NO DESMAYAMOS
“Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio
según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos”
(2ª Corintios 4:1)
      Uno de los grandes enemigos en el trabajo es caer en el desmayo. Diferentes motivos y causas pueden hacer que uno desmaye en aquello que le ha sido dado o asignado. El desmayo produce desmotivación, desgana, ansiedad y tristeza interior debido a que todo el trabajo y el esfuerzo realizado parece inútil y vano. El desmayo hace que uno con mayor facilidad ponga todo lo que está haciendo en la balanza de “si vale la pena” y sopese si merece seguir adelante o no. Se mira atrás y se considera bajo la situación presente si todo lo que se ha pasado, todo el esfuerzo, el sudor e incluso las lágrimas derramadas han servido de algo. ¿Vale la pena seguir haciendo lo que uno está haciendo? ¿Existe verdaderamente algún cambio por mínimo que sea? ¿Por qué es tan difícil andar el camino que está por delante pero tan fácil desandarlo? ¿Por qué parece que uno ande dando vueltas pasando una y otra vez por lo mismo? En una ocasión alguien dijo que se sentía como si tuviese que mover un elefante que estaba sentado.
Pastor Rubén Sánchez
Devocional Semanal - Pastor Rubén Sánchez
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
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Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, gracias por el ministerio del evangelio de Cristo que nos has dado por tu misericordia. Señor, ayúdanos a no desmayar. Ayuda a los ministros de Cristo a no desmayar en la proclamación del evangelio. Ayúdanos a sostener su ánimo en el ministerio que les has dado. Ayúdanos a no desmayar como iglesia y a seguir adelante como columna y baluarte de la verdad del evangelio. Amén.
TEXTOS PARALELOS PARA MEDITAR
MARTES

2ª Corintios 3:1-11

MIÉRCOLES

2ª Corintios 3:12-18

JUEVES

2ª Corintios 4:1-6

VIERNES

2ª Corintios 4:7-18

SÁBADO

2ª Corintios 5:16-21
Una vez había conseguido moverlo un par de milímetros hacia adelante, el elefante se levantaba, daba un paso atrás y volvía a sentarse haciendo inútil todo el tiempo y trabajo realizados. Es en ese momento cuando el desmayo se convierte en la opción más cercana a tomar. No hay duda alguna que en la vida hay más de un elefante que debe moverse y alguno de ellos bien grandes y cómodamente sentados. Se hace difícil moverlos hasta el punto que puede llegar el momento que uno pierda la motivación y las ganas de seguir intentándolo. Se abren las puertas entonces a desmayar en eso que se está realizando. Esto sucede probablemente en todos los ámbitos de la vida y el ministerio al servicio del evangelio de Cristo no es una excepción a ello.
      El ministerio del evangelio está lleno de paradojas y una de ellas es patente. Por un lado, la proclamación de Cristo posiblemente debería ser el servicio que menos desmayo produjese. Por otro lado, de manera paradójica es el lugar en el que muchas veces el desmayo de los ministros de Cristo está a la orden del día. El apóstol Pablo y sus colaboradores lo sabían bien pero, tenían bien claro que conocer y saber lo que el evangelio de Cristo es, era su único sustento y fortaleza para no desmayar en su ministerio. Es por esta razón que Pablo escribiendo a los Corintios les dijo: “por lo cual, teniendo nosotros este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desmayamos” (2ª Corintios 4:1). Las breves palabras de Pablo a los Corintios plantean tres preguntas ¿cuál es el ministerio recibido? ¿Cómo es recibido? ¿Qué resultado produce en aquellos que lo tienen? Hay una idea principal en las palabras de Pablo, “no desmayamos”. La afirmación de Pablo muestra que tanto él como sus colaboradores no estaban dispuestos a desmayar en el ministerio que les había sido dado. Ahora bien, la simple mención de “no desmayamos” lleva implícito la realidad patente que tanto el apóstol como el resto de aquellos que estaban a su lado habían vivido en más de un momento la dura y cruda posible realidad de desmayar en el ministerio que les había sido entregado. De otra manera, ¿qué sentido tendría decir algo así si nunca hubiese sido una posibilidad real en su vida?


      Cuando se piensa en la vida y ministerio del apóstol Pablo razones había para desmayar. Había dejado su posición de fariseo privilegiado y avanzado en su generación. Desde que entró en el ministerio había sido apedreado, había naufragado, había sido mordido por serpientes, habían sido encarcelado, azotado y criticado con relación a su ministerio por las propias iglesias que había fundado. Su apostolado había sido puesto en cuestión, su ministerio y mensaje desvirtuado, aquellos por los que sufría dolores de parto algunos habían sido encantados por otros mensajes que no eran evangelio. Otros, seguían bebiendo leche en lugar de madurar en el evangelio de Cristo. Pablo tenía todos los números para desmayar ¿por qué entonces no desmayar? ¿Por qué seguir adelante en algo que quizás daba más tristezas que no alegrías? La razón reside en el ministerio que habían recibido, “por lo cual, teniendo nosotros este ministerio”. La razón por la que ni Pablo ni sus colaboradores desmayaban residía no en ellos, tampoco en el fruto que podían o no podían ver a su alrededor. No residía en la actitud que los demás podían tener hacia ellos, residía en el ministerio que tenían ¿qué ministerio habían recibido?
      Pablo introduce sus palabras como un resultado de algo previamente dicho, es decir, “por lo cual ya que nosotros tenemos este ministerio”.  Estas palabras que son introducidas como resultado apuntan lo que Pablo ha dicho en 2ª Corintios 3 y de manera especial en el v.18. Pablo ha mostrado que tanto él como sus colaboradores son ministros de un nuevo pacto, un nuevo pacto caracterizado por el Espíritu que da vida (2ª Corintios 3:6), el ministerio de la justificación en el que el pecador por la fe en Jesucristo es declarado perdonado y no culpable (2ª Corintios 3:9), un ministerio de una gloria mayor que la gloria del antiguo pacto que Israel había contemplado en la cara de Moisés al descender del Sinaí (2ª Corintios 3:10-17).
      Un ministerio que como bien dice el apóstol en 2ª Corintios 3:18 “nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”. El ministerio que tenían era el ministerio del gran evangelio de Jesucristo que da vida, que justifica al pecador, el ministerio que en la persona de Jesucristo nos permite ver la gloria de nuestro Señor nunca contemplada antes en la historia de la salvación, ni Moisés ni Israel pudieron contemplarla como nosotros la contemplamos en la predicación del evangelio. Una gloria que transforma a todo aquel que la contempla siendo transformado de gloria en gloria a la imagen de Cristo. El ministerio entregado es verdaderamente el ministerio vivo y eficaz de la proclamación del evangelio de Cristo, la proclamación del poder de Dios que transforma a la imagen de Cristo. ¿Cómo pudieron recibir algo tan grande? En el ministerio del evangelio de Cristo está contenida esa gloria del Señor que transforma a su imagen. Está contenido ese poder que vivifica y justifica. ¿Cómo pudieron recibir una perla de gran precio para administrarla? Únicamente pudieron recibirla por la misericordia de Dios “según la misericordia que hemos recibido”.


