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Desde el Corazón - Pastor Roberto Velert
¿SÓLO BUENISMO?
Pastor Roberto Velert
      A medida que pasan los años, se desarrolla cada vez más la palabra “buenismo” expresión de origen inglés do-gooder, literalmente “hacedor de bien, el que hace el bien”, pero empleada igualmente de forma satírica para aquellas personas que procuran hacer aparentes buenas obras a fin de ganarse un reconocimiento de los demás, también unos votos y, si es posible, la vulgar opinión pública. Desde el Corazón este “aprendiz de escribidor” la usa en un tono claramente crítico, cuestionando cómo no pocos grupos liberales y políticos, aplican la justicia y la ley siguiendo postulados de asistencia y clemencia que son perjudiciales para la estabilidad de la Justicia, sin atenerse a la realidad y perdiéndose en criterios vagos e imprecisos, que tratan de contentar a todos sin tener en cuenta los casos particulares que requieren justicia o las consecuencias a largo plazo de tales actuaciones de falsa benignidad.


      Al mismo tiempo, en la medida que pasan los años, se usa más la palabra clemencia para actitudes ilegales, tramposas, violentas y desalmadas. Este que escribe diría que sería elogiable si la gente comprendiera la compasión. Pero muy a menudo equivale a mostrar piedad por los infractores de la ley o con los traidores a su patria. Tal clemencia podrá ser un sentimentalismo, pero no una virtud, como no es clemente el hijo que mata a su padre por creer que va haciéndose viejo, y el buenista para no imputar grave culpa defina ese asesinato como eutanasia; o al joven que maltrata y viola a una muchacha, otros buenistas atenúen la gravedad de tal crimen como: “momento de enajenación mental”.


      En todos los alegatos en pro de la compasión se olvida el principio de que la compasión consiste en la perfección de la justicia. No viene la clemencia y luego la justicia, sino la justicia primero y la compasión después. La clemencia no es bondad si se divorcia de la justicia. La capacidad de indignarse con razón no prueba falta de amor ni de clemencia, sino precisamente todo lo contrario. Hay crímenes de tolerancia que equivalen a hacer bueno lo que se dispensa. Los que piden la libertad de asesinos, traidores, corruptos, y otras gentes parecidas, alegando que se debe ser compasivo, como Jesús, olvidando que ese mismo compasivo Jesús también dijo que no traía paz, sino espada.
"...y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová" (1ª Samuel 7:12)
      Así como la madre demuestra su amor a su hijo, odiando la dolencia física que le consume el cuerpo. El Divino Maestro demuestra que ama la bondad odiando el mal que tantos estragos causa en las almas de sus criaturas. El médico que fuese tolerante con los gérmenes de la malaria, o del tifus o del sida, o el juez tolerante con el estupro, la prevaricación, la rebeldía a las leyes, quedaría a los ojos del Juez de jueces en la categoría de los indiferentes a la maldad. Una mente que nunca se asevera ni se indigna; ignora el amor, morirá sin conocer la distinción entre el mal y el bien.


      El amor puede ser hosco, severo y hasta fiero, como el amor de Jesús que se fabricó un látigo para sacar a los mercaderes del templo, los mercachifles de la religión. Cuando supuestos hombres justos quisieron desviarle de su camino y de su plan, les arrancó sus máscaras definiéndolos como “generación de víboras”. Con el malvado y farsante Herodes se negó a la cortesía de hablar -“¡qué lección para los farsantes políticos de hoy, y sus demagógicos pactos a espaldas del pueblo y de sus propios programas!”- a los Maestros que mal hiciesen a los pequeños, les señaló el camino para sus vidas “atarse una piedra de molino al cuello y echarse al mar”; también aconsejó a los hombres que si ojos, manos, pies les eran herramientas para sus maldades, ocasión de caer en maldad, lo mejor era cortárselos antes que perder sus almas.


      Si la compasión es obviar todas las faltas, sin retribución y sin justicia, veríamos los mejores sentimientos concluir en la multiplicación de los abusos. La clemencia es para los que no abusan de ella, y no abusará ningún hombre que haya comenzado arrepentido genuinamente de su mal proceder a convertir lo malo en bueno, como manda la justicia. Lo que algunos llaman hoy clemencia no lo es en modo alguno, sino un lecho de plumas para los que se burlan de la justicia; y es de temer que multipliquen sus desafueros y males para llenar esos lechos. Tener clemencia no es dejar de ejecutar libremente todo antojo, bien dijo el Maestro “Dios castiga a aquel hijo a quien ama”; el hombre moral no puede ser frívolo ni haber gastado sus emociones concernientes a la severa vara de la justicia. Por lo contrario, suele ser un hombre cuya dulzura y piedad figuran como partes integrantes de un organismo mayor, cuyos ojos pueden relampaguear de justa ira y cuyos músculos son capaces de tornarse de acero como los de Miguel, para la defensa de la Justicia y de los derechos de Dios.