afirma nuestra fe y nos hace crecer a la imagen de aquel que es precioso para aquellos que hemos creído y en él meditamos, nuestro Señor Jesucristo.