      Pablo y sus colaboradores no tenían el ministerio del evangelio por méritos propios. Habían recibido y tenían ese ministerio del evangelio por la sola misericordia de Dios. Si hay algo que Pablo tenía bien claro es que Cristo le había encontrado camino a Damasco y le había puesto en las filas de su ministerio por su soberana misericordia. Dios hubiese podido pasar por alto a Pablo pero quiso Dios tener misericordia de él. Nuestro Dios que tiene misericordia del que tiene misericordia así lo hizo con Pablo salvándole, haciéndole ministro competente del nuevo pacto y poniéndole al servicio del evangelio de Cristo. La única manera que Dios pudiese poner en manos de Pablo y lo suyos ese glorioso ministerio, esa perla preciosa de gran valor, era por medio de mostrar misericordia sobre ellos. Por tanto, bien sabían ellos que ese gran tesoro lo tenían en vasos de barro, en vidas que podían resquebrajarse en cualquier momento para que así la excelencia del poder mostrado en ese mensaje fuese el poder de Dios y no el poder de ellos (2ª Corintios 4:7). ¿Qué resultado debería producir el saber que se tiene ese ministerio por misericordia? El resultado de no desmayar sino seguir adelante. Estos dos elementos, el ministerio recibido, y la manera en cómo lo habían recibido eran los elementos indispensables para producir el resultado de "no desmayamos”. La fuerza para Pablo y sus colaboradores para no desmayar y seguir adelante en su servicio a Cristo no se encontraba en ellos. Tampoco se encontraba en el fruto que podían ver a su alrededor. No se encontraba en sus sentimientos y emociones las cuales en más de una ocasión podían susurrar a sus oídos que no valía la pena seguir adelante. La fuerza para no desmayar se encontraba en el mensaje del evangelio. En entender que verdaderamente vivifica, justifica y transforma a la imagen de Cristo. Se encontraba en saber que la misericordia de Dios había sido derramada sobre ellos para tal glorioso ministerio. Las palabras de Pablo son o deberían ser de ánimo para todo ministro de Cristo.
      El desmayo en el ministerio es una realidad constante en la vida del ministro de Cristo. En ocasiones el ministerio es un lugar de tremenda soledad y de gran desánimo porque uno se plantea si verdaderamente vale la pena seguir adelante. En ocasiones uno está proclamando la gloria del Señor y al mismo tiempo su mente se plantea si verdaderamente está teniendo algún impacto ¿vale la pena seguir? ¿O es mejor parar? ¿Dónde está Señor ese ser transformados de gloria en gloria a tú imagen? Pero, el motivo de no desmayar no reside en lo que podamos ver, la semilla necesita tiempo para madurar y el árbol debe crecer antes de dar sus frutos. Tampoco reside en lo que uno puede sentir porque hoy tengo la sensación que todo va muy bien y mañana que todo va muy mal. No reside en los resultados porque son como las mareas. En ocasiones hay resultados abundantes cuando la marea sube pero hay temporadas que la marea está bien baja. El no desmayar en nuestro ministerio reside en saber el ministerio que nos ha sido dado por misericordia. Desmayar sería perder la confianza en el glorioso evangelio de Cristo, sería perder la fe en que el evangelio vivifica, justifica y transforma. Desmayar sería pensar que estamos por algún mérito en lugar de haber alcanzado misericordia. No desmayamos porque el poder no está en nosotros sino en Dios. Su evangelio verdaderamente trae vida, justifica y transforma a la imagen de Cristo. Si es por la misericordia de Dios que en este ministerio estamos, entonces, Dios no se ha equivocado poniendo en vasos de barro ese ministerio. Por ello, si es necesario arar en terreno aparentemente estéril, en terreno de apatía, de abandonos, de indiferencia, de críticas pero también de gracia que transforma y vidas cambiadas, entonces, no desmayamos. Las palabras de Pablo se dirigen a los ministros de Cristo pero ciertamente son aplicables para todo creyente e iglesia. El desmayo puede ser también congregacional pero debemos saber que aun y lo que suceda, el ministerio que tenemos del evangelio salva y transforma. La misericordia de Dios no se ha equivocado haciéndonos como su iglesia la columna y baluarte de la verdad del evangelio. No desmayemos sino esforcémonos, miremos y consideremos el gran ministerio que tenemos y ayudémonos a no desmayar